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Josep Maria Esquirol

"¿Prepararse para el futuro? Hay que ‘hacer’ el futuro"

Nieto de un pastor, estudió Filosofía en la Universitat de Barcelona (UB), donde coincidió con un novicio franciscano, que influirá en su mirada. Catedrático de Filosofía, lleva 40 años dando clase. Autor de una decena de títulos, ganó el Premio Nacional de Ensayo en 2016 por ‘La resistencia íntima’ (Acantilado/ Quaderns Crema), traducido al italiano y al portugués y, en mayo, al inglés y al alemán. Es coordinador de Aporia, grupo de investigación en Filosofía Contemporánea, Ética y Política de la UB.

«¿Prepararse para el futuro? Hay que ‘hacer’ el futuro»

Moverse sin fin, desanclarse de lo humano, expandirse, adaptarse a lo que aún no es. Buf. En ese neurótico baile andábamos (antes de la pandemia, se entiende). Josep Maria Esquirol, filósofo de la proximidad, invita a mirar al cielo, desde la tierra plana, y maravillarse de vivir. Su último ensayo, Humano, más humano. Una antropología de la herida infinita (Acantilado) habla –en diálogo con algunos pensadores contemporáneos– de volver a casa, de fraternidad, de mansedumbre. De intensificar lo humano.

¿Más humanos todavía?

Lo más importante y precioso es lo más humano.

Los tiempos empujan a ir más allá.

Como decía Marx, las ideologías hacen bien su trabajo cuando apenas se notan. Y una de ellas, el posthumanismo o transhumanismo, tiene el rostro de más allá de lo humano. ¿Cómo se puede decir «vamos a dejar atrás lo humano»?

¿Quizá para prepararnos para un futuro de aúpa?

Fíjese, incluso en educación, nos dicen: «Tenemos que adaptarnos para el futuro que está viniendo». Pero, ¿de qué están hablando? No hay ningún futuro que venga. Estamos aquí y el mañana es imprevisible, hasta puede que no haya. No nos hemos de preparar para el futuro, hemos de hacer el futuro. Trabajar para que pueda haber esperanza.

¿Y eso cómo se hace?

No soy nada partidario de los recetarios.

Haga un pequeño esfuerzo.

Una orientación sería no separar el cielo y la tierra. Existen desde el inicio de los tiempos, y hay dos posibilidades: 1/ la separación esquizofrénica, y 2/ una especie de fusión de todo –mucha autoayuda va en esta dirección–. Yo creo que hay un buen margen de maniobra en la juntura.

¿En el horizonte?

En la relación sin confusión. ¡Qué maravilla! La juntura es el encuentro personal, la familiaridad de la casa, la compañía de los demás. Estar infinitamente herido por la vida. Es la forma de responder a la intemperie.

La intemperie es cada vez más intemperie.

Sócrates decía que la ciudad estaba enferma –por exceso de soberbia–, e invitaba a sus interlocutores a abandonar la verbosidad que les era útil para tener un lugar en la polis. Proponía adelgazar un poco, para ganar ligereza y aproximarse a lo profundo.

¿Qué deberíamos adelgazar ahora?

Hay un exceso teórico de las ciencias humanas y sociales, y un exceso ideológico al servicio del consumismo, pero la comprensión de nosotros mismos es más pobre que nunca. Hablar de inteligencia artificial, por ejemplo, chirría, porque la inteligencia es cordial. Viene del corazón. Una máquina puede ganar, pero no se siente viva. Sentirnos vivos es la esencia de la vida.

Clarificado esto, ¿qué es lo profundo?

Lo profundo está muy cerca de lo concreto. Está en el encuentro de dos personas que se dicen «¿cómo estás?», o se despiden con un «cuídate». Son palabras amables. Tienen que ver con la cordialidad. Nunca con la posesión ni la pretensión de deslumbrar. ¿Yo que digo de innovador? ¡Nada!

Bueno, es usted Premio Nacional de Ensayo.

Solo hago un camino de pensamiento que, por suerte, es significativo para otras personas. Eso quiere decir que todavía compartimos el mismo sol, el mismo cielo y el mismo suelo. Somos pequeñas verticales sobre la base horizontal, y hemos de darnos cuenta de que nadie se aguanta solo, de que nadie está por encima de los otros, y debe actuar de acuerdo con eso.

La fraternidad franciscana.

No es solo predicar la fraternidad –valiosa en sí misma–, sino entender que la comprensión de la situación humana te lleva en esa dirección. Cada uno de nosotros es un misterio, y estamos atravesados por el infinito. Tener vecindad con lo misterioso, conmocionarnos, nos hace más humildes y, a la vez, abre el horizonte de la esperanza.

Una cosa: ¿qué entiende por misterio?

El hecho de que justamente tú, una persona concreta que merece un nombre, estés aquí es inexplicable. Haber llegado a la vida tiene una intensidad de misterio mayor que la muerte.

Émile Cioran le diría que «nacer es un accidente».

Y yo le respondería: «¿Quieres decir?». Parece que no, pero Cioran explica demás. Decir que el hecho de que estemos aquí es increíble es más modesto, en mi opinión.

Hay quien «está aquí» ninguneado, excluido, expulsado.

No hay escándalo mayor que el de las vidas humanas pisadas, ahora y siempre. Lo terrible es el mal del mundo: el sufrimiento gratuito de las personas. ¡Es absolutamente insoportable!

¿Entonces?

Al final de Humano, más humano hablo del ángel de Walter Benjamin [una reflexión a partir del cuadro de Paul Klee Angelus Novus]. Ve la montaña de víctimas del progreso a lo largo de la historia de la humanidad y querría salvarlas, pero una tempestad se enreda en sus alas y no puede.

¿...?

La actitud del ángel es la actitud. Su impotencia ya es compasión. Lo contrario es la ignorancia, la huida, la indiferencia. Delante del mal, intenta ayudar, aunque no puedas.

¿Alguna otra orientación?

Procurar hacer las cosas de manera que no haya demasiados ángulos rectos. Cuidarse y cuidar. Potenciar el valor de la palabra amable, de la dulzura, de la mansedumbre, de la compasión. Hay gente que lo procura, que tiene espíritu franciscano. Por eso hablo de conspiración del desierto. Las desgracias siguen creciendo, pero la conspiración de la buena gente, también.

¿Es buscar menos infierno en el infierno?

Italo Calvino habla de «hacer retroceder el infierno». Ensanchar al máximo la resistencia. Y resistir es hacer las cosas bien y hacer el bien. Hay que hablar cada vez menos de futuro y más de mundo.

¿Mundo?

En griego, cosmos significa una cosa armoniosa, ordenada y bella. Y en latín, se añade la idea de limpieza. Mundo es lo contrario a inmundicia (y el mundo está a rebosar de suciedad). Hay que hacer más mundo, de la misma manera que hay que intensificar lo humano. La acción de resistir vale la pena, acabe como acabe todo.

De momento, la excepcionalidad es la normalidad.

También hay guerras y otras situaciones extremas. La vida individual y colectiva cuelga de un hilo. Ocurre que, a veces, entramos en una especie de pensamiento paradisíaco, pero estamos a las afueras del paraíso. Y aun así, los protagonistas seguimos siendo nosotros.

Pan, casa y canto. ¿Con eso podríamos tirar?

¡Y tanto! Pan y casa son lo mismo. Alimento y refugio. La calidez del hogar. No tienen que ver con sangre ni con identidad. Tiene que ver con reposo y recuperación. Y el canto es la palabra que vibra y cura.

Nació en Mediona, es nieto de pastor e hijo de carnicero. ¿Ha condicionado su gusto por la proximidad?

Son condicionantes enriquecedores. Pero, ¿por qué leemos a Platón después de 2.500 años y resuena en nosotros? Porque muchas de las experiencias significativas son compartidas: el goce de la vida, la angustia de la muerte, la amistad, los peligros de la degeneración del conocimiento. Eso es lo que nos reúne, aun en el desconcierto.

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