Heredera de la mejor tradición inglesa

‘El pasado’, de Tessa Hadley, no solo es una novela sobre la transformación de un clan, también sobre la evolución de un país

El pasado, de Tessa Hadley

El pasado, de Tessa Hadley / L-EMV

Anna María Iglesia

Fue cumplidos los 46 años cuando Tessa Hadley (Bristol, 1956) publicó su primera novela, Accidents in the home. La crítica no tardó en aplaudir su maestría subrayando su capacidad de observación a la hora de retratar los aspectos más siniestros de la aparentemente placentera vida de la clase inglesa acomodada, penetrando con habilidad en la institución familiar. En Hadley, la familia es la máscara tras la cual se esconden conflictos profundos que trascienden lo puramente familiar y que definen, en muchos aspectos, la podredumbre -o, si se prefiere, lo siniestro- de la «sociedad bien». Como recordó en estas mismas páginas Olga Merino, con ocasión de la publicación de Lo que queda de luz en castellano, hubo algún crítico que desdeñó su literatura tachándola de «bajo octanaje» y reprochándole el hecho de retratar siempre ambientes de clase media alta a través de personajes maduros, todos blancos y ajenos a los problemas sociales. Detenerse en la mera ambientación es obviar el trasfondo de su literatura, que, con una agudeza excepcional, narra la transformación de la sociedad inglesa de las últimas décadas, lo que tiene que ver con la moral, los hábitos, la cultura… con un modo de vida.

Si en Amor libre se centraba en la revolución sexual de los 60, y en Lo que queda de luz, en la hipocresía, las mentiras y el juego de apariencias de un grupo de amigos cultos, esnobs y económicamente privilegiados, en El pasado encontramos todos estos elementos entremezclados en una historia familiar que tiene como punto de partida el reencuentro de cuatro hermanos en la vieja y majestuosa casa del clan. Alice es romántica, sentimental, intenta rescatar los recuerdos encerrados entre esas cuatro paredes, revivir un pasado que, sin embargo, está tan agrietado como la casa, que se viene abajo y cuyas imprescindibles reformas ningún hermano puede económicamente afrontar. Luego está Harriet, la hermana mayor, la más comprometida políticamente, con espíritu revolucionario e independiente, y Fran, la única de las tres en ser madre. Roland es el hermano pequeño, al que sus hermanas aún recuerdan con pantalón corto y que regresa siendo un hombre de éxito, subido a su Jaguar, con una hija adolescente que no se separa de su móvil y con Pilar, su tercera mujer, abogada argentina de prestigio. 

El reencuentro de las tres hermanas -que tanto nos remiten a Antón Chéjov como al Ingmar Bergman de Gritos y susurros- con el hermano hace aflorar la historia familiar: desde al abuelo, el vicario del pueblo en el que está situado la casa, hasta Tom, el padre y periodista mujeriego que de joven se entusiasmó con las revueltas francesas del 68, pasando por Jill, la madre, que, cansada de su marido, decidió coger a sus hijos y volver a esa casa familiar en medio de la campiña inglesa, donde murió joven de cáncer. De una manera u otra, los cuatros están obligados a gestionar ese legado: el conservador y el revolucionario, el transgresor y el melancólico. Alice se aferra a los recuerdos como su madre se aferraba a la casa; Roland rompe con el papel de hermano pequeño necesitado de protección erigiéndose como hombre de éxito, y Harriet vive con contradicciones su origen acomodado. En medio está Kasim, el joven paquistaní, hijo de una antigua pareja de Alice, que recurre a su origen para reivindicarse y así señalar con el dedo a la familia que lo acoge, y Pilar, que descubre ser uno de los tantos bebés robados en la Argentina de los 70. 

El pasado familiar es también el de un país: la vieja casa nos remite a Brideshead, mansión que Evelyn Waugh convirtió en metáfora de un tiempo que termina y de una clase social, la vieja aristocracia inglesa. Aparecen la burguesía y los nuevos ricos: ahí está Roland con su Jaguar como expresión de ostentación económica. Nos remite además a Jane Austen y su Mansfield Park: si en Austen aparece, aunque de soslayo, el tema colonial y de la riqueza obtenida por el tráfico de esclavos, aquí Kasim no solo es un guiño a ese pasado, también al presente y a la pregunta sobre los «nuevos» ingleses, que reivindican tanto su origen como su condición de británicos. Asimismo, es imposible no pensar en Henry James, por su capacidad de indagar en el alma humana y convertir dicha indagación en un retrato crítico, a veces cínico, de la sociedad inglesa. Hadley es la mejor heredera de esta tradición y El pasado es su mejor novela de las tres publicadas en castellano: una obra excepcional que narra la vida de unos personajes y de un país, la vida en todas sus facetas.  

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