Josep Fontana (1931-2018) nos advirtió del engaño del capitalismo. De cómo su historia había sido reescrita a lo largo de dos siglos para proyectar la imagen de un sistema falsamente superador del oscuro medievo que quemaba mujeres, ejecutaba el derecho de pernada e ignoraba a la ciencia como fuente de saber y libertad. Nos enseñó que esas bondades no sólo eran falsas, sino que nos tendían trampas.

En «Capitalismo y democracia 1756-1848: cómo empezó este engaño», el historiador catalán defensor del nacionalismo como gran fuerza social rebelde frente al expolio uniformador del imperio, radiografía el origen y triunfo del capitalismo despojándolo de máscaras embellecedoras. Porque sabedor de que en la esencia se halla la verdad, Fontana nos enseñó en su última obra que el actual sistema económico -cuyo final estrepitoso presenciamos sin siquiera plantearse los partidos y organizaciones de las clases subalternas, pasivas y acobardadas, tomar las riendas de su rumbo- nació de la más brutal y profunda criminalidad humana. Y que su tendencia, al emerger sus contradicciones, es tornar a los orígenes.

Nos señaló Fontana que el capitalismo se construyó sobre el trabajo infantil, sobre la desposesión de tierras y modos de vida del campesinado y del artesanado, sobre el malthusianismo eugenésico, sobre la guerra, sobre la alianza de la más cruenta nobleza con burgueses arribistas enriquecidos por nuevas rutas comerciales globales -el comercio de esclavos triangular entre Europa, África y América-, y también con el absolutismo monárquico. De este último tomó el maquiavelismo político.

Un régimen de dominación triunfante y sangriento que sólo se enderezó rescatando racionalidad y decencia gracias a las obras y pulsión de vida de las clases sociales atropelladas que pugnaban por vivir con dignidad. De esta manera, los movimientos obreros y de librepensadores batallaron duro para arrancar y asentar derechos humanos inalienables sobre un sistema económico cuya ideología radica en el máximo beneficio en el mínimo tiempo posible. El Dios capitalista es la ganancia económica, caiga quien caiga a excepción de las élites.

Por su parte, Eric Hobsbawn (1917-2012) en su «Historia del siglo XX» ofrece otra de las claves del capitalismo: su capacidad para metamorfosearse, adaptarse y parasitar toda acción e ideología oponentes vaciándolas de contenido peligroso para el sistema, reetiquetándolas y volviendo a colocarlas en el mercado ya inofensivas porque perdieron la posibilidad de combatir el statu quo de manera certera y efectiva.

Sin entender las claves históricas proporcionadas por Fontana y por Hobsbawn, resulta complicado comprender la naturaleza de los fascismos del pasado siglo, que no fueron más que la respuesta de las clases oligárquicas a la crisis sistémica de 1929, crisis que evidenció su proyecto eugenésico, marcial, vacío de vida y futuro para la humanidad. Así, ante esa falta de salida por la vía tradicional de represión, optó por la organización a través de los estados de una falsa alternativa a las clases populares.

Tanto el fascismo de Mussolini como el nazismo de Hitler bebieron de los aprendizajes y justas aspiraciones del movimiento obrero que florecían como alternativas sistémicas al capitalismo. De esta manera, los fascismos trataban de embaucar a las mayorías prometiéndoles un sistema próspero, «nacional-socialismo», pero asegurándose no perder por el camino la estructura de dominación y explotación. Se entiende así por qué la alta burguesía estadounidense apoyó a Hitler (Ford, Rockefeller, Morgan y tantos otros financiaron la empresa bélica del Fuhrer). Antes, mutar aparentemente y crecer globalmente que perder el poder. No en vano, las democracias liberales no fueron beligerantes con los fascismos, sí en cambio con el socialismo de la URSS que amenazó con poner punto y final al amenazado orden capitalista occidental.

Bertolt Brecht (1898-1956), el poeta filósofo, el dramaturgo de lo esencial, resumió en una sentencia el drama de su tiempo, de nuestro tiempo, la verdad de un capitalismo camaleónico que sobrevivía gracias a su capacidad de camuflarse y de parasitar las ideologías exitosas e innovadoras «¿de qué sirve decir la verdad sobre el fascismo -que se condena- si no se dice nada contra el capitalismo que lo origina?», preguntaba lúcidamente.

Conocer la historia e identificar los mecanismos de funcionamiento sistémico proporcionan la valiosa facultad de distinguir en la vorágine del presente los actores que accionan el devenir. Hoy, nos hallamos ante la encrucijada que nos avanzó Fontana: «democracia o fascismo». Una vez entrado el capitalismo en crisis en 2008, ¿cuál es el camino por el que optamos como sociedad? Si apuntalamos a las oligarquías y su proyecto (aunque este se disfrace de progresista como hicieron magistralmente el nazismo y el fascismo), si se imponen la censura, la mentira y la vulneración de los derechos humanos conquistados tras los crímenes de la Segunda Guerra Mundial, ya sabemos hacia dónde nos inclinamos.

Sólo la consciencia y la responsabilidad social nos salvarán de adentrarnos en un nuevo fascismo que, ya sabemos, jamás supondrá vida, justicia y prosperidad para el género humano. Atrevámonos a pensar, osemos discrepar y actuemos.