Esta que ahora escribe aterrizaba el 13 de agosto de 2011 en San José, Costa Rica, para presentar ante ONU-Mujeres, OIT y PNUD la propuesta que veníamos trabajando sobre cómo enfocar los pisos de protección social desde un enfoque de género. Al día siguiente participaba junto al movimiento feminista costarricense en la Marcha de las Putas, en el contexto internacional de la iniciada en Canadá unos meses antes denunciando las violencias sexuales, y convocada ante las declaraciones de un obispo costarricense y un cardenal mexicano sobre cómo las mujeres provocamos las violaciones por nuestra forma de vestir y de mostrarnos como «putas». El lema de la convocatoria fue «no es no», denunciando el control de nuestros cuerpos como un mecanismo de opresión patriarcal y reivindicando nuestra autonomía e independencia para decidir sobre nuestras vidas, cómo vestir, cuándo y cómo tener sexo, y ejercer nuestro poder de decidir a través del «no». La violencia sexual se puso en el centro del tablero.

Dos años después se convocó la segunda Marcha de las Putas en San José, como repudio a las declaraciones de un dirigente político que justificó las violaciones afirmando que existe una «delgada línea» entre el consentimiento y la violación. En esta ocasión la Asociación de Trabajadoras Sexuales La Sala formaba parte de la marcha de forma visible y las portavoces de la convocatoria declaraban: La palabra «puta», hoy deja de ser un insulto, un arma para mantenernos en sumisión y miedo. Hoy «putas» somos todas, porque representa a todas las mujeres: lesbianas, trans, bisexuales, afro, indígenas, con discapacidad, adultas, mayores, jóvenes y niñas, que sufren violencia.

Así que hoy, recordando la experiencia con las compañeras costarricenses, siento una tristeza que se transforma en rabia y enfado, ¿en qué momento en el Estado Español se pasa del «no es no» al «sólo sí es sí»? ¿Debemos ser de nuevo tan buenas chicas que esperemos a que se nos pregunte para tener sexo y, además, contrato mediante? ¿No iniciamos nosotras? ¿Y si primero es un sí y luego es un no? ¿Dónde queda el juego, la seducción, la incertidumbre y el cortejo? ¿Dónde queda nuestro poderío, al que tanto aluden con el verbo «empoderar» desde los programas institucionales, si un «no» no es suficiente?

Pero el enfado no sólo viene por cómo nos infantiliza ese «solo sí es sí» en materia sexual, viene también por el empeño de algunos sectores feministas que han llegado a los puestos de poder de dictar sus códigos morales, marcando lo que es correcto y lo que no, quiénes somos feministas y quiénes no. Y hacerlo a golpe legislativo. Así, contrariamente al carácter inclusivo del movimiento feminista en Costa Rica y otros países centro y sudamericanos, por estos lares están proliferando proyectos de leyes abolicionistas de la prostitución, sin escuchar a las trabajadoras sexuales organizadas políticamente, porque claro, ya se sabe, sólo sí es sí menos para las putas. Mientras tanto las víctimas de trata con fines de prostitución forzada siguen esperando una protección eficaz y real que no sólo no llega, sino que supone en muchas ocasiones una expulsión del territorio español devolviéndolas a los contextos de pobreza de los que ha huido. Así de encaminadas están las políticas públicas y los protocolos policiales y judiciales. ¡Con esas expectativas quién denuncia! Habrá que salir a la calle, montar las marchas de las putas que hagan falta, para recordar que todas somos putas.