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De los miedos y su terapia

De los miedos y su terapia

Explicar qué es el cómic puede ser un propósito tan loable como imposible. Una tarea titánica que pasa casi obligadamente por lo empírico: solo leyendo una historieta podemos entender lo que es, su potencial y sus posibilidades. Y no se me ocurre mejor ejemplo para esa tarea que El corazón delator, la adaptación que hizo el uruguayo Alberto Breccia del famoso cuento de Edgard Allan Poe. En apenas once páginas, la composición repetitiva y un blanco y negro cortante crean una atmósfera opresiva, que marca un ritmo propio a golpe de latidos representados con una onomatopeya. Un sencillo «Thump» retumbando a lo largo y ancho de una viñeta en negro que parece no tener fondo, expandiéndose hacia el infinito del interior de la página. Un ojo que nos mira fijamente, provocando un desasosiego perturbador y terrorífico. Unas figuras extrañas, amenazantes, repetidas; con una inquietante sonrisa que unas gafas de opaco negro apostillan y refuerzan para provocar el grito de horror. Breccia adapta a Poe trasladando la esencia pura del miedo, destilando sensaciones con su dibujo. Una obra maestra del noveno arte que forma parte de la imprescindible antología El corazón delator y otros relatos extraordinarios de E.A. Poe (Astiberri).

El terror puede adquirir muchas formas, pero quizás su expresión más extraña es la firmada por Shintaro Kago. La deformación grotesca de una realidad cotidiana se convierte en un ejercicio de surrealismo perverso en el que el autor japonés se mueve con una inquietante facilidad. Sus historias comienzan como un episodio amable e inocente que traspasan al territorio del absurdo para comenzar a desdibujarse velozmente, a componer extrañas visiones enfermizas que no solo rompen la lógica, sino que la corrompen para crear imágenes deformadas que espantan al lector, que provocan un rechazo radical. Una reacción visceral que esconde una realidad más aterradora: Kago solo ha tomado la realidad y la ha exagerado, pero sigue estando ahí, la misma, pero ahora nos provoca asco y repulsión. En Demencia 21 (Ponent Mon, traducción de Víctor Illera Kanaya), el argumento nos dice que una inocente joven se dedica a cuidar ancianos, pero el autor lo transforma en un catálogo de miedos cotidianos como las arrugas, el miedo a la muerte, a la enfermedad o el rechazo al envejecimiento, monstruos goyescos que ya no pertenecen al sueño de la razón, sino a nuestro mundo.

Pero a veces, los miedos son atávicos reflejos de nuestra mentalidad colectiva. La nueva obra de Bastián Vivés y Martín Quenhen, Catorce de Julio (Diábolo, traducción de Violeta Alarcón) es una provocadora reflexión sobre los terrores que la sociedad ha asumido como propios. Tras los atentados de París en la discoteca Bataclán, los autores nos proponen una historia en apariencia de heroísmo, pero que se mueve con soltura en el filo de la navaja: ¿estamos ante el relato de un acto heroico o el de la creación de una obsesión? ¿Vivimos en una sociedad bajo ataque o hemos creado una neurosis que transforma en enemigo a cualquiera? Vivés y Quenhen no toman partido, crean un relato que puede ser leído de una u otra forma, dejando al lector que decida y, también y más preocupante, que sea consciente de que esa elección es subjetiva y voluble.

Pero si quieren olvidar los miedos, prueben con El niño que (NuevoNueve), la maravillosa nueva obra de Juan Berrio. Un recorrido por el pasado cercano a través de los ojos de un chaval, que tiene la increíble capacidad de conectarnos con nuestras propias vivencias con elegancia infinita: reproduciendo con cada trazo un recoveco de la memoria; con cada suave color, un momento olvidado; con cada texto, un pensamiento perdido. Contando ese momento especial en el que el niño empieza a ser consciente de que su mundo imaginado no es el real. Una lectura que arregla cualquier día.

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