En 1953, cuando aprobé el Examen de Estado y les dije a mis padres que quería estudiar cine, me preguntaron si me había vuelto loco. Pero al fin, tras mucho insistir, accedieron con la condición de que estudiara también una «carrera de provecho».

En cuanto llegué a Madrid, dado que la lujosa vida de los diplomáticos que veía en las películas me parecía maravillosa, decidí matricularme en la Facultad de Ciencias Políticas. Nunca llegué a pensar que acabaría casándome con una alumna de aquella venerable universidad de la calle de San Bernardo. Una calle de librerías de lance y de bares donde comí los mejores bocadillos de calamares que he probado en mi vida.

La escuela de cine se llamaba entonces Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas. Dirigida por don Victoriano López García, estaba situada en el edificio de Sensitometría de la antigua Escuela de Ingenieros Industriales. Disponíamos de un excelente plató perfectamente equipado con un completo sistema de iluminación, cámaras de 16 y 35 mm, vías para el traveling y una Dolly. Teníamos salas de doblaje y sonorización, laboratorio de revelado, sala de montaje con varias moviolas, sala de maquillaje y sala de proyección, donde se proyectaban todas las joyas del Séptimo Arte de la Filmoteca Nacional y las películas de nuestras prácticas. Allí pasé los tres mejores años de mi vida porque, tanto alumnos como profesores, estábamos tan locos por el cine que creíamos vivir en el corazón de Hollywood.

Luis G. Berlanga traía descartes del NO-DO para los ejercicios de montaje. Nos dividía en dos grupos y uno debía de montar un documental a favor de Franco y el otro en contra. Maeso también daba clases de dirección, explicando la importancia de la planificación para lograr el ritmo adecuado. Ricardo Torres y Francisco Navarrete se ocupaban de la fotografía, enseñándonos los secretos de la iluminación y el encuadre en aquellas enormes cámaras Super Parvo de 35 mm en las que, con un paño negro sobre la cabeza, debíamos ver la acción a través de la película. El profesor Camón Aznar nos llevaba al Museo del Prado para impartirnos su clase de Historia del Arte observando los cuadros a través del visor de una cámara. Timoteo Mangas, «Timo», estaba al frente del laboratorio de revelado y a él acudíamos emocionados para ver el resultado de nuestras prácticas los alumnos de fotografía. Entre ellos, mi gran amigo Luis Cuadrado, director de fotografía en La Caza, El Espíritu de la Colmena, El Jardín de las Delicias?. uno de los mejores, en palabras de Carlos Saura.

Julio Diamante, de aspecto y voz abaciales, estudiaba dirección y, junto a Basilio Martín Patino, fue inspirador de las Conversiones de Salamanca sobre el cine español. Recuerdo cuando rodábamos una película en Toledo, aquella ciudad llena de magia sefardita, y me llevaba por las noches a oír cantar maitines a las monjas de clausura.

Manolo Sumers llevaba siempre un pequeño bloc donde anotaba todo tipo de anécdotas para llevar a sus guiones. En la última película de prácticas, titulada El Muertín, alquilamos una antigua carroza fúnebre; pedimos a las monjas de un asilo que nos dejaran a una treintena de ancianos para acompañar a la carroza. El cortejo desfilaba por la Gran Vía, y en un momento dado se caía al ataúd de la carroza y aparecía una vaca husmeando al muerto.

Y cómo olvidar el rodaje de La Metamorfosis, la obra de Kafka, donde la actriz debía enamorar a un enorme centollo vivo que cada día traían al plató.

Recuerdo a Fernando García de la Vega, que fue uno de los primeros alumnos que triunfó en TVE con el programa Escala en HIFI. También a Valentín Álvarez, que pronto cambió el cine por la televisión. Miguel Picazo, abstraído y serio, rumiando la idea para una película magistral, como fue La tía Tula, y Mario Camus, Jose Luís Borau... Con José Luis Viloria rodé, con una moderna Arriflex en el Paseo de Rosales, una deliciosa historia de amor. Con Enrique Torán realicé varios reportajes para el canal 33 de la televisión cubana en tiempos de Batista, usando las primeras cámaras Auricon con sonido directo.

En la especialidad de decoración Paco Prósper, antiguo artista fallero, se ocupaba de la construcción de decorados a las órdenes de Bernardo Ballester.

Entre los actores, el irrepetible Luis Ciges, Lola Gaos, casada con el abogado gandiense Gonzalo Castelló. Laura Valenzuela que acabó convirtiéndose en un icono de la televisión española cuando se emitía desde el Paseo de La Habana.

Dejo muchos nombres en el tintero pero he de poner punto final. Además, creo que no conviene abusar de la nostalgia, porque lo importante, como decía Epicuro, es el Carpe diem. No existe el pasado ni tampoco el futuro, sólo el momento en que se vive.