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18.000 kilómetros de experiencias

El joven Luis Herrerías afrontó múltiples adversidades al cubrir la distancia entre China y Montserrat montado en su bicicleta «Los problemas siempre tienen solución. Al día siguiente siempre sale el sol», sostiene el aventurero

Hace unos días, Luis Herrerías regresó de su aventura más arriesgada hasta la fecha: viajar en bicicleta desde China hasta Montserrat. Casi 18.000 kilómetros sobre un sillín, una veintena de países, más de un año y centenares de experiencias después estaba en casa. Entre los brazos de sus padres.

En muchos momentos tuvo que hacer frente a condiciones adversas como temperaturas extremas, lluvia intensa, fuertes vientos o decenas de kilómetros sin poblados a su alrededor. Pero toda vivencia tiene su moraleja: «Muchas veces me preguntaba qué hacía yo aquí o quién me mandaba a mí haberme metido en esto; pero los problemas tienen siempre una solución, al día siguiente siempre sale el sol. No tenemos derecho a estar infelices si es por algo que podemos cambiar», reconoce a Levante-EMV tras su hazaña.

Luis se acostumbra ahora a su nueva vida. O a la antigua, según se mire. «Tengo que adaptarme de nuevo, estoy descolocado», asegura, para añadir a continuación: «El cambiar de lugar cada día se convirtió en mi forma de vida. Era una completa aventura, aunque sabes dónde y cómo empiezas el día, no sabes cómo acabará, pero te acabas acostumbrando a esa libertad absoluta. Ahora, ni siquiera sé cómo organizar todas las paellas que tengo apalabradas con amigos y conocidos», bromea.

Todavía siente un cosquilleo al recordar el recibimiento masivo de su pueblo, el pasado sábado, aunque hubo un hecho que le provocó el mayor de los subidones emocionales. «No me esperaba ver a mi abuela a mi llegada. Recuerdo que ella se despidió de mí diciéndome que, quizás, cuando yo volviera ella ya no estaría. Reencontrarme con ella fue muy bonito», asegura Luis.

Muchos ensalzaron en el momento, y durante los días siguientes, su coraje. Es más que evidente que no todo el mundo está preparado para realizar una aventura de tal calibre, pero para él fue más importante el propio hecho de partir: «Hay muchos riesgos y peligros en un viaje así, indudablemente, pero creo que la verdadera valentía fue dar el paso. Dejar mi trabajo en Alemania, con un buen sueldo y estabilidad económica, porque no era feliz y quería cambiar. Necesitaba cambiar. Para mí, viajar es una vía de escape, una manera de cambiar si la vida no va como quieres», afirma el joven de Montserrat.

Momentos difíciles han habido. Y no pocos. «El mayor de los problemas que te encuentras es el viento. Vas cargado con las alforjas y te frena muchísimo. Es algo que afecta psicológicamente porque ves que usas energía y apenas avanzas», comenta sobre las adversidades de su viaje, a lo que añade: «En China, por ejemplo, me pilló el verano. Hacía mucho calor, las distancias entre pueblos eran muy grandes y solo piensas que estás a 40º C y que necesitas agua. En esos momentos piensas qué hago yo aquí. También fastidia mucho cuando tienes un problema mecánico, todo se te hace una montaña pero, al final, todo tiene solución y, al día siguiente, siempre sale el sol».

Magnitud de la hazaña

Una de las cosas que hizo más llevadero su viaje fue la hospitalidad. «Cuando me fui, mis amigos y familiares me decían que tuviera mucho cuidado para que no me pasara nada. La gente tiene miedo a lo desconocido, pero al salir de mi zona de confort he descubierto que el mundo está lleno de buenas personas», explica sobre las diferencias entre oriente y occidente, para proseguir: «Allí la gente no te prejuzga, te abre las puertas de su casa y luego te pregunta. Y cuando menos recursos tienen, más los comparten contigo. He recibido ayuda muchas veces sin siquiera pedirla, las personas van hacia a ti si te ven perdido o cansado y se interesan por ti. Es algo que he visto mucho en países musulmanes, ayudan al viajero sin preguntar». Un ejemplo, vale más que mil palabras: «En Istanbul me salieron dos llagas en el culo de tanto tiempo sobre el asiento. Allí, un conocido de un conocido me acogió en su casa. Me dio las llaves y me dijo que estuviera allí hasta que me recuperara. Él se iba a trabajar y me quedaba solo en su casa. A veces, salía a comprar, volvía y preparaba comida para los dos. Estuve cinco días como si fuera mi casa».

A medida que se acercaba a casa, la gente ya era más recelosa, pero también encontró hospitalidad y, sobre todo, se dio cuenta de la magnitud de su hazaña: «En Europa, aunque pensaba que encontraría menos hospitalidad, también hallé gente que me abrió las puertas de su casa, sobre todo cuando les explicaba lo que estaba haciendo. Aunque fue al pasar la frontera de España cuando realmente fui consciente de lo que había conseguido, la gente alucinaba cuando decía que venía, en bicicleta, desde China».

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