Aureliano J. Lairón alzira

n En 1870 aparecieron en Alzira las fiebre tifoideas y en 1885, entre marzo y septiembre, el cólera. Por esas fechas, la ciudad contaba con poco más de 16.000 habitantes. Gran parte de esa población se vio afectada por el mal endémico que desde Francia pasó a España por Alacant. Contribuyeron al desarrollo de la enfermedad, entre otras cosas, la deficiente red de alcantarillado, el uso del agua del Xúquer con finalidad doméstica, la acumulación de estiércol en los corrales de las casas y otras costumbres no menos insalubres. Todo ello hizo de la ciudad terreno abonado para el desarrollo de la epidemia. La Junta de Sanidad Local tomó las medidas adecuadas y creó un lazareto en la ermita del Salvador y de Nuestra Señora del Lluch, donde guardaban cuarentena lo transeúntes llegados de lugares sospechosos, se blanquearon las casas, se adquirió gran cantidad de nieve y hielo y se clausuró el cementerio situado en la partida de Tulell, en las inmediaciones de la ciudad.

Buscar la inmunidad

Las autoridades municipales de la época y el cuerpo médico local se pusieron en contacto con el doctor Jaime Ferrán, que ya había publicado el resultado de sus experimentos y comprobado que los cobayas inmunizados con cultivos atóxicos en vibriones colerígenos inyectados subcutáneamente resistían a la perfección las dosis de vibriones virulentos que ocasionaban la muerte de todos los cobayas no vacunados.

El doctor Ferrán se trasladó a Alzira y, en abril de 1885, junto con sus colaboradores, los médicos Amalio Gimeno y Inocente Paulí, comenzó la aplicación de las inoculaciones contra el cólera. El médico Lisardo Piera precisó que fueron vacunadas 11.050 personas, no revacunados 4.950, defunciones entre los vacunados hubo 15 y entre los no vacunados 206. El cronista Vicent Alonso estimó en 559 personas las afectadas, de las cuales murieron 265. El baile de cifras no importa. Un concienzudo estudio del expediente sobre las defunciones entre 1885-1886 que se localiza en el Archivo Municipal aporta los datos a los que hace referencia en su tesis doctoral la farmacéutica Alicia Peris. Las calles que registraron mayor número de mortandad fueron, por este orden: Piletes, Alfareros, Pont de Xàtiva, el carrer Nou (actual Santa Teresa) y Camí Vell (actual Colón). Nadie pudo negar a Ferrán la gloria de la eficacia de su vacuna, que quedó demostrada en Alzira. A la capital de la Ribera le cabe el honor, al prestarse en masa a la práctica, de formar parte de la historia de la medicina.

Vacunación antituberculosa

El 17 de marzo de 1919 el doctor Ferrán comunicó al consistorio su deseo de inaugurar en Alzira la campaña de vacunación antituberculosa que comenzó el 21 de julio. El sabio bacteriólogo catalán señala en una misiva dirigida al alcalde que «la humanidad y la ciencias deben mucho a Alcira por su abnegación». El 30 de julio de ese año, la prensa informaba de que en 24 horas se habían vacunado 1.419 personas de ambos sexos con lo que el número global de inoculados rondaba los 10.000. «El éxito -señalaba- no puede ser mayor ni más lisonjero para la gloria y la satisfacción del doctor Ferrán, el hermoso espectáculo que está dando esta población, a ella no cesan de llegar gentes de los pueblos limítrofes y médicos de fuera en demanda de ser vacunados los unos, y de vacunarse e instrucciones los otros».