A la tertulia del café de Pombo, donde se reunían los más célebres literatos del país, entró una tarde lluviosa don Ramón María del Valle-Inclán con su luenga barba. Pidió una jícara de chocolate y sentenció:

—Señores he descubierto que el alma es una entidad inmaterial que solo poseen las personas. Y cuando expiran dando el último suspiro se escapa subiendo al paraíso.

Don Camilo José Cela, experto en pedología le corrigió:

—No es cierta su teoría. El alma es el último pedo que se tira el moribundo antes de expirar y por su mal olor desaparece en el infinito.

Los asistentes no pudieron evitar una carcajada y don Pío Baroja, con su mala leche habitual y sin quitarse la boina, se puso en pie y explicó:

—Sea pedo o suspiro no cabe ninguna duda de que el invento del alma es una de las cosas más rentables de todas las religiones.

Rubén Darío apuró su copa de coñac y sonriendo comentó:

—Eso de que el muerto tendrá otra vida en un paraíso es algo muy tentador y la mayoría de las personas se lo acaba creyendo.

Un murmullo de admiración subrayó sus palabras.

Pérez Galdós, con cara de ausente, removía los tres terrones de azúcar de su taza de café con la mano derecha y con la izquierda, por debajo de la mesa, acariciaba las piernas de Rosalía de Castro. La poetisa gallega sonreía feliz y dirigiéndose a los tertulianos exclamó:

—Creo que don Benito ha encontrado el alma entre mis piernas.

La concurrencia aplaudió entusiasmada y Azorín, poniéndose en pie, levantó su copa y propuso un brindis:

—¡Por el autor de los Episodios nacionales y Fortunata y Jacinta, donde nos descubre la idiosincrasia de la mujer española!

Todos los tertulianos brindaron y don Camilo con su voz tronitonante propuso:

—De hoy en adelante al coño le llamaremos idiosincrasia.

En aquel momento se sumó a la tertulia el escritor Alberto Insua, autor de El negro que tenía el alma blanca. Y al preguntarle Valle-Inclán si era cierto lo del alma blanca, Insua explicó que eran muchas las personas que ya la tenían porque un grupo de científicos chinos de la Universidad de Wuhan habían creado un chip con todas las potencias del alma y al colocarlo bajo la piel de cualquier individuo podían controlar todos sus actos.

—¡Qué barbaridad! —exclamó Paco Umbral envolviéndose con su bufanda blanca— al final vamos a terminar todos bajo el yugo de los chinos.