La columna
Mi reino no es de este mundo
La brecha generacional es un concepto comodín para los adultos. Sirve para colar cualquier chorrada con la excusa de que los jóvenes no lo entienden. Pero este comodín puede funcionar también a la inversa. A mí, por ejemplo, no se me ocurre otra explicación que la dichosa brecha para considerar incomprensibles algunos fenómenos. Por ejemplo, que se llene el Metropolitano para presenciar unos simulacros de combate de boxeo entre ‘youtubers’. Bueno, simulacros no, porque se daban hostias como panes; ellos y ellas.
Pero digamos que a la capacidad de convocatoria de un deporte tan singular en manos –en puños– de simples aficionados, por muy mediáticos que sean, se le supondría un techo más bien limitado. Pues no. Sesenta mil espectadores pagaron religiosamente su entrada para verlo en directo y más de tres millones a través de Twitch siguieron el espectáculo. Ese es el concepto clave: espectáculo; con nuevas formas y nuevos protagonistas, cuyo supuesto atractivo me queda a años luz. Por eso apelo a la famosa brecha generacional, porque el único refugio que encuentro para no entenderlo es que todo esto me ha pillado muy mayor.
Seguro que me estoy perdiendo algo y será cosa de la edad, pero cuando veo a mis hijos pequeños –10 y 13 años– y tantos otros chavales abducidos por este universo de banalidad y fugacidad adictiva que pueden ser las redes sociales, me resulta imposible no pensar –y lamentar– lo que se están perdiendo.
Desde la lectura reposada de un libro de aventuras hasta los juegos de calle, con el permanente contacto físico entre colegas y amigos. Ninguna pantalla puede competir con una sonrisa cara a cara.
¿Ataque de nostalgia? Puede ser. O no. ¿Y si defiendo la cultura del esfuerzo frente al dogma de la diversión perpetua y la sobreprotección, de repente soy un rancio? Pues tampoco. Resumiendo: no, no entiendo algunas de las nuevas fórmulas de comunicación y entretenimiento. Sería absurdo demonizarlas, pero tengo todo el derecho a decir que algunas me parecen un truño incomprensible. Deben ser cosas de la brecha generacional.
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