Viñetas raras

La memoria herida

Este país fingió su memoria a partir de 1936, huyendo del horror de una guerra en la que los vencedores impusieron una verdad a la que contradecían los recuerdos.

La memoria herida

La memoria herida / Álvaro Pons

Álvaro Pons

¿Qué nos queda si hieren nuestra memoria? La memoria es un constructo complejo y complicado, generado por capas y capas de recuerdos que se entrecruzan y tapan entre ellas hasta llegar a ocultarse, mimetizarse o, simplemente perderse en un maremágnum con el que la naturaleza nos proveyó para adaptarnos al medio, pero también para definir nuestra identidad. Somos nuestros recuerdos, guardados a lo largo de la vida por la experiencia, pero también creados desde nuestra imaginación como mecanismos de protección ante nuestro propio pasado.

Las sociedades, al igual que los individuos, trabajan una memoria colectiva formada como suma de sus individualidades, pero emulando el trayecto que ha seguido cada uno de sus miembros. Los recuerdos queridos se magnifican entre capas de crónicas imaginadas, mientras que los dolorosos se hunden entre olvidos impuestos que intentan reescribir una realidad temida. La sociedad llama a esa memoria “historia”, sin apenas apercibirse de hasta qué punto esa cronología entendida como verdadera es el resultado de una memoria fingida.

Este país tuvo que fingir su memoria a partir de 1936, buscando huir del horror de una guerra en la que los vencedores impusieron una verdad a la que contradecían los recuerdos. Lo contó como nadie lo había hecho antes Tito en La memoria herida, cuarto tebeo de la serie Soledad donde el relato de la España vaciada dejaba el presente para encontrar en el pasado las heridas abiertas del hoy. Su primera página ya nos avisa del dolor de lo que leeremos, con ese niño sonriente que piensa que lo que oye a lo lejos son los petardos de una fiesta, sin entender el miedo que hace correr a su familia y vecinos, con esa ingenua felicidad que será perdida por la sangre derramada.

El relato de Tito es implacable, lento y minucioso, contando cómo el odio se desata y se transforma en muerte, en terror y pena. Su lápiz va rasgando como un escalpelo el velo que descubre a esa memoria herida, fijándose en todos esos momentos donde el recuerdo deberá ser olvidado, donde la invocación del pasado no encontrará más que el fingimiento de una realidad falsa. Los horrores de la guerra, los asesinatos, las violaciones y los juicios sumarísimos, se van sucediendo mientras los vecinos de Soledad huyen y buscan escondite, a sabiendas de que un mal recuerdo es sinónimo de una sentencia fatal. No hay en las viñetas de Tito búsqueda de venganza o de remordimiento, pero desenmascarar la memoria herida nos atraviesa el corazón porque sabemos que los recuerdos de ese pequeño pueblo son los que han edificado el hoy en el que vivimos.

Entendemos, ahora, lo que subyacía en anteriores entregas de la serie, en las que pensábamos, errados, que el retrato de ese pequeño pueblo toledano era una estampa folklórica pretérita y no el testimonio fingido que el ayer nos trajo para olvidar. Lo intuíamos por las conversaciones robadas, por las miradas tristes, pero ahora vemos cada arruga de esas ancianas que hablan de sus quehaceres cotidianos en la puerta de casa como el surco de un relato grabado del dolor.

En la persona de Tiburcio, su abuelo, nos habla de ese horror y nos anuncia que el próximo volumen, El hombre fantasma, tratará otro tema borrado: aquellos que se escondieron en las casas para huir de la purga, los «topos» de nuestra historia, como tan acertadamente los llamó Manu Leguineche. Más de tres décadas después de su edición en Francia, por fin, La memoria herida trae su bellísimo título al país que originó su historia gracias a la editorial Cascaborra, que ha publicado ya las tres anteriores entregas de esta obra maestra del cómic.

No se la pierdan. Recordarán.

Suscríbete para seguir leyendo