VIENTO ALBORNÉS

¿Son todos iguales?

F. Javier Casado

F. Javier Casado

Resulta imposible ver una página en blanco estos días sin que esté salpicada por la sangre de las pantallas y fotogramas con los miles de niños muertos en brazos de adultos que corren sobre escombros hacia ningún lugar, como un rebrote bíblico de Herodes el grande, y los Veintisiete con cara de póker entre el frente norte de Ucrania, contra la potencia con mayor arsenal nuclear, y el frente sur que suma una enorme franja desde Senegal hasta Palestina-Israel, donde sólo las armas dictan su ley y todos cuentan con una o dos superpotencias de cabecera. Menos mal que en la piel de toro y sus islas e ciudades todo sigue tranquilo, con la normalidad del España se rompe de toda la vida o de la economía se hunde de siempre -aunque las oligarquías de ricos crezcan como nunca- y nos va a salvar el partido nacional, ergo sin contar a los locales, más corrupto del siglo XXI, cual muestra una mera enumeración de causas judiciales pendientes del PP, empezando por legalizar el CGPJ; con doña Esperanza (in vigilando) cortando calles y sedes.

En fin, nuestro propósito era hablar de otro tópico: todos los políticos son iguales. Algo contra lo que luchamos, durante la llamada transición, muchos jóvenes ochenteros que hoy estamos de moda excepto para los departamentos de personal de las empresas. Era la expresión que más utilizaban los nostálgicos de Franco y poco amantes de democracia alguna, ayer y hoy, y había que combatirla con entrega desinteresada desde la militancia de base hasta los más importantes cargos públicos partidarios del progreso de las libertades. Pero actualmente esa defensa no vale un chavo: los partidos políticos tal como fueron en las primeras décadas tras la dictadura ya no existen, con la excepción de algunos miles de militantes y servidores públicos, sobre todo locales, pues los políticos son profesionales de muy variopinto pelaje, aunque iguales en el fondo, y más empresarios que obreros, al formar cúpulas cerradas -con CEO- que trabajan por objetivos y rinden cuentas ante indeterminados consejos de administración.

Eso en ningún caso significa que la culpa de los males de la patria se encuentren en una infame casta de gobernantes, como han dicho los Iglesias o Abascal, sino en la grosera dejación que la mayor parte de la ciudadanía hacemos de nuestros derechos de participación política, que no consisten en militar a diario en un partido o en votar cada varios años y callar; más bien significan colaboración activa en la conformación urbana de nuestros pueblos y barrios, en una educación y una sanidad públicas con consenso político y participación social, en la defensa del empleo digno y el fin de la economía sumergida que lastra los ingresos públicos o en la fraternidad y solidaridad entre los pueblos que aspiran a mejorar juntos, en España y en Europa, por encima de los intereses individuales de territorios o corporaciones; llevar la mentalidad desde el individualismo cerril inoculado a la cultura común, a lo humano.

Hace unos días escuchamos en directo, gracias al canal público 24H, al líder popular Feijóo desde las torres de Serranos de València con una Crida incendiaria, antes de pactos, sobre leyes no tramitadas y condonaciones no efectuadas, cuando hace meses sustituyó a Casado para mostrarnos el verdadero temple del conservadurismo hispano (don Pablo debe flipar), y el día anterior Aznar pidiendo que actúe (sic) quien pueda daba miedo. Así, hasta llegando a convenir en que todos son iguales, hay algunos que se llevan la palma y otros que conservan cierto sentido de estado. Lo de Herodes acabó en la matanza de los inocentes que la iglesia conmemora el 28 de diciembre como santos ídem -ignoramos si existen santos culpables- y en España devino en día de la inocentada; hasta de México nos llegó la ley de Herodes: te chingas y te jodes -con perdón-, en formato cinematográfico. Vox, en el monte.