El silencio de las mujeres

‘Migas’ narra la vida de Raimunda, desde su infancia en La Mancha, donde aprende a hacer pan bajo las últimas sombras de la Guerra Civil, al traslado con sus hijos y su marido a València

El silencio de  las mujeres

El silencio de las mujeres / álvaro pons

Álvaro Pons

Se dice, quizás con demasiada ligereza, que el cómic es un híbrido de palabra y dibujo, olvidando que la tradición de la historieta hunde sus raíces en esos tiempos en los que la palabra era inaccesible y era precisamente el dibujo el que permitía transmitir los mensajes pretendidos. Con el tiempo, la palabra, cierto es, pasó a ser un recurso habitual de la historieta hasta convertirse en omnipresente en esta sociedad donde se sigue reverenciando el logocentrismo como cúspide del conocimiento, sin consciencia de la revolución que el propio concepto de lectura ha alcanzado. Hoy leer es mucho más que decodificar esos dibujos llamados letras que conforman la palabra: hoy la palabra «lectura» esconde un ejercicio que se expande y muta constantemente, que absorbe como una esponja formas y medios hasta dejar la idea moderna de la multimodalidad en tan solo un intento de abarcar las múltiples facetas, posibilidades y potencialidades que es capaz de desarrollar una lectura que avanza todavía más rápido que quienes buscan explicarla. Y el cómic vuelve a demostrarnos que siempre estuvo ahí, en ese cruce de caminos donde todo está por descubrir y en el que se instala con comodidad, sabiendo que el poderío de la imagen está de su lado.

Ese poder que cincela nuestra memoria a trazos dibujados por los recuerdos, creando una línea que une sensaciones con sentimientos, como una argamasa sutil que construye nuestro presente sobre el miedo al olvido. Y no hacen falta palabras para recorrer ese trazo, como demuestra Javier Castañeda en Migas (Aristas Martínez) espectacular debut en la narración gráfica que se alzó con el extremeño Premio Pang de Novela Gráfica gracias a la delicadeza con la que los dibujos nos hablan del pasado. Migas recuerda la emigración que sufrió este país durante la posguerra, de esa que vació pueblos que veían que aquello que les había dado el sustento se agotaba hasta obligarles a abandonar sus hogares y buscar nuevos lugares. Un relato común a muchos lectores y lectoras que encontrarán en la abuela del autor, protagonista de esta historia, un relato reconocible y cercano, que seguro han escuchado, pero que Castañeda consigue llevar a su esencia. Imágenes que nos llevan de los escenarios rurales de La Mancha a la bulliciosidad urbana de una Valencia que comenzaba a crecer, en la que los lugares toman protagonismo para contarnos historias sin pronunciar ninguna palabra. Imágenes silenciosas, como las mujeres que acompañaron a sus familias en ese trayecto sin retorno y quedaron invisibles en el relato de la historia, olvidadas.

Pero en Migas vemos sus manos, las que amasan el pan que podemos oler, las seguimos en su resignación y en su dolor, en sus alegrías y penas contenidas por el duro día a día que no admite descanso. Y esas miguitas de silencio van marcando un camino que, como el surco de un disco, nos trae una melodía atronadora, una realidad que construye un relato escrito por esas mujeres que en la posguerra mantuvieron a sus familias sin contar nunca en el listado de las hazañas heroicas, aunque la suya lo era más que ninguna. Los dibujos traen olores, tacto, sonidos, que transforman el discreto bitono de las viñetas en un torrente de sensaciones proustianas que construyen esa memoria sin palabras de las mujeres de este país. No era fácil el reto de contar tanto sin palabras, pero Castañeda exprime las posibilidades del cómic para crear un relato de una arrebatadora belleza poética, tan potente en su estética como la reivindicación de su mensaje.

Una gran lectura sin palabras.