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Complicidades

60 años de "Las brasas"

60 años de «Las brasas»

Rafael Gómez Ortega, más conocido como Rafael, El Gallo, pasó su vida haciéndose pasar por torero, y llegó a ser uno de los más grandes de la historia; pero en realidad fue un filósofo anarca y un generador de anécdotas mitológicas. A él se le atribuye el célebre axioma categórico de estirpe heracliteana que todo pensador ha parafraseado desde su creación: «Lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible».

Cuenta la tradición oral que el 20 de julio de 1936, acudió El Gallo a la estación de Atocha, en Madrid, para recoger a un amigo que llegaba de viaje. Sorprendido ante el alboroto militar de los andenes, Rafael detuvo a un mozo de estación y le preguntó: Niño, ¿se pué saber por qué hay tanto sordao yendo y viniendo?

Con esta anécdota quiero ilustrar una tesis filosófica muy común: la realidad consiste en la forma en que cada cual percibe dicha realidad. A saber en qué universo propio viviría Rafael, El Gallo, para no enterarse del estallido de una guerra civil, un fenómeno que suele ser bastante popular y multitudinario, sobre todo si participan en él los españoles.

No dudo de que el 2020 será en el futuro, cuando lo cuenten los libros de historia, el año en que sufrió la humanidad una severa pandemia; pero esa pandemia se habrá convertido, por fortuna, en un dato, como otras pandemias terribles, como las guerras mundiales, como las grandes crisis económicas. Una manera de sobreponernos al presente consiste también en adjudicarle cien o doscientos años y contemplarlo desde allí.

En el 2020 -y este dato será importante para los lectores del futuro, para los historiadores de la literatura- se han cumplido 60 años desde la publicación de ‘Las brasas’ (Premio Adonáis de 1959), el primer libro de Francisco Brines.

Se trata de un espléndido primer libro, el destilado meditativo y sensual de un joven solitario que había descubierto su vocación poética, sobre todo, en la ‘Segunda Antolojía’, de Juan Ramón Jiménez, y que durante los veranos en su casa de familia -Elca, en Oliva- se soñaba como un anciano que reflexiona acerca del paso del tiempo, de la belleza extática de la naturaleza, y del extraño hecho de existir en la naturaleza y en el tiempo que pasa.

Cuando casi todos sus compañeros de generación -la del 50- empezaban a escribir una poesía de clara inclinación sociopolítica, Brines iniciaba su singular aventura intimista, que lo ha llevado a convertirse en un clásico en vida, uno de los mejores poetas del español en la segunda mitad del siglo XX y comienzos del XXI.

Desde aquel lejano ‘Las brasas’ de 1960, la poesía de Brines se ha vuelto más amarga en su hondura metafísica, más sobria y certera en su dicción, más exaltada en su cántico celebratorio de la vida. Y, sin embargo, nunca ha abandonado el impulso inicial de juventud, que ligaba la poesía a la vida de forma irremediable.

2020, para mí, será el año del sesenta aniversario de ‘Las brasas’, tanto como el de cierta pandemia, y me sueño saliendo a la calle con el pequeño ejemplar de Adonáis en las manos, y preguntando a un mozo de estación: Niño, ¿por qué hay tanta gente que lleva mascarilla?

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