La caldera del diablo

Capitán Swing reedita la biografía de Salvador Allende de Mario Amorós, que no se esconde a la hora de reseñar algunos de los errores que cometió el líder de la vía chilena al socialismo

Salvador Allende

Salvador Allende / L-EMV

Alfons Cervera

Alfons Cervera

Conozco de largo al autor de este libro. De muy largo. Hemos coincidido en muchas ocasiones. Siempre con libros por medio. Siempre con Chile como ese espacio que es para muchos de nosotros un punto imprescindible en el mapa, no sólo el político, sino también el de los afectos. Hubo un tiempo en que hablar de Chile era como hablar de lo que aquí nos hubiera gustado que estuviera pasando. Y no pasaba. Pero sentíamos una inmensa satisfacción y mucha envidia porque aquel 4 de septiembre de 1970 la Unidad Popular de Salvador Allende había ganado las elecciones y empezaría un tiempo nuevo en el país andino. Y digo nuevo, pero también convulso, como suele pasar siempre que, sea donde sea, gana las elecciones la izquierda y las pierde la derecha. ¿Les suena esto que acabo de escribir? Seguro que sí. Es como si las derechas tuvieran registrado el título de propiedad de las democracias. Y, si no ganan las elecciones, pues guerra sin cuartel contra los gobiernos que recortan -aunque sea mínimamente- los privilegios de los multimillonarios y las empresas que los alimentan.

Dije que conozco a Mario Amorós desde hace mucho tiempo. El libro del que escribo ya había sido publicado hace diez años. Y ahora ha vuelto con bastantes novedades en una preciosa edición de Capitán Swing. Una imprescindible biografía de Salvador Allende. Política y humana, creo que a partes iguales. El protagonista de esta biografía había nacido en Santiago de Chile el 26 de junio de 1908. Y murió el 11 de septiembre de 1973 en el Palacio de la Moneda. Fue el día del golpe de Estado de Augusto Pinochet y sus fuerzas armadas que acabó con la vía chilena al socialismo. El presidente Allende no dejó que lo asesinaran los sicarios militares del general traidor.

Y se suicidó después de ordenar a sus compañeros que abandonaran lo que empezaba a ser una ruina bajo las bombas fascistas. Se lo dijo a Joan Garcés, uno de sus más cercanos asesores: «Alguien tiene que contar lo que aquí ha pasado y sólo usted puede hacerlo». Un día tuve el inmenso honor de conocer al doctor Óscar Soto, médico personal y amigo del presidente. También presente en el palacio presidencial aquella trágica mañana de hace cincuenta años en Santiago de Chile.

Llevábamos a Chile en el corazón y el 11 de septiembre de 1973 el general Augusto Pinochet dio un golpe de Estado al que siguieron unos años de violencia insoportable. Miles de detenciones y torturas. Miles de muertes y desapariciones. Entre ellas, las del sacerdote valenciano Antoni Llidó. El asesinato de Miguel Enríquez, líder del MIR, en su casa santiagueña de la calle Santa Fe, también en 1974. Una balacera que dejó herida a su mujer, Carmen Castillo, autora de los fantásticos documentales La Flaca Alejandra y Calle Santa Fe.

El horror que menguó cuando el dictador perdió en 1988 el plebiscito que habría de eternizarlo en la jefatura del Estado. Cuando fue detenido en Londres, diez años después, acabó su carrera política, hasta su muerte en el año 2006. Una herencia de crímenes y corrupción que llena de indignidad y de vergüenza su memoria.

Desde el primer momento no cesaron las conspiraciones contra el gobierno de Allende. Y siempre, impulsando esas conspiraciones, la todopoderosa CIA estadounidense. Con ese ser abyecto que fue Henry Kissinger, secretario de Estado con Richard Nixon, a la cabeza. Unos meses después le concederían el Premio Nobel de la Paz. Igual fue para premiar los golpes de Estado y las violaciones de derechos humanos que urdió en todo el mundo.

Y siempre, en su país y allá por donde fuera, las palabras del presidente para argumentar su insobornable defensa de la democracia: «Al Estado corresponde orientar, organizar y dirigir, pero de ninguna manera reemplazar la voluntad de los trabajadores». Y en su contra, bien que lo cuenta Mario Amorós en este libro que habríamos de leer sin excusas: «El 9 de noviembre de 1970, antes de que Allende cumpliera su primera semana en La Moneda, Henry Kissinger reunió al Consejo de Seguridad Nacional y, por orden de Nixon, aprobaron un plan de agresión contra Chile…». Y más testimonios del cerco al que el mundo del dinero, con sus numerosos y poderosos tentáculos mediáticos, sometió al gobierno de la Unidad Popular. Lo cuenta Eduardo Galeano -y lo reseña Mario Amorós en este libro- en una entrevista que le hizo a Allende y se publicó el 18 de septiembre de 1970, apenas una semana después del triunfo electoral. Una viñeta que aparecía en un diario conservador chileno mostraba a San Pedro y a un angelito que le peguntaba: «¿Qué estás viendo?». Y la respuesta del portero de los cielos: «La caldera del diablo». El cerco fascista a la vía chilena al socialismo. Ya desde el primer día de su victoria. Y un añadido en el que insiste el autor de esta apasionante biografía: la responsabilidad de la Democracia Cristiana en el golpe pinochetista.

No se esconde Mario Amorós a la hora de reseñar algunos de los errores que cometió el propio Allende. Son de sobra conocidos y alguno de ellos también nos cae cerca, como lo difícil que resulta el funcionamiento tranquilo de los gobiernos de coalición. Gestionar las diversidades internas nunca es fácil. Y en aquel Chile asediado por dentro y por fuera del país fue a ratos difícil y a ratos imposible. Igualmente las controvertidas medidas económicas que llevó a cabo la Unidad Popular, unas medidas que, según algunos analistas, incluso según el propio Fidel Castro con quien tantas cercanías cultivó el mismo Allende, debiera haber medido con menos exigencias.

Pero todo, los aciertos y los errores, forman parte y engrandecen una biografía. Y la que nos ofrece Mario Amorós de Salvador Allende es de las que dejan huella. Lo mejor para comprobar si tengo razón es que ustedes la lean, ¿vale? Y entonces hablamos.

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