Hace unas semanas pudimos leer en la prensa diaria una entrevista a una jovencísima cantante española, al parecer de mucho éxito, que afirmaba con rotundidad que todo había cambiado y que los que no participan de esa idea son viejos. No se deduce de sus palabras con claridad a quiénes considera viejos, pero no cabe duda de que para ella esa palabra tiene un carácter despectivo.

Probablemente muchos jóvenes piensan igual que la joven en cuestión y probablemente participan del desprecio a la vejez. Incluso es posible que dicho pensamiento sea albergado por muchos adultos.

Muchos políticos, con frecuencia, hacen alarde de que sus políticas producen cambios trascendentales en las sociedades y en las personas. Las hemerotecas están llenas de afirmaciones grandilocuentes en esa línea. ¿Pero que hay de cierto en esta forma de representar lo que está sucediendo? ¿Es cierto que todo ha cambiado? O tienen razón los que dicen que «no hay nada nuevo bajo el sol». Pero ambas posiciones se alejan de la realidad y la deforman peligrosamente, imposibilitando comprender el pasado y el presente y nos preparan inadecuadamente para abordar el futuro.

Ha habido y sigue habiendo grandes transformaciones de nuestras sociedades producto de los grandes avances científicos y técnicos, de eso no cabe duda. No es necesario recordar los extraordinarios cambios que la ciencia y la técnica han producido en la vida cotidiana de las personas a lo largo de las últimas décadas. Pero, ¿esos cambios extraordinarios han transformado los comportamientos singulares de las personas y de los sistemas políticos? ¿Se puede hablar de un hombre nuevo en nuestros tiempos por comparación a los hombres de hace un siglo?

Lo cierto es que si echamos la vista atrás los comportamientos de los seres humanos son una constante desde la Grecia clásica hasta nuestros días, e incluso antes. Y si nos centramos en la organización política de nuestras sociedades y el ejercicio del poder resulta difícil, eliminada la hojarasca, encontrar grandes diferencias entre lo que sucedía, sin ir muy atrás en el tiempo, por ejemplo, en España durante la vigencia de la Constitución de 1876 y lo que sucede en nuestros días. La crítica principal durante los reinados de Alfonso XII y Alfonso XIII se centraba en que la mencionada Constitución era traicionada en la práctica; era traicionada su letra y su espíritu, y de ahí su deterioro. Y la misma crítica se hace en la actualidad al cómo se practica la Constitución de 1978 por los poderes del Estado. Y no resulta difícil establecer similitudes entre lo que pasaba a principios del siglo XX en España y lo que sucede un siglo después, a principios del siglo XXI.

Se puede constatar que nuestra sociedad es ahora más permisiva que la que vivimos los que nacimos hacia la mitad del siglo XX. Pero pensar que se ha producido un cambio sustancial es producto de una visión corta de la historia. Las fluctuaciones en lo referido a las costumbres son una constante en la historia. Todo depende de que seamos o no capaces de llevar la mirada más allá de lo inmediato y de las apariencias. Es verdad que no vestimos en nuestros días como en tiempos pasados. El Museo del Traje de Madrid, o la visita a cualquier museo español dejan bien claro que las personas vestían de manera diferente, pero debiéramos aplicar el refrán español de que «aunque la mona se vista de seda mona se queda». Porque los sentimientos en general, las pasiones, los odios, los amores y desamores siguen siendo los mismos. Hemos cambiado de vestimenta, nos desplazamos con medios diferentes, manejamos Internet y otras tantas tecnologías pero seguimos siendo como hemos sido durante siglos. Y en esta apreciación no hay valoración negativa ni positiva simplemente es la realidad, basta leer a los clásicos griegos para comprobar que la distancia entre nosotros y ellos es inapreciable.

Se suele insistir en que el Imperio romano y otros imperios y naciones fueron de una crueldad impresionante en relación con los pueblos que sometían. ¿Acaso eran más crueles que Hitler, Stalin, Franco, Pol Pot o Putin? Lo más relevante que ha cambiado es que ahora desde la era de la radio, el cine, la televisión e Internet podemos enterarnos de la crueldad, la maldad, la valentía o de los gestos humanitarios en tiempo real, siempre que no vivamos en Estados regidos por dictadores que manipulen la verdad. Pero no parece que el conocimiento de la tragedia de la Segunda Guerra Mundial detuviera la guerra y el genocidio en los Balcanes. Y en otros territorios del mundo sigue habiendo conflictos armados y vulneraciones flagrantes de derechos y libertades, y la de la vida misma, como es el caso del genocidio que practica Putin en Ucrania.

Lamentablemente no puede suscribirse la tesis de la joven cantante que considera que todo ha cambiado, aunque las visiones superficiales que hoy abundan así lo pregonen con reiteración. Han vuelto a renacer en nuestras sociedades occidentales la extrema derecha, la extrema izquierda y nacionalismos que nos recuerdan al primer tercio del siglo XX que condujeron a nuestra Guerra civil y a la Segunda guerra Mundial.

Pero no abandonamos la esperanza de que las ideas de la joven cantante se correspondan en el futuro a la realidad; de nosotros depende.