Valiente/Martino

José Ángel Valente

José Ángel Valente

Jaime Siles

Jaime Siles

Los epistolarios -en la medida en que permiten asomarse a la intrahistoria de un autor y ver desde muy cerca los matraces y mezclas usadas por él en el proceso generador de su escritura- constituyen una importante fuente de la historiografía literaria. El poeta e investigador Saturnino Valladares lo sabe y por eso contribuyó a nuestro mejor conocimiento de la poesía del 50 con su excelente estudio Retrato de grupo con figura ausente. Edición y análisis de la correspondencia entre José Ángel Valente y los poetas españoles de su edad (Ourense, 2016), aumentado ahora por esta correspondencia mantenida con uno de los más sagaces críticos de la época, Florentino Martino (Ribadesella, 1930), a quien debemos significativas indagaciones sobre la poesía de Claudio Rodríguez, Ángel González, Jaime Gil de Biedma, el estilo del filósofo Juan David García Bacca y los libros La criba y el hisopo (Estudios sobre poesía española e hispanoamericana) (Caracas, 1979) y El silencio y las figuración (un estudio sobre la poesía de José Ángel Valente) (Caracas, 2008), entre otros.

Las treinta y nueve cartas ahora reunidas (veinte de Valente y diecinueve de Martino), escritas entre el 10 de enero de 1963 y el 7 de enero de 1993, dan cuenta de un feraz y profundo diálogo entre el poeta y su crítico, las coincidencias y discrepancias entre ambos, y el modo en que uno compone y el otro lee e interpreta. Así Valente -que, como él mismo reconoce, no puede evitar los efectos de sus «reflejos críticos»- opina que «la valoración es más eficaz cuando queda entrañada en la crítica misma» y no ahorra informaciones sobre determinados poemas suyos y las circunstancias en que los escribió. En este sentido la metodología seguida por Saturnino Valladares resulta modélica, pues se ocupa tanto del análisis textual de las cartas como del contexto social y cultural que las enmarca, contribuyendo así tanto a la exactitud de su lectura como a su precisa y necesaria comprensión. Las notas relativas tanto a la obra de Valente como a las de las personas citadas o aludidas constituyen una ayuda excelente y conforman un corpus de apoyo hermenéutico. Martino le comenta que ha asistido con Ángel González a unos coloquios sobre poesía celebrados en el verano de 1969 en Santander y la deprimente sensación que las intervenciones de los poetas le han causado, a lo que Valente responde: «Nada me extraña tu penosa impresión de esos coloquios santanderinos. Suelen privar en tales actos los pretendientes bastardos a un puesto en el escalafón. Poco tiene eso que ver con la poesía o con nada que merezca la pena. Pero me parece importante para ti como experiencia directa de la cosa nostra». Martino le señala ecos de Vallejo, de Cernuda, de Lezama Lima, que Valente acepta o discute, aportando a su interlocutor información relativa a los intertextos de Presentación y memorial para un monumento (1970) y a su consejo de guerra con motivo de la publicación de Número trece (1971).

El texto más importante es la carta del 6 de septiembre de 1971, en la que Valente expone a Martino puntos significativos de la poética inicial de su generación y su «manifiesta ruptura con el lenguaje grandioso o pseudograndioso de ciertos modelos próximos (Neruda, Aleixandre, los sociales de la Antología Consultada, el pastiche neobarroco o el pastiche neorilkeano, por ejemplo) en un lenguaje que empezó a caracterizarse por la voluntad de omitir no la palabra tanteante sino la palabra tanteada, repetida, accesoria, gastada, en beneficio de la precisión (poesía entendida como lenguaje indirecto, pero preciso, tanto por exacto como por necesario) y del rigor del pensamiento (pero de un pensamiento poético)». Las formas nuevas -según Valente- «rompen con el tradicionalismo, con la cristalización de la tradición o del lenguaje, al imponer a una y otro proyecciones nuevas (contenidos o zonas de realidad alumbrada)» y «no llegan a su ser total hasta que no alojan todos sus contenidos posibles» y sólo entonces «llegan a ser verdaderamente nuevas y a la vez dejan de serlo». De ahí que «el movimiento creador (visto como tal) es una fuga perpetua de la forma a la formación». Como Martino no acaba de entender el cambio operado en Valente a partir de El inocente (1970) -el primer libro suyo que Valente, por cierto, en el mismo año de su publicación me envió- éste le explica que «La fidelidad a las formas hechas paralizaría todo el movimiento creador» y que «Más vale perderse en la noche que sobrevivir vestido de estatua pública con tres poemas para antologías de época». Para Valente «el enigma es una de las formas de aparición de la realidad», y su nueva escritura -añade- busca «ese punto en que el significante sometido a un máximo de tensión ha de decir (abrasado en su propia imposibilidad de decir) lo indecible», ya que «lo propio del lenguaje poético» es «llevar a su tensión máxima la cortedad del significante y la infinitud de los significados».

A todo ello Martino le opone lo siguiente: que «el autor -en este caso, Valente- confió al lenguaje más de lo que el lenguaje puede expresar» y le puntualiza que, en su opinión, las formas utilizadas por los jóvenes poetas del 50 «no eran para ese tiempo más nuevas que las de sus predecesores». Valente insiste en que el cambio, que Martino no entiende, «consiste sobre todo en una mayor liberación del contenido creador de la imaginación. Y acaso en una percepción mayor de los elementos de censura de los que el lenguaje mismo es portador y de la consiguiente necesidad de destruirlos para que el lenguaje sea lugar donde la realidad (objeto del poema) pueda manifestars». Martino le responde, diciéndole que se pregunta «si esa aventura (sin duda, necesaria) no corre el riesgo (sobre todo en algunos poemas) de ser víctima de su propia libertad» porque el «significado queda en el territorio de las intenciones sin entrar en el de las realidades». Martino critica, sobre todo, las inclinaciones vanguardistas de Octavio Paz y el progresivo abandono de Unamuno y Antonio Machado por parte de los novísimos. Valente contesta, argumentando que esto es consecuencia «de la crisis escandalosa y la agresiva putrefacción contemporánea de la ideología y de la cultura», explicando de paso algunas de sus fuentes y atacando muy injustamente a Paz, al que define como «un comerciante hábil de productos del subdesarrollo en los países desarrollados y viceversa»: «Paz mismo es - concluye- un subproducto brillante de las cosas con las que comercia. Brillante, pero subproducto». En cuanto a la poesía novísima «le falta- dice- capacidad de sedimentación: está demasiado soplada por vientos de superficie. Algunos de sus productos son simplemente grotescos». Ni siquiera Claudio Rodríguez se libra de algún que otro varapalo en medio de no pocas cargas de profundidad por parte de ambos corresponsales. Esta correspondencia a nadie puede dejar indiferente: en ella se tocan temas que afectan tanto a la poesía de Valente como a la de toda su generación y la siguiente: constituye, pues, un documento imprescindible.

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