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Cuando ya nada se espera, y solo queda la lealtad

El libro de Griñán ha sido escrito para su hijo, a fin de explicarle, e interpretar, lo que representó para él participar en la vida política de la Transición.

Cuando ya nada se espera, y solo queda la lealtad

En uno de los capítulos de la Biblia, Abdías, texto poco leído y comentado del libro, se cuenta la historia de la relación entre Edom y Judá y el comportamiento de aquel contra su compañero. Se le atribuye a Edom no defenderlo ni apoyarlo en una época de malos tiempos, lo que provoca que Yahvé anuncie su destrucción y la defensa del pueblo de Israel («Tal como tú hiciste, tu recompensa volverá sobre tu cabeza, proclama el Dios de los judíos, porque aquel día te pusiste en el bando contrario») Edom se rebela y proclama su independencia de Juda y su apoyo a los enemigos de Israel, pero será destruido tal como había proclamado Yahvé. En otras culturas la fidelidad llegaba hasta la muerte y así, cuando moría el Farón de Egipto, sus sacerdotes y fieles de la corte quedaban encerrados en su tumba, por propia voluntad, hasta su fallecimiento, sin agua y sin comida. La fidelidad era, por tanto, un valor inescrutable que quien la rompe está condenado a la marginalidad y la muerte. Nada que ver con la política actual donde predomina sobre todo la deslealtad, pero cuando alguien pierde el poder los que le siguieron suelen caer en la marginalidad. Es lo mismo que con el Faraón, pero menos traumático. Ocurrió con Casado cuando perdió las riendas del PP, todos aquellos que le habían manifestado lealtad, casi eterna, cambiaron rápidamente para no perder comba en el ascenso político. Pero también ocurrió en tiempos no muy lejanos en el PSOE.

La lealtad tiene distintas dimensiones. Una es la ideológica o religiosa, mantenerse fiel a las convicciones que uno ha ido adquiriendo a lo largo de su vida, lo cual no siempre es una virtud puesto que la adaptación a los cambios y a la percepción de los mismos hace que se modifiquen las fidelidades. El que en ningún caso varía de opinión puede llegar al fanatismo. Ya decía Immanuel Kant que el sabio puede cambiar de opinión, el necio nunca. Solo cabe mantenerse fiel permanente a los colores de nuestro club de fútbol porque eso es más que una deslealtad, es traición. No en balde el Liverpool tiene como lema We’ll never walk alone. En realidad, la connotación más importante se centra en las relaciones personales, en la conducta practicada con los demás para no distorsionar los pactos, explícitos o implícitos, a los que hemos llegado con el otro. Por eso leer las memorias-testimonios de José Antonio Griñán Cuando ya nada se espera (Galaxia Gutenberg, 2022) es concluir que hay personas, incluso dentro de la política, que son leales a sus amigos, compañeros y a su manera de entender el mundo por encima de los avatares padecidos en la historia de sus responsabilidades políticas.

Su libro me retrotrae a la biografía que escribió Dudley Barker (The man of Principles, 1970) sobre el premio nobel de Literatura de 1932, John Galsworthy, dramaturgo y poeta, que insistió sobre el sentimiento de la lealtad en La saga de los Forsyte. Participó como camillero en la I Guerra Mundial en el ejército británico y le concedieron el título de Sir, pero lo rechazó al considerar que su contribución en la contienda no podía equipararse a la de sus compatriotas y no no tenía el valor de aquellos soldados que lucharon y murieron en las trincheras en un conflicto que provocó casi 700.000 bajas de militares británicos. El libro de Griñán ha sido escrito para su hijo, a fin de explicarle, e interpretar, lo que representó para él participar en la vida política de la Transición, en los gobiernos de Felipe González, sus cargos en la Junta de Andalucía como consejero y presidente de la misma. Como señala el historiador Fernando Rey en el Prólogo («Una vida al servicio de la democracia y la convivencia»), «no fue un político profesional. No hizo de la política un fin en sí mismo, ni un objetivo personal». Griñán ganó las oposiciones de Inspector de Trabajo a los 24 años en 1970. Lo conocí en el Congreso de los Diputados cuando me lo presentó Alfonso Perales, diputado por Cádiz, uno de los pocos amigos de fuera de mi jurisdicción -València- que hice en mis cuatro legislaturas (1986-2000). Nuestra relación se ha hecho fluida a posteriori, cuando ambos estábamos jubilados, -somos de la misma edad- y habíamos abandonado la política activa. La lealtad a las personas por las que se siente consideración se demuestra cuando ya no tienen ningún poder ni pueden proporcionarte ninguna ventaja. Le escribí para saber ver cuáles eran sus circunstancias procesales, entendiendo su situación personal después de haber obtenido información sobre los hechos por los que pasó, y a partir de entonces hemos construido, en estos casi cinco años, una amistad a distancia. El WhatsApp es un buen instrumento de comunicación, no solo para escribir banalidades. Curiosamente teníamos elementos vitales comunes: él era hijo de militar y creció «en el oscuro Madrid de la posguerra» (yo entre Ceuta y València).

A través de su libro he descubierto lo que ya intuía, y es que pese a haber sido dirigente del PSOE y estar en contra de las políticas del PP, no es sectario y es capaz de reconocer, por ejemplo, la capacidad política de José María Aznar y sus intentos de que el centroderecha español no tuviera complejo de enfrentarse a las tesis del centroizquierda, atribuyéndole un «liberalismo controlador». Su visión de la vida política española entre 1977 y la actualidad es un buen testimonio para encajar y entender lo que ha sido la España democrática, con sus luces y sombras, que hemos compartido. Como me escribió, «sé que la vida no tiene sentido, pero quitarle a su peripecia vital sus fundamentos me resultaba insoportable». Ojalá otros que vivieron esos tiempos se atrevan también a dar su diagnóstico por escrito.

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