Alfredo Brotons Muñoz

La ilusión de tantos melómanos valencianos de por fin contar con un teatro propiamente hablando de ópera tendrá que esperar, seguir esperando, un año más. El concierto con que se inauguró la sala principal del nuevo Palau de les Arts consistió en un popurri de música vocal y orquestal sin ningún tipo de escenificación, ni auténtica ni insinuada.Total, lo que ya teníamos pero en un poco más lejos (o más cerca, según donde se viva).

La acústica de la sala que ahora se ha abierto fue uno de los temas de conversación más frecuentes antes, durante y después de la velada. Tener que juzgarla por lo oído en una sola localidad en una única audición impone lógicas e importantes limitaciones. Lo primero que se ha de advertir es que el planteamiento no puede ser el mismo que, por ejemplo, en el viejo Palau, donde la música sale prácticamente del centro del espacio. Aquí, como en los teatros tradicionales, el sonido se proyecta unidireccionalmente sobre el público y lo difícil es medir las distancias y evitar los cubrimientos. Maazel abrió paso al coro colocando los instrumentos de cuerda graves en el centro, a las coristas en los laterales y al coro infantil en primer plano. Por quien no pudo hacer nada fue por los solistas.

Las dos grandes estrellas de la velada fueron Roberto Alagna y Angela Gheorghiu. Curiosamente, el tenor, de voz menos atractivos y musicalidad más discutible, se sintió más cómodo en una sala tan fría que la soprano, la morbidezza de cuyo timbre sólo se pudo apreciar muy efímeramente. En la selección de números de Carmen, de Bizet, Carlos Álvarez tampoco pudo lucir como se esperaba ante los muros sonoros que orquesta y coro le opusieron.

En las dos partes del concierto participaron además seis de las mejores cantantes femeninas valencianas del momento: las sopranos Pilar Moral, Elena de la Merced, Sandra Fernández, Isabel Monzar y Ofelia Sala, y la mezzosoprano Marina Rodríguez-Cusí. El L$27amour grande y hondo con que esta última respondió al Toreador resultó deslumbrante, pero ninguna de ellas dejó de estar a la altura de las circunstancias. Gheorghiu en el chotis babilónico y Alagna cantando Te quiero morena vestido de corto fueron los únicos fallos claros y evidente de reparto.

Con el coro a su nivel habitual, es decir, muy alto, y los niños aceptables, la orquesta circunstancial fue otra de las grandes sorpresas de la noche. No habrían tocado nunca juntos, pero desde luego oyeron aproximadamente las mismas músicas y muchos deben de haber compartido primeros profesores durante su infancia: algo que marca para siempre. La cuerda de violines especialmente sonó fabulosa. En cuanto a los directores, Enrique García Asensio para la zarzuela y Lorin Maazel para el resto, ambos anduvieron, naturalmente, muy sobrados. Naturalmente, quien más ostentación hizo de ello fue el francoamericano.