Espaivisor nos vuelve a sorprender con un nuevo fichaje y una nueva exposición que contraviene de un modo integradamente opuesto lo habitual. Lejos de ser una muestra individual de obra reciente de una joven promesa, nos encontramos ante una excepcional y concentrada retrospectiva (se recogen obras realizadas a lo largo de tres décadas) de una artista hecha y derecha (por mucho que escriba con líneas torcidas). Durante años, de un modo coherente y consecuente, Ana Amorim (São Paulo, 1956), había estado fuera de la escena artística institucional y comercial. En ese tiempo, no había parado ni un día de dejar constancia de su radical (de raíz) síntesis de esa archiconocida fórmula que identifica la vida con el arte, el arte con la vida.
En 1988, A. Amorim tomó la firme determinación de sellar su compromiso artístico y vital mediante acciones y obras de diversa naturaleza temporal y material, sólidamente articuladas por una actitud inquebrantable. Libros de artista (pesados como esculturas, ligeros como líneas de viento), mapas, dibujos, correspondencia escrita, bordados, etiquetas, telas? casi cualquier elemento por ella elegido se convierte en materia que apenas puede encerrar la tremenda energía que hace vibrar los sentidos y agitar la mente del espectador.
Parafraseando el magnífico ensayo de Tim Ingold ( Líneas, una breve historia), queda más que patente cómo las líneas registran con la precisión de un sismógrafo la profunda pasión de Amorim por el arte. Por el hacer entendido en su más amplio espectro: desde la acción que discurre en el tiempo (segundo, hora, día, semana, mes, año, década, vida) hasta las obras físicas que son espacio (plano, pegado, plegado, recortado, yuxtapuesto, superpuesto). En el primer ámbito, performativo, destacaría sus Counting Seconds Performance, quizás uno de sus registros más recurrentes y conocidos. Durante un periodo de una hora, la artista traza sucesiones verticales de cortas líneas paralelas, una por cada segundo. Series de 3600 líneas interferidas por anotaciones numéricas que obedecen a diversas razones. Paradigmáticos ejemplos de Diferencia y Repetición que condensan de un modo escalofriante las brillantes reflexiones de Deleuze sobre el tema. De carácter profundamente ético y subversivamente político, fue la performance Art Contract, único modo relacional mantenido durante dieciséis años con el Sistema Arte. Precisamente, cuando la artista dio por finalizada esta acción en 2016, surgió la relación con Espaivisor -prueba fehaciente de la sincronicidad junguiana-. Conexión que ahora toma cuerpo en esta exposición de exposiciones, donde lo que se muestra es apenas la punta del iceberg de fuego que no ha dejado de animar los días de esta más que singular artista.
Destacable es la construcción continuada de mapas -mapa mental que suele realizar justo antes de acostarse- en los que fija mediante líneas, palabras y números, los acontecimientos ordinarios y los extra-ordinarios de cada jornada. Líneas de tiempo antihistórico, líneas de presente vivido, sentido, pensado, dibujado, bordado.
Se han vertido ríos de tinta para consignar, profundizar, teorizar sobre las innumerables conexiones e interacciones entre tiempo y espacio -probablemente una de las manifestaciones más complejas de la polaridad inexorable de la naturaleza humana-. Estas obras tienen su origen en acciones que solo existen en el fugaz presente. El resultado de dichas acciones son unos registros cuyo tiempo definido es el pasado. Ahora bien, estas piezas visual y literalmente contextuales (contexto significa, en primera instancia, enredo, maraña) alientan una profundidad sensorial y conceptual sobresalientes. Con todo, están ahí, frente a nosotros, detenidas en un presente espacial y especial que hace volar nuestra imaginación hacia sueños de belleza futuros. Vengan con tiempo, disfrutarán el espacio.
