Mirar al pasado

María Herreros había demostrado sobradamente su talento con una trayectoria intachable tanto su como ilustradora y como creadora de cómic

Mirar al pasado

Mirar al pasado / álvaro pons

Álvaro Pons

A veces la evolución de una autora depende de circunstancias inesperadas. María Herreros había demostrado sobradamente su talento con una trayectoria intachable en la que combinaba tanto su faceta de ilustradora como de creadora de cómic, por lo que no sorprendió a nadie que se le encargara desde el Museo Thyssen-Bornemisza la realización de una biografía en historieta de la pintora Georgia O’Keeffe (editada por Astiberri). Sin embargo, es evidente que lo que debía ser un encargo cambió radicalmente la forma de entender la creación de la ilustradora: la artista americana impactó con fuerza en la autora, impulsándola a transitar caminos que quizás nunca se hubiera imaginado que podía abordar. Historia de una niña con pánico a ser mujer (Lumen) fue un claro resultado de esa nueva mirada, que podía por fin reflexionar sobre la imagen que le devolvía el espejo, buscando en su pasado las respuestas de las preguntas que su presente le traía, encontrando por fin sentido a los sentimientos que nunca tuvieron explicación.

Con esa fuerza, Herreros dio un nuevo paso: plantearse la realización de una obra que exploraría sus raíces familiares a través del diario que su abuelo escribió cuando tuvo que dejar el pueblo para incorporarse al frente republicano en la guerra civil. Un hombre sencillo, que contaba lo que le sucedía con el horror de unos ojos inocentes que no buscaban narrar la épica de la batalla, sino el miedo que se le pegaba a los huesos, el dolor ante la muerte sin sentido, ante el terrible desastre que ninguno quería. Un barbero en la guerra (Lumen) nace de esa mirada a su familia, del amor que tenía a su abuelo y del choque que le producía la lectura de esos diarios, de las cartas de amor que Domingo mandaba a Rosa, de cómo la inocencia intentaba sobrevivir a la crueldad y el horror de los cuerpos que caen sin vida. Porque para contar ese pasado, necesitaba también contar el suyo, su infancia y su adolescencia, creando un relato paralelo donde cada episodio desgrana los profundos lazos que tenía la autora con su abuelo, haciendo que el dibujo le devuelva los sentimientos que vivió aquel joven que salía del pueblo para llegar al frente. El detalle de lo cotidiano genera unos contrastes inquietantes, entre el juego de una niña presente y la muerte transformada en algo común del pasado, haciendo que la barrera del tiempo sea algo más que una distancia que diluye los recuerdos: es un muro que mantiene la cordura en el hoy, protegiéndola de la locura que se vivió, de la memoria del horror.

Con la experiencia de su obra anterior, Herreros despliega todo su capacidad para narrar los recuerdos escritos de su abuelo: ilustración, cómic y relato escrito se hibridan sin solución de continuidad, saltando de uno a otro para encontrar siempre la forma adecuado para cada episodio, para cada momento, consiguiendo que los textos originales dialoguen a través del dibujo con los sentimientos que la autora vive, dejando que las emociones se canalicen a través del trazo, entre la ternura y espanto, para que los silencios tomen protagonismo y que sean las miradas las que interpelen al lector.

La lectura se convierte en un ejercicio completamente diferente: no leemos Un barbero en la guerra, lo compartimos, lo vivimos, no como una lectura ajena y distante, sino como el relato próximo de alguien que también conocimos, que nos ha atrapado desde esa portada donde Domingo nos mira y adivinamos en sus ojos ausentes el recuerdo de las atrocidades vividas.

Una obra que nos recuerda que no hay gloria en ninguna guerra, que no hay victorias, solo muerte y dolor de inocentes.