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COMPLICIDADES

El calor como estilo

Como dijo el filósofo prusiano disfrazado de dietista, somos lo que comemos; por eso el hecho de atiborrarse de carnes rojas y chucrut, y beber aguardientes destilados, inclina de forma inevitable a la melancolía, y la melancolía conduce, también de modo inevitable, hacia las cábalas metafísicas y las subsiguientes conjeturas propias del idealismo alemán. Por el contrario, la tan alabada dieta mediterránea -sobre todo si incluye jamón ibérico y vino tinto Gran Reserva- obliga al ser humano a la alegría y al disfrute de los goces terrenales, y, cuando ese mismo ser humano siente la tentación de ponerse a escribir, propende -de manera no menos inexorable que los artistas centroeuropeos- a la poesía lírica de corte hímnico y celebratorio. Es así de sencillo, y no hay por qué profundizar demasiado en el asunto.

Ahora bien, si somos lo que comemos, también somos, en igual medida, lo que sudamos. Y lo que dejamos de sudar. El clima hace al hombre, y el hombre, esa bestezuela climática, hace después lo que puede con lo que el clima ha hecho de él. En realidad, somos los restos segregados por las aventuras atmosféricas. Los hijos de la lluvia, los nietos de la nieve, los abuelos del viento, los primos terceros de la escarcha.

Según donde nos haya correspondido nacer en la gran rueda del azar meteorológico, parece que estamos condenados a ser, vivir y escribir de una manera concreta. Esto no quiere decir que no pueda darse el caso, por ejemplo, de un pintor esquimal al que su naturaleza lo empuje a crear delicados atardeceres al óleo que tengan por tema La Albufera valenciana, con sus campos de arroz en la marjal, sus cañaverales y sus barquitos ortodoxos de vela latina; pero resulta más difícil que la tendencia hacia la tradición pictórica inuit, que tiene como principal motivo el estudio de los iglús y las estepas heladas.

Por lo que concierne a los artistas españoles, sobre todo a los mediterráneos, puedo decir, tras décadas de observación a pie de campo, que somos criaturas sometidas por el sol, animales carbonizados, aplastados por una meteorología que puede ser favorable para el turismo, pero bastante menos para la creación artística. De ahí el gran mérito que tiene el que hayamos podido hacer lo que hemos hecho hasta la fecha. Imagínense ustedes qué habríamos podido pensar, cantar y contar con diez o doce grados menos durante nuestros interminables veranos.

El calor, y la consecuente sudoración que supone, y el consiguiente estado de ánimo que propicia -entre la irritación y la cólera- constituyen un estilo, y nos han hecho como pueblo. Todo en España se explica acudiendo a las fuentes climatológicas.

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