El 21 de noviembre se celebró el día mundial de la televisión y resulta buen momento para hacer balance, tanto acerca de su nacimiento y su desarrollo en nuestro país como respecto a la efeméride impulsada desde la ONU,que pretende promover el uso responsable de la televisión como uno de los principales canales de difusión de información pública. Este día invita a tener en cuenta la capacidad de promover la paz, el desarrollo económico, social y cultural, entre otras posibilidades que tiene el medio. Más que nunca ha mostrado su encomiable labor de servicio público ante la situación de pandemia vivida en el mundo.

En el caso español, hay que poner el retrovisor y fijar la mirada en aquel 28 de octubre de 1958 en el que se inauguraron los primeros estudios en Madrid y comenzó un proceso continuado de influencia en la sociedad española, contribuyendo, de manera muy evidente a la modernización de este país.

Valga esta reflexión como un merecido homenaje a una ‘caja tonta’ que revolucionó la vida en un país adormilado, que seguía la actualidad a través de las consignas del régimen, y pensaba que estaba en el mejor de los mundos posibles gracias a un dictador que había traído veinticinco años de paz a un pueblo rebelde, enfrascado en diatribas y reyertas periódicas que necesitaba una mano dura que lo dirigiera.

Es cierto que podía resultar algo incomodo estar sometido a un duro control por parte del Estado, pero aquel que no hubiera hecho nada no tenía por qué temer nada, el régimen era paternalista, a cargo de un pequeño gobernante que trataba el país como si fuera su propia casa, una granja particular por la que pasearse recibiendo los halagos de una población que, de manera espontánea, le manifestaba su adhesión y agradecimiento por controlarnos de manera tan eficaz.

Y en eso llegó la tele.

Una ventana hacia el exterior, por ella, sin ninguna duda, iba a entrar el diablo, mostrando otro mundo posible. A pesar de la censura, comenzaban a surgir preguntas, deseos de ser como los protagonistas de la tele, ansias de que pasaran cosas como las que se veían en la pequeña pantalla. Demasiados elementos de cambio para un régimen que hacía gala de controlar hasta la más pequeña brizna de hierba.

Algo se movía bajo sus pies y en ese terremoto una pieza clave fue la tele, un aparatito inocente que servía para decorar y otorgar un cierto aire de poder en aquellas casas en las que aparecía. Además, era una plataforma ideal para depositar algo tan necesario en un domicilio como una flamenca y un torero, colocados sobre un mantelito de ganchillo que hizo la abuela en su momento y jamás sospecho su uso como tapa de una caja infernal que se estaba colando en las entrañas del régimen.

La primera respuesta por parte del franquismo fue cambiarlo todo para que nada cambie. En lugar de un gobierno ideologizado o incluso fanático, con una fuente de alimentación doble, entre lo que quería la falange y lo que propugnaba la iglesia católica que había conseguido un poder casi celestial, otorgado por el control de la educación, de la moral, y de los acontecimientos más relevantes de la sociedad que debían tener una venia eclesiástica. En lugar de ese marchamo, ahora la palabra de moda, era, tecnócratas, gestores eficaces que además de controlar el país eran capaces de hacerlo eficaz, competitivo y comenzar a mirar hacia el exterior, por supuesto con las reservas propias de la esencia del régimen.

El franquismo evoluciona durante los años sesenta mostrando una cara más amable, se aleja de la pesadilla de la posguerra, pretende continuar el paternalismo, pero dando algo de rienda suelta a las clases de confianza para que no se sientan amordazadas y atenazadas por unas bridas demasiado estrechas.

Y en eso llega la tele.

La fuerza de la imagen, algo imparable que empieza a adquirir fuerza y se convierte en un elemento diferenciador de su hermana pequeña la radio, ahora vemos las caras y también aparece el amigo americano que aprovecha para colocarnos todos sus productos televisivos, ya somos aliados del país más poderoso del mundo, su emperador se ha paseado por las calles de la capital y ha firmado con nuestro poderoso caudillo que van a unir sus fuerzas para combatir el gran mal que odian tanto unos como otros, el comunismo.

Sesenta y cuatro años después asistimos a otra revolución, las redes sociales, que ha dejado obsoleta a una autentica caja mágica que contribuyo, de manera considerable a que este país, anclado en el pasado, avanzara hacia el lugar en el que ahora nos encontramos. Larga vida a la tele.