Francisco apenas pudo dormir ayer. Se acababa de llevar el susto de su todavía joven vida y a su mente afloraba una y otra vez la imagen de un fémur y un hueso de cadera que sobresalían de un pantalón putrefacto. «Cuando lo vi me impactó, me dio miedo y salí corriendo hasta la carretera», relató ayer a Levante-EMV el joven de 19 años que el miércoles encontró en torno a las 14,30 horas el esqueleto de un hombre en una zona de montaña a espaldas del Hospital de la Ribera. Las lecciones de una maestra que en su etapa escolar hizo hincapié en los huesos del cuerpo humano le permitieron reconocer rápidamente que se trataba de una cadera, la derecha para más señas, afinó. «No me lo creía, esto no puede ser que sea humano, no puede ser que no lo haya visto otra persona, no puede ser que no se hayan dado cuenta», fue la sucesión de pensamientos antes de contactar con una amiga de su madre por WhatsApp para comunicarle el macabro hallazgo -no tenía saldo para llamar- y dirigirse al hospital a pedir ayuda.

«Bajé asustado, para qué mentir, acojonado. Es un susto que te llevas y que a lo mejor dura dos o tres días, y el que diga que no se asusta miente o no tiene valor para asumirlo», incidió. Se dirigió a unos enfermeros que encontró fumando en las inmediaciones del hospital y les alertó de la presencia del esqueleto. «Les dije si por favor me podían ayudar y me dijeron que hablara con la policía, que ellos no podían hacer nada para salvarle la vida. Con la pinta que llevaba, yo creo que no se lo creyeron», comentó.

Francisco había ido caminando desde el Torrejó a esa parcela de montaña en busca de chatarra. Divisó entre los matorrales una caseta -«cuando vas buscando algo de hierro vas con mil ojos», dijo- y subió por el único acceso que hay, por el Camí de la Perrera. «Al subir pasé cerca de los huesos, pero sin fijarme. Dí la vuelta a la casa y me encontré una puerta de hierro, que estaba impecable y pensé, cinco euretes. Cuando bajaba para volver a casa a por las herramientas y a por el carro para llevarme la puerta me encontré el pantalón y una parte de la cadera», relató el joven, mientras señalaba que a apenas unos metros se encontraba una tibia.

La imagen de los huesos le impidió conciliar el sueño hasta bien entrada la madrugada. Apenas un par de horas a partir de las siete. No obstante, y pese al sobresalto, le quedaba una especie de satisfacción. «No he dormido esta noche -por ayer-. No me lo quito de la cabeza, como si notara su presencia, como si ese alguien me quisiera decir gracias, porque si no paso yo en ese momento, o cualquier persona, no se hubiera sabido nunca nada de él», comentó.

Francisco explicó que los huesos se encontraban a apenas seis o siete metros del acceso a la parcela que, no obstante, no se trata de una zona de paso. Explicó que conocía el terreno de acompañar a su tío con los perros durante su infancia aunque aseguró que no pasaba por allí desde hace «cuatro o cinco años». «Por qué no habrá pasado otra persona, pero quién va a pasar por ahí como no sea alguien que se va buscando la vida o algún nido en los olivos», reflexionaba ayer.