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A vuelapluma

Alfons Garcia

La valla de la OTAN

Joe Biden y Pedro Sánchez, en la Moncloa.

Otro día que la política me deja desconcertado. Escucho y leo al presidente del Gobierno y a la ministra de Defensa defendiendo la actuación contra los inmigrantes en Melilla y no sé si es la respuesta a la debacle en Andalucía o que Pedro Sánchez ha perdido la brújula y ha decidido emular la actuación de EE UU en la frontera del río Grande. Mientras escribo, la televisión pública transmite el aterrizaje del Air Force One en directo. Minutos y minutos a la espera del gran padre, sin boina pero como en 1953. Fuera del reino de los ricos (eso que llaman G7 como si fuera un desinfectante), supongo que solo nos queda el papel de cancerberos del sur para lo que queda del capitalismo.

La hipocresía, la propaganda y la impostura son los virus de las democracias europeas. Digo hipocresía y pienso en esa necesidad estúpida de que la realidad se acomode a un relato. El Gobierno de Pedro Sánchez se deja estos días toneladas de credibilidad empeñado en que nada emborrone la estampa de liderazgo mundial en la cumbre de la OTAN. Esta vez, la legendaria fortuna del presidente no ha hecho acto de presencia y se ha encontrado en las puertas de la cumbre con el episodio de la valla de Melilla. La muerte de unos miserables en un acto de pobreza (y eso es lo que es el intento de entrada en el paraíso europeo) requiere mucha más dignidad que la exhibida por los gobernantes españoles y mucha más atención que la demostrada por los mandatarios europeos. Y más, si dicen ser de izquierdas. Claro que hay que propiciar canales de inmigración legal y ordenada, pero la valla no puede ser una frontera donde es aceptable que la gente muera por entrar. Posición buenista, dirá alguno. Es el problema de ser de izquierdas: que hay ciertas vallas del pragmatismo que no se pueden rebasar.

Casualidad o no (uno ya duda de todo), la tragedia ha sucedido en la víspera de la cumbre, a la que el Gobierno de España llegaba con su nueva relación amistosa con Marruecos, con lo que significa de avance en la salvaguarda del famoso flanco sur del paraíso, tan importante como lejano para la Europa central. Y el Gobierno de Sánchez (parte de él, la socialista) ha cometido el error de intentar que nada ensuciara ese relato. Como en Bienvenido Mister Marshall, hemos vuelto a esconder la miseria en los rincones para intentar mostrar solo la ropa limpia ante el amigo americano. Por eso el esperpento de una comparecencia de prensa del Gobierno donde se evita que la otra parte dé sus razones sobre la valla. Si no se puede hablar, mejor no sentarse ante la prensa, porque cuando se arrincona el periodismo solo queda la propaganda.

Y mientras, la opinión pública europea mayoritaria pasa de largo por la tragedia y los mandamases del G7 no la tienen en cuenta porque lo que cuenta ahora es mantener el patio cerrado y el roto a la economía mundial que está dejando Rusia. Eso y dejarse ver despreocupados en camisa blanca de esperanza, todos de uniforme. Porque lo que cuenta hoy es la impostura premeditada por el asesor de turno y su traducción en votos.

Pero cuando pase el G7 y la cumbre de la OTAN, la valla de Melilla seguirá ahí, con rastros de sangre entre los hierros y jirones de dignidad política. Pero eso qué importa.

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