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Aldeano, el "As de Espadas" del Grau

"En el puerto de Gandia nació el bravo lidiador que es por su arte el más grande matador", reza el pasodoble que se le dedicó - Ernest Hemingway escribió en 1932 ‘Muerte en la tarde’ en la que habla del matador al que un toro destrozó el ojo derecho

Francisco Gómez Tarrazona, apodado con el nombre de guerra «Aldeano», nació en la calle Trevijano del Grau marinero en 1903. Su padre, Ricardo Gómez Hernández, de Torrevieja, aparece en los padrones del barrio en la última década del XIX como marinero. Casado en dos ocasiones, llegaría a ostentar la alcaldía pedánea del Grau. Con su primera esposa, Dolores Tarrazona Boix, de Gandia, tendría seis hijos, de los cuales, Paco Aldeano era el cuarto.

Con 17 años se embarca rumbo a los Estados Unidos, para lo que tuvo que pedir prestado el dinero del pasaje. Allí intentará labrarse un porvenir como operario en una fundición de acero en Ohio, la Steel Company. La aventura americana le durará dos años, ya que decide regresar a su tierra natal con un objetivo: ser matador de toros.

Ernest Hemingway lo describe en su novela Muerte en la tarde: «Aldeano, que trabajó en una fundición de acero en el Ohio y volvió a su país para ser torero y que hoy día está más marcado y recosido que ningún otro torero... con un ojo tan mal remendado que le hace verter una lágrima a lo largo de la nariz...».

Paco Gómez jamás pensó que su oficio iba a ser el de matador de toros. Sus hijas cuentan que «nunca se le había pasado por la cabeza ser torero...». Aldeano iniciará su oficio en 1923, participando en capeas y novilladas que tienen lugar en su entorno en las que demuestra sus cualidades con la muleta y el estoque. En esos primeros años tiene como apoderado al gandiense Baltasar (Saro) Canet García conocido como «Caracuel».

Con 19 años torea en Benipeixcar, donde el popular diestro José Pascual, «el Valenciano», que vive su retiro en Gandia, reconoce «que torea y mata con arte y valentía poco acostumbrados en un diestro incipiente... ha estado colosal en Benipeixcar, produciendo gran entusiasmo en el público».

En 1924 se presentará en Gandia matando dos novillos y «cosechando grandes y justas ovaciones». Para la crítica entendida «no se trata de un novillero postinoso y sin pundonor, como la mayoría de los actuales toreros... ». En la siguiente temporada, Aldeano toreará 5 corridas, una de ellas, de nuevo en Gandia, compartiendo cartel con el olivense Pepe Pastor Mesquida. La repercusión que alcanza será magnífica. Las Provincias afirmará que «ya los magos del arte taurino pueden estar satisfechos... Pastor y Aldeano, después de la corrida del domingo 8, serán los sucesores de Mejías, Márquez, Litri y Niño de Palma».

Aldeano se ganará rápidamente un hueco entre los matadores que mejor lidiaban la suerte del «volapié», momento en el que el torero acaba su faena. Durante la segunda mitad de esos años veinte, Aldeano triunfará en su tierra, donde poseía multitud de seguidores. Fueron años de pródigas corridas, tan solo espaciadas por los continuos percances que sufrirá, hasta el punto que los críticos admiran en él su pundonor mostrado cada vez que, tras una cogida, volvía de nuevo al ruedo.

En junio de 1926 inauguraba la plaza de Alcoi en un cartel que se prolongará tres días. A partir de esa temporada su suerte cambiará, dado que toreará con asiduidad en las plaza valencianas. Un año después su buen cartel entre sus paisanos se transformará en la puesta en marcha de la peña taurina «Aldeano del Grau», que le rinde su homenaje en Fomento, ante cerca de 40 aficionados gandienses de la tauromaquia.

En la temporada de 1928 pisa los ruedos en 13 ocasiones, una de ellas el domingo 5 de agosto en la plaza de toros de Madrid, donde se presentará ante el respetable de la capital, y en su primer toro «realizará su faena muy valiente y voluntariosa». Los críticos anuncian que «su fuerte está en el estoque, entra recto y sale de la suerte perfectamente y deja el estoque en lo más alto del morrillo». Aldeano sabía entrar a matar realizando el «volapié» como nadie, solo comparable al gran Luis Mazzantini. Esa tarde Aldeano será sacado a hombros. El «telefonema» que su representante, Baltasar Canet (Caracuel) manda a la familia para comunicarles su triunfo, dice: «Aldeano primer toro colosal, vuelta ruedo, salida medios, segundo grande muleta volapiés, oreja salida hombros».

En los siguientes meses las críticas se prodigarán apuntando las grandes dotes del torero del Grau, también se sucederán sus primera cogidas graves, aunque los expertos no cesarán de aclamar su valor. «Con el cuerpo cosido a cornadas, sigue arrimándose a los astaos (sic), virtud esta que le mantiene en la primera fila novilleril».

La aparatosa cogida de Madrid

Ese mismo año, en pleno ascenso, Aldeano vive una de sus más aparatosas cogidas en la plaza de Tetuán de las Victorias, en Madrid, que le deja postrado durante varias semanas en el Sanatorio de Toreros de la capital. «El toro era ilidiable, tenía un peso de 28 arrobas, el mayor de la corrida... y al intentar saltar la barrera, tras ser perseguido le dio un puntazo en el escroto». En su convalecencia declara que, aun siendo un accidente «había subido un peldaño de la difícil escalera que conduce al éxito», y que su única ilusión era «ir a Gandia hecho torero».

El 9 de diciembre de 1928 su popularidad le lleva a formar parte, como vocal, de la Junta Directiva de la Asociación de Matadores de Toros y Novillos de este país. En las siguientes temporadas su buen cartel le llevará a realizar otras tantas corridas como novillero. En 1929 toreará 15 tardes, y también sufrirá diferentes percances en la arena. En 1930 saltará al ruedo en otras 23 corridas.

Paco Gómez Aldeano aparece en todos los listados como prodigio de las plazas, destilando un prometedor futuro, solamente lastrado por las múltiples cogidas sufridas, que le retrasaban su ansiado ascenso a la categoría de matador de toros: «Cuando su nombre sonaba como uno de los que con más méritos podía tomar la alternativa, la corná, y vuelta a empezar».

El 25 de julio de 1930 sufrirá su cogida más grave en la plaza vecina de Alcoi, en una corrida que sería bautizada como la «Novillada Desgraciada» debido a que resultaron cogidos los tres espadas que formaban el cartel; Ivarito, el torero de Utiel, el Niño de la Alhambra y Aldeano. A los dos primeros de poca gravedad, mientras que el gandiense recibe una horrorosa cornada en la cara que le produjo grandes destrozos en el ojo derecho y boca.

Tras su recuperación, la peña Aldeano del Grau le dedica el bonito pasodoble titulado El as de espadas. En octubre de ese mismo año será operado por el director del Sanatorio de Toreros de Madrid, en una intervención que «tuvo mucho más que un arreglo meramente estético». Dos meses después contraerá matrimonio en la vecina población de Xeresa con Consuelo Ascó Viñó y tendrán tres hijas: Maruchi, Lola y Carmen.

En diciembre de 1931 Aldeano tomará la alternativa en la emblemática plaza de toros de Santamaría de Bogotá (Colombia). No tuvo su gran tarde, a pesar del lleno y del «predicamento que tenía en Madrid y sus alrededores, y por el valor que mostraba delante de los toros». El torero del Grau sería cogido en el quinto de la tarde, «recibiendo una herida en el cuello».

Durante la II República, Paco Gómez no cesará de torear. Su familia dice que «no era muy alto, pero era muy atrevido. Muy valiente, y sin ser un diestro ortodoxo, entraba con mucha decisión a la hora de matar». En 1935 toreará 8 novilladas, estoqueando a 17 novillos. Será el último año en el que Aldeano saltará a un ruedo. El siguiente estará marcado por el inicio de nuestra contienda civil. En julio del 36, residiendo en Madrid, es reclamado por la Asociación de Matadores de Toros y Novillos a una reunión en la plaza de Toros. Allí le exhortan, igual que al resto de asociados, a alistarse para defender a la República, pero él decide marchar a pie, de Madrid a Gandia, hasta llegar al Grau, donde pasará toda la contienda trabajando como estibador junto a sus hermanos, totalmente ajeno al mundo del toro. Nunca más toreará. Acabada la guerra, aparece una reseña en el diario ABC señalando que se le buscaba por su pertenencia, en 1928, a la Junta de la Asociación de Matadores de Toros y Novillos. Ese mismo invierno decide enrolarse como cocinero en un barco carbonero, que le llevará, cerca de diez años, a pasar largas temporadas sin ver a su familia.

En 1949 volvía a Gandia. No había perdido la afición por el mundo del toro, pero no volverá a pisar la arena. Acude a muchos festivales taurinos de verano, que se celebran en las plazas de Tavernes, Xeresa, Algemesí y otras, lo que le permite vivir de cerca el ambiente taurino.

En ese tiempo actúa como asesor taurino de la Plaza de Toros de Valencia. También le proponen torear en la plaza de Xàtiva, pero Aldeano declinará la propuesta. Tiene ya 47 años, su cuerpo ya no es joven y muestra sus primeras limitaciones después de haber sufrido demasiadas cogidas en las plazas. En octubre de 1950 abandonará Gandia para instalarse con su familia en Valencia. Allí abrirá un establecimiento de comidas, muy cerca de la zona de la Estación, en la calle Convento Jerusalén, 12, llamado Comidas Económicas Aldeano. Durante esos años y hasta 1960, además de seguir con su afición, usará sus conocimientos sobre la tauromaquia como asesor de diferentes plazas valencianas.

En 1991, Francisco Gómez Tarazona fallecía en Valencia, a los 88 años. Atrás dejaba una exitosa carrera como novillero audaz, valiente, y con tal pundonor que «aún no estaba restablecido de su cornada, ha vuelto a ser agujereado su cuerpo, en un rasgo de valor y de hombría. Cuando torea lo quiere hacer todo, tan verdad que los toros no le respetan y sufre las consecuencias, postrado en el lecho y lamentándose de su mala estrella».

«No era muy hablador», recuerdan sus hijas. «No contaba mucho de su oficio». Tampoco de su aventura americana, ni de sus vivencias en el Grau de Gandia durante la guerra o de su meditado peregrinaje surcando los mares. Ellas le recuerdan simulando algún que otro pase en el salón de su casa familiar, cuando, capote en mano, les mostraba su arte, revestido de la añoranza de las muchas tardes de triunfo que tuvo, cuando «entraba muy derecho y desde cerca, quedado su estoque entre cuero y carne, y él, a dos dedos de los pitones, perfilándose con pasmoso arte e envidiable facilidad, dando una gran estocada».

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