Bolos

Termómetro de expectativas

Termómetro de expectativas

Termómetro de expectativas

Joan Carles Martí

Joan Carles Martí

La temperatura corporal es inversamente proporcional a nuestras esperanzas anatómicas. Desde correr la media maratón a ir en coche hasta la esquina, al inacabable aprendizaje de inglés, pero con indisimulado enojo por el bilingüismo activo. Cada cual es dueño de sus deseos, sin embargo, cuando el listón de las expectativas incumbe a la colectividad, se fusionan sin permiso las intenciones propias del mandamás con las de todos. Como pasa en el ámbito público pese a su pluralidad y diversidad, o como ha sucedido en las pasadas Fallas.

Pensar que desfilar en la Ofrenda, con el único objetivo de subirlo a las redes, en unas Fallas preelectorales da más votos es confundir la realidad digital con la analógica, donde juega la generalidad del censo. No recuerdo a Rita Barberá vestida de fallera cuando fue alcaldesa, y ahí están sus aplastantes mayorías. En cambio, Lizondo era muy fallero, tanto que su partido fue adquirido en subasta, a la baja, por Zaplana entre paellas de estilo josefino. Tampoco la hemeroteca menciona a ningún concejal de Fiestas que se aprovechó de su condición para gritar desde el balcón consistorial lo que todos hemos soñamos alguna vez. Aunque además de «senyor pirotècnic» algunos aprovecharíamos la ocasión para otras «mascletades» dialécticas.

Ese desconcierto entre el empeño y la verdad le pasó factura ayer a Tamames en el Congreso de los Diputados. Y aunque el derecho al ridículo no figura en la Declaración Universal es de los más usados. Por eso medir la valencianía en función de la indumentaria tradicional traspasa el ámbito íntimo para convertirse en un número de rancio populismo, porque algunas figuras locales de la izquierda han abandonado el espíritu de la razón para entrar por la puerta grande del peronismo autóctono, con música de pasodoble de fondo.

La frivolidad política cuenta con el beneplácito mediático mientras dura la feria de las vanidades, pero cuando un vendaval paraliza la atracción, el olvido del desconsuelo resulta poco elegante. La ocupación del espacio festivo en beneficio partidista ha sido la constante del Botànic durante estos años, pandemia mediante, así que en el pecado llevan la penitencia, dejando la razonable discrepancia casi en juicios sumarísimos, y cayendo de nuevo en la trampa del adanismo, siempre es reaccionario.

Aunque en Londres todavía no hay pirotecnia fallera, House of Cards, la británica y original, visualiza a la perfección todo lo anterior. RTVE Play ofrece gratis la famosa serie basada en la novela homónima de 1989 escrita por Michael Dobbs, justo en el instante en el que Margaret Thatcher renuncia a su cargo tras once años en el poder. La miniserie arranca cuando dentro del partido conservador se inicia una lucha interna entre los candidatos para suceder a la Dama de Hierro como Primera Ministra. Una clase magistral sobre la política del Reino Unido, con una soberbia interpretación de Ian Richardson, que condesa la filosofía política de Platón, Maquiavelo y Montesquieu. Tenemos pendiente una serie sobre el Botànic, mientras tanto, los termómetros de mercurio siguen siendo más precisos que los digitales.

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