Tomo el título del artículo del último libro de la escritora y directora de cine- me ahorro otras dedicaciones- Nora Ephron que publicó poco antes de morir. Unas más que jugosas y divertidas reflexiones sobre asuntos como el éxito y el fracaso, el divorcio y las rupturas sentimentales, las cenas navideñas, como combatir un resfriado con una sopa de pollo o el periodismo, una historia de amor como titula la autora compartida con la ciudad de Nueva York, el otro gran amor de la escritora. Las palabras de Ephron transitan desde aquella Norteamérica renacida con la llegada de Kennedy a la Casa Blanca, los años ignominiosos de Nixon y las protestas contra la Guerra de Vietnam, los combates feministas y cómo no, la vida y otras cuestiones en los tiempos de Google. Desaparecida en el año 2012, Nora Ephron todavía tuvo tiempo de ver la llegada del primer presidente afroamericano a la presidencia de los Estados Unidos y se evitó el bochorno de contemplar un personaje como Donald Trump haciendo añicos muchas de las cosas por las que había luchado.

Dice Nora Ephron que «hace años que las cosas se me olvidan». Subscribo sus palabras. Hace años que las cosas a mí también se me olvidan. Ephron señala la famosa primera aparición de los Beatles en El Show de Ed Sullivan de la que solo recuerda los gritos de las fans. «Apenas los oía» escribe. A mí me pasa otro tanto con el ya legendario concierto de los Rolling Stones en el estadio Vicente Calderón en 1982, ahora que se han cumplido cuarenta años . Estuve allí. Sólo recuerdo los relámpagos y truenos que amenizaron el show y que a punto estuvieron de llevarse toda la parafernalia escénica del grupo. No recuerdo ninguna de las canciones y tengo que echar mano de Google para refrescarme la memoria. Sin embargo hay otras cosas, cada vez menos todo sea dicho, que se resisten a desaparecer de mi disco duro de la memoria. La otra noche viendo a Serrat en la Plaça de Bous de València por un instante, solo un instante, creí recobrar la emoción que sentí en ese mismo recinto cincuenta años atrás escuchándole cantar La saeta o Cantares. Me imagino que las emociones de una noche tan señalada como fue la despedida del cantante contribuyeron también al baile de los recuerdos . Un breve apunte crítico de las dos veladas serratianas, bien por la albaceteña Rozalén, que aparte de cantar con todo el sentimiento del mundo, hasta nos obsequió con un «bona nit» y un «moltes gràcies» la manchega. Y un insuficiente para Soledad Giménez que después de cuarenta años entre nosotros, todavía no es capaz de articular ni un «bo-na-nit» de cortesía . Igual, ahora que el Partido Popular valenciano vuelve a declarar su amor por el ménage à trois lingüístico, las cosas de las lenguas fluyen con más naturalidad de norte a sur y de izquierda a derecha, delante, atrás, un, dos, tres que cantaba La Yenka.

Ando estos días poniendo un poco de orden en la casa que en mi caso consiste fundamentalmente en deshacerme de un buen volumen de peso doméstico. Hojeando papeles, he vuelto a descubrir algunos de los sobres que llevaban la letra de mi padre. Una caligrafía perfecta, ordenada, elegante. En más de una ocasión he tratado de copiar su escritura con resultado bastante lamentable por mi parte. Me imagino que en sus años escolares mi padre comenzó a construir esa caligrafía perfeccionista que después fue madurando hasta terminar en esa pequeña obra maestra donde todas las letras acaban formando una especie de armonía ortográfica. Ahora que ya apenas se escriben cartas a mano, es un placer reencontrarse con esa voluntad de hacer bien las cosas, hasta de las palabras más insignificantes.

Decir que no soporto calor y que cada verano me parece más sofocante que el anterior puede parecer una obviedad. Y sin duda lo es. No me gusta esta sensación de estar al baño al maría las 24 horas al día , donde el calor y la humedad parecen aliarse para hacerte la vida todavía más imposible si cabe. Da igual que entres y salgas de la ducha, que te cambies de camisa o de polo dos o hasta tres veces si hace falta al día. Da igual. Cierro ventanas y bajo toldos y persianas como si fuera una monja de clausura huyendo de las tentaciones del mundo exterior. Es cierto que contamos con medios auxiliares con los sistemas de refrigeración, que en un determinado momento hasta te pueden salvar la vida o sacar del sofoco. Pero insisto, odio este calor que cuando se comienza a tener cierta edad te recuerda tu fragilidad ineludible. De eso, si me acuerdo.