Durante la Revolución Francesa, el Directorio conminó a cierta municipalidad —creo recordar que Besancon— a que le fuera remitida cierta sábana santa venerada fervorosamente en ese lugar. Pero la sorpresa de las autoridades revolucionarias fue que recibieron dos objetos (y esto no es un cuento de Borges): el paño y un molde. Éste, supuestamente, era impregnado cada cierto tiempo con líquidos especiales y cuando la sabana perdía color a causa de la exaltada veneración de cuatro siglos, era colocada secretamente en torno al molde para rejuvenecer su imagen del Cristo muerto. Sin embargo, tanto el furor jacobino como la razón de las luces no tuvieron piedad con ambos utensilios. La Asamblea Nacional decidió que la sábana fuera hecha tiras para uso como vendas en un hospital, y el molde fue arrojado al Sena. Tal ímpetu racionalizador de entonces no hizo más que destruir pruebas que hoy ayudarían al intenso estudio de la Sábana Santa de Turín

—la «Síndone»—, pues la hipótesis del molde nunca ha sido descartado entre los escépticos de la reliquia. En la trinchera contraria, los sindonólogos más reputados acaban de celebrar un congreso en Valencia. Desconocemos el detalle de las aportaciones, pero narran las crónicas que dos autoridades lo clausuraron: el arzobispo Carlos Osoro y el presidente de las Cortes Valencianas, Juan Cotino.

Se nota quien iba preparado, ya que Cotino celebró que «hayamos podido escuchar con argumentos científicos realidades que nos conducen a Jesucristo». Osoro fue más sutil: «Esta reliquia nos remite a Nuestro Señor Jesucristo». ¿Qué diferencia hay entre «conducir a» y «remitir a»? Una enorme. Cuando en 1988 se hizo público el análisis de la «Síndone» mediante Carbono 14 —que la dató entre 1260 y 1390—, el cardenal Ballestrero, arzobispo de Turín y custodio del paño santo, asintió ante el resultado y lo acató. Sólo la tenacidad de los sindonólogos hizo que el purpurado matizara más tarde su acatamiento y dejara alguna espita abierta para el futuro. Desde entonces, jamás se ha mojado la Iglesia sobre la autenticidad de la «Síndone» y cuando Benedicto XVI se arrodilló ante ella durante su última ostensión —en 2010—, lo más que llegó a afirmar fue que se hallaba ante una imagen de un hombre torturado y crucificado que a él le evocaba la Pasión de Jesucristo. No más. Tal vez el molde del Sena produjera el mismo efecto.