NECROLÓGICA

Antonio Mestre (1933-2023), in memoriam

Antonio Mestre.

Antonio Mestre. / Levante-EMV

OPINIÓN / Santiago La Parra

El pasado 12 de enero falleció Antonio Mestre Sanchis, seis días después de haber cumplido 90 años. La noticia me cogió muy lejos de aquí y me sorprendió, pues desconocía que estuviera enfermo y precisamente acababa de leer su artículo «Sobre la cultura española en los años 30 del XVIII», publicado recientemente en el último número de la revista Estudis, que escribió -según explicaba él mismo- tras la relectura del libro de Franco Venturi Settecento Riformatore. Murió, pues, al pie del teclado ante el que pasó tantas horas de su vida.

Mucho me temo, sin embargo, que la obra de este hombre, su inmensa obra, es bastante desconocida fuera de los círculos especializados y por eso su muerte no ha tenido la repercusión mediática que, en mi opinión, merecía una figura intelectual de su talla. Dicho lo cual, debo apresurare a aclarar que Oliva, su pueblo natal, lo nombró en vida Hijo Predilecto, le dedicó una calle (paralela, por cierto, a la de Mayans, como no podría ser de otra manera) y, en su día, siendo alcalde Salvador Cardona, puso a su disposición el recién creado Servicio Municipal de Publicaciones para dar a conocer el ubérrimo legado cultural de don Gregorio Mayans, rescatado por Mestre, que ha dado a conocer el nombre de esta ciudad saforenca al menos por los departamentos de estudios culturales de todas las Universidades del mundo. Recibió otros reconocimientos, como el Premio Nacional Menéndez y Pelayo de investigación histórica (1968) y la Alta Distinción de la Generalitat Valenciana al Mérito Cultural (1999). Fue Académico Correspondiente de la Real Academia de la Historia, así como de la Reial Acadèmia de Bones Lletres de Barcelona.

Yo creo que don Antonio, como siempre lo llamé, fue una persona de ideas muy conservadoras (y seguidor discreto, pero muy fiel, del Valencia CF), un docente avanzado a su tiempo y, sobre todo, un investigador revolucionario, por cuanto cambió radicalmente la opinión vigente hasta el momento sobre la Ilustración española, aunque en los libros de texto siga figurando todavía el P. Feijoo, y no Gregorio Mayans, como paradigma del intelectual ilustrado. El hecho de que socialmente la divulgación esté más reconocida que la investigación no justifica que este vicio se aliente también desde el ámbito académico, pero así es.

Don Antonio fue profesor mío en la Universidad a finales del franquismo y director de mi tesis, aunque ésta versaba sobre una época y tema (la expulsión de los moriscos) ajenos a su ámbito de estudio. Pero mi maestro, el profesor Mariano Peset, daba clase en la facultad de Derecho y no me la podía dirigir. En aquella universidad de PNNs (Profesores No Numerarios), don Antonio impartía verdaderas clases magistrales, que se preparaba muy concienzudamente (la ciencia infusa no existe) y, desde luego, sin nada parecido a leer un texto proyectado. Él explicaba, como hacen los maestros. El primer día de curso nos daba a elegir, de entre varios propuestos, el tema que deberíamos desarrollar en el aula el día señalado para el examen final, con tiempo y papel tasados para obligarnos a redactar y sintetizar. Había que leer varios libros para aprobar, pues Wikipedia no existía y, en cualquier caso, no habría sido suficiente.

A partir de la reivindicación de la figura de su paisano Gregorio Mayans, don Antonio Mestre le dio la vuelta a la interpretación establecida sobre la cultura española en el Siglo de las Luces, que vinculaba estrechamente la Ilustración española con la influencia exclusivamente francesa, gracias al reformismo borbónico, y emplazaba su andadura a partir de mediados del siglo XVIII, durante el reinado de Carlos III, tal y como había dejado asentado el gran hispanista francés Jean Sarrailh en su obra, hasta entonces indiscutida, “La España ilustrada de la segunda mitad del siglo XVIII” (1954). Don Antonio Mestre demostró que eso no era así. Con la ayuda en este punto de otras investigaciones, como las de José María López Piñero, por ejemplo, quedó demostrado que ya a finales del s. XVII -antes de la llegada de los Borbones, pues- los denominados «novatores» reivindicaban y cultivaban el conocimiento científico, sobre todo desde la Universidad de Valencia, cuyo origen municipal le permitió zafarse del control institucional (estatal y eclesiástico) que reprimía el pensamiento crítico en otras instituciones hermanas, antaño ilustres. Mayans recogió el testigo y luchó por la renovación de la Historia, entre otras materias (gramática, retórica, crítica literaria, religiosidad…), combatiendo los falsos cronicones, que alimentaban leyendas tan arraigadas como la venida del apóstol Santiago a España. Con este mismo espíritu crítico, don Gregorio criticaba el fanatismo derivado de la fe del carbonero, reivindicando el viejo humanismo cristiano, que en su día arraigó en la Complutense, cuando por sus pasillos circulaba el chascarrillo de que «quien no ama a Erasmo, o es un fraile o es un asno».

Las cosas dieron un giro de 180 grados a partir de Trento, sobre todo, y contra los molinos de la sinrazón y el fanatismo hubo de luchar don Gregorio desde Oliva, tras renunciar al cómodo empleo de bibliotecario real en Madrid, lo que siempre me ha recordado (salvando las distancias, no solo cronológicas) al Fuster de Sueca. Mayans desempeñó una frenética actividad epistolar con los intelectuales más destacados de España y de Europa, no solo Francia, lo cual hace saltar por los aires la idea tradicional de que la Ilustración española era una especie de apéndice ancilar de la francesa. Los 22 tomos de cartas de don Gregorio publicados hasta la fecha lo demuestran fehaciente y rotundamente. 

Es evidente, eso sí, que nos hemos quedado sin el último volumen de esa voluminosa colección epistolar, que -según ironía piadosa de mi buen amigo Enrique Giménez, aventajado discípulo de don Antonio- debía reunir las cartas de Mestre a Mayans. Pero hemos ganado un ejemplo inconmensurable de buen hacer científico, plasmado en una obra ejemplar. Gracias, don Antonio; descanse en paz.