A principios de 1953, la sociedad «Cardona& Flores Orange Export» decidió abrir oficinas en París, desde donde mi padre podría coordinar mejor a los representantes. Además, dada su condición de Presidente de la Cámara de Comercio Española, visitaría los ministerios europeos de comercio y agricultura para activar nuevos tratados comerciales con España. Por si todo esto fuera poco, desde su despacho de París prepararía las grandes campañas publicitarias de la naranja española. Pero sobre todo controlaría el entramado financiero de la compañía que había empezado a cotizar en bolsa.

Imagino a mi padre, con el aspecto elegante de Vittorio de Sica, moviéndose por despachos, salones y restaurantes en reuniones y comidas de negocios, o en citas más o menos discretas, con alguna mujer interesante. Nunca pude saber si volvió a encontrar de nuevo a Edith Piaf, cuyas canciones escuchaba todas las mañanas mientras desayunaba.

En aquellos años, la mayoría de las divisas que entraban en España procedían de la venta de cítricos en Europa, y las libras francos, marcos y florines de los exportadores estaban rígidamente controladas por el Instituto Español de Moneda Extranjera (IEME), que fijaba el cambio de moneda a un precio muy inferior al de los bancos europeos. Todos los exportadores buscaban la manera de evitar el control del IEME, y mi padre tuvo una excelente idea que bautizó con el nombre de «la operación difunto».

Puesto de acuerdo con un grupo de importantes exportadores, creó en Ámsterdam una empresa de pompas fúnebres llamada La Siempre Viva y, con la ayuda de don Piere Auke Haagsma, firmó contratos con las más importantes funerarias de Europa para que cuando tuvieran que enviar algún cadáver a España, lo hicieran a través de La Siempre Viva. Una vez se recibía el cadáver en la funeraria de Ámsterdam, se avisaba a los exportadores y, antes de cerrar el ataúd, ponían sus sobres con libras, francos, florines o marcos. Al llegar el ataúd a las dependencias de La Siempre Viva, en Valencia, antes de enviar al muerto a su destino, se retiraban los sobres con el dinero y se avisaba a los destinatarios para que pasaran a recogerlos.

En 1955 mi padre viajó a Moscú para intentar abrir mercado en la Unión Soviética. En Madrid, las altas jerarquías del Movimiento pusieron el grito en el cielo. ¡No debían hacerse negocios con los malvados comunistas! Pero la intervención de tío Vicente, Gobernador Civil de Castellón, que tenía hilo directo con el Caudillo por haberle regalado el brazo incorrupto de santa Teresa, zanjó la cuestión.

Fernando Flores se hospedó en el hotel Hilton de Moscú y tuvo la suerte de que uno de los conserjes era un exiliado español y, gracias a sus buenos oficios, encontró un magnífico representante: un aristócrata polaco de origen sefardí de gran parecido a Fernando Rey. Se llamaba Leónidas Belinsky, personaje encantador, de vastísima cultura que, simulando su simpatía por el comunismo, se movía por los centros oficiales como pez en el agua y gozaba de la amistad de muchos jerarcas de la nomenclatura, a los que presentó al camarada Fernando Flores.

Mi padre encontró en Leónidas Belinsky a la persona ideal para introducirse en aquella hermética sociedad y le nombró representante de la compañía Cardona&Flores Orange Export. Y Leónidas descubrió en aquel español el eslabón perdido de la cadena que le unía a su antigua Sefarad.

Una tarde, sentados en el confortable bar del Hilton, ante dos copas de vino caliente mientras veían caer la nieve a través de los ventanales, Leónidas, visiblemente emocionado, le confesó su ascendencia judía y le mostró, como una preciada reliquia, la llave de la casa de Toledo que abandonaron sus antepasados en 1544 y a la que soñaba con volver algún día. Fernando levantó su copa y prometió:

-Si todo va bien pronto recuperarás tu casa.

Con la inestimable ayuda de Leónidas Belinsky y repartiendo generosamente unas «estampitas» verdes con la imagen de «san Dólar», Fernando logró los permisos para exportar naranjas a la Unión Soviética. Además, consiguió la exclusiva para España del caviar Beluga, que fue mano de santo para acallar las protestas de ciertos miembros del gobierno por la venta de naranja a Rusia.

En una de las fotografías de aquel memorable viaje a Rusia aparecen Belinsky y mi padre con dos atractivas muchachas en topless, apoyando dos vasos y dos copas de diferentes diámetros sobre sus pechos. Al dorso de la foto estaba escrito: «Operación calibrador». No creo que ninguno de los dos tuvieran el propósito de montar una fábrica de sujetadores en Rusia.

Le enseño la foto a la tata y me explica:

- El precio de las naranjas depende siempre de su tamaño o calibre, y para medirlo se usaba un artilugio con aros de metal de diferente diámetro llamado calibrador. Por lo que veo en la foto, tu padre y Leónidas estaban calibrándoles los pechos a esas muchachas para determinar el tamaño más adecuado de las naranjas que debían mandar a Rusia.

A mediados de 1956 mi tío Emilio Cardona colaboró con el doctor Marañón en su estudio sobre las propiedades terapéuticas de las naranjas por su alto contenido en vitamina C. Y pensando que la divulgación de los beneficiosos efectos del zumo de naranja sería un magnífico argumento para potenciar su venta en Europa, puso en marcha una gran campaña publicitaria.

El primer paso fue que el Ministerio de Comercio subvencionara un ciclo de conferencias científicas en las principales capitales europeas. Seguidamente, desde su despacho de París, contactó con la agencia publicitaria Kinley y Asociados y comenzó, como complemento a las conferencias, el diseño de una extraordinaria campaña en los principales periódicos y revistas europeas. También se editó un libro con deliciosas recetas gastronómicas con naranjas. Se repartieron miles de bolsas con las naranjas de la marca España. Todo esto dio como resultado que, en poco tiempo, la compañía «Cardona&Flores Orange Export» se convirtiera en la principal exportadora de cítricos de España.