En el principio fue la I de investigación. Luego, alguien cayó por fin en que la investigación sin aplicaciones era prácticamente inútil, y apareció la fórmula I+D. Más tarde se le añadió la i minúscula y la cosa quedó en I+D+i. Poco a poco aprendimos que eso quería decir «investigación más desarrollo más innovación». Mucha gente todavía encuentra difícil decirlo de corrido.

No se preocupen si todavía no lo habían aprendido. Pueden ir directamente al paso siguiente porque aquella fórmula todavía no estaba terminada, y no me refiero a que se le podría añadir la e de explotación, que ésa es otra historia. Lo que les quiero decir aquí es que a esa suma le falta algo muy importante, algo sin lo que esta sociedad nunca llegará a entender qué es lo que se está ventilando.

Me explico: Ahora, distinguir entre investigación e innovación, o entre investigación y desarrollo, es, simplemente..., antiguo. Nadie sensato defiende ya en público una investigación en las nubes ni una innovación sin soporte científico básico. Hasta aquí hay un consenso total, desde lo políticamente correcto. El problema es que, aquí y ahora, además de hacer lo correcto en el ámbito de la investigación científica y sus aplicaciones, hay que llevar a la sociedad en su conjunto el pleno convencimiento de que eso es, efectivamente, imprescindible si queremos seguir viviendo en el primer mundo. Y en eso, la fórmula I+D+i se queda coja, fatalmente coja.

¿De verdad entienden quienes tienen poder de decisión, y el conjunto de los ciudadanos detrás, qué es lo que se está jugando tras la formulita? La cuestión es más importante de lo que pudiera parecer, porque lo que se está jugando en España es, sin exagerar, una partida a vida o muerte... de nuestro país y de nuestra forma de vida como sociedad industrial avanzada. Los datos lo dicen con claridad: la I+D+i de los países de nuestro entorno está inversamente correlacionada con el fracaso escolar y con la preferencia por carreras humanísticas frente a las científicas o técnicas. Los países con más I+D+i de Europa, Suecia, Finlandia o Austria, son los que menos fracaso escolar presentan. Los países a la cola de la I+D+i, España entre ellos, están a la cabeza en fracaso escolar de Europa. España también entre ellos.

La correlación inversa funciona en los dos sentidos, me permito asegurarles. Poca valoración social de la I+D+i conduce a gran fracaso escolar en temas científicos y tecnológicos, porque no se les dedica el esfuerzo necesario. Mucho fracaso escolar, en matemáticas y ciencias sobre todo, produce huidas en masa hacia estudios que se perciben como menos duros, y eso al final drena practicantes a la I+D+i, lo que se traduce en más bajos presupuestos para su cultivo.

Algo gordo está fallando, pues, y seguro que no es sólo una cosa. Yo no me voy a meter aquí en las honduras psicológicas del fracaso escolar individual. No voy por ahí. Prefiero lanzarle, querido lector, una idea que a mí me está haciendo pensar desde hace mucho tiempo y que tiene que ver con la valoración social: ¿Qué percepción tienen los colectivos sociales más directamente implicados en cada una de las letras I, D e i, sobre los problemas de los otros? ¿Cómo ven los industriales el fracaso y la desmotivación escolar? ¿Cómo ven los profesores e investigadores la huida de las carreras técnicas superiores? ¿Cómo ven los estudiantes que fracasan en matemáticas el ranking europeo de la I+D+i? ¿Cómo lo ven los ciudadanos que pagan sus impuestos?

¿Saben? Me atrevo a decir que, en España, con demasiada indiferencia. Ver, de verdad y salvo algún singular dirigente empresarial, ven poco. Más: hablan quizá unos de otros, pero no se ven, ni se conocen. ¿Y por qué? Ahí me mojo. Detecto, desde mi campo, un fallo importante: la comunicación. Me refiero, naturalmente, a la comunicación científica y tecnológica entre los grandes estamentos de nuestra sociedad. Conozco bien los gabinetes de comunicación de muchas empresas e instituciones de I+D. Gotas de agua salobre en un secarral, que encima caen en la parte más húmeda. No creo que vaya por ahí la cosa. A la vista están los resultados.

La comunicación científica y tecnológica en una sociedad con los problemas de la nuestra es algo de un nivel diferente. Lo mismo que a la I+D se le pegó la i, se le debe pegar, al mismo nivel al menos, otro factor: una buena y adecuada comunicación de lo que se está haciendo y de su importancia social. Y ojo, que digo comunicación y no información, que son cosas muy distintas. Pregunten, pregunten en la calle o donde quieran y verán que, efectivamente, la fórmula I+D+i todavía no ha calado prácticamente nada entre nosotros. Quizá estaba mal planteada en nuestro contexto, lastrado con grandes inercias del pasado. Quizá estaba incompleta. ¿Y si probáramos con otra fórmula? Y si apostásemos por la I+D+i+C?

¿Y cómo poner esa C de comunicación al nivel adecuado? ¿Cómo hacer una buena C en una realidad social y tecnológica como la nuestra? Ése es otro problema. Déjenme presentárselo de otra forma: ¿Existen buenos comunicadores científicos del nivel y competencias que requieren los problemas reales que nos aquejan? No me refiero a divulgadores científicos. No es un problema cultural. No se solucionará añadiendo cosas al currículum educativo de los estudiantes ni atacándolo desde publicaciones para élites o museos de diseño. Es un problema de conexión con la sociedad real. Quizá habría que mirar de otro modo la comunicación científica en nuestra sociedad.

Hemos formado buenos científicos. Hemos formado buenos comunicadores. Pero quizá hemos esperado que se produjera un milagro y que sólo con eso aparecieran buenos comunicadores científicos y tecnológicos, capaces, además, de convencer a sus posibles empleadores, públicos y privados, de la importancia estratégica de su labor. El milagro, perdonen mi categórica afirmación, no se ha producido. Algunas soluciones hay, pero hará falta mucho valor para aplicarlas porque bastante de lo que se ha hecho en este sentido se ha hecho equivocadamente y hay que deshacer y volver a empezar. Y nos va mucho en ello. Mucho.

* Profesor de la Universidad de Valencia, investigador del CSIC.