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España ante el reto de combatir la desertificación sin dañar la agroindustria

No es, como comúnmente se cree, la expansión de los desiertos por causas naturales, sino la degradación progresiva y acentuada de un ecosistema debido a causas humanas

España ante el reto de combatir la desertificación sin dañar la agroindustria.

España ante el reto de combatir la desertificación sin dañar la agroindustria.

Heriberto Araújo

El pasado 17 de junio se celebró el Día Mundial de Lucha contra la Desertificación y la Sequía de Naciones Unidas, que pretende concienciar sobre dos de los principales retos climáticos de nuestra era. Divulgar este tipo de conceptos no es un desafío menor, pues todavía existe mucha confusión respecto a lo que es la desertificación. No es —como comúnmente se cree— la expansión de los desiertos por causas naturales, sino la degradación progresiva y acentuada de un ecosistema debido a causas humanas, por lo general como consecuencia de haber alterado el equilibrio hídrico.

Coincidiendo con esa jornada, y con los debates medioambientales pre electorales sobre Doñana y sobre la controvertida extensión de las áreas de regadío en esa región[ER2] , Greenpeace y Fondo Mundial por la Naturaleza (WWF, en sus siglas en inglés), dos de las principales organizaciones ecologistas, publicaron la semana pasada textos que apuntan a la ampliación de la agroindustria como uno de los principales factores de desertificación. “El 44% de nuestros acuíferos subterráneos, que son la reserva de agua para los próximos años, ya está sobreexplotado o contaminado”, advirtió Greenpeace en un informe de más de cien páginas titulado 'La Burbuja del Regadío' en el que alerta de que es incompatible que España, donde casi cuatro millones de hectáreas están dedicadas al regadío, siga aumentando un “modelo agrario que exporta agua en forma de frutas y verduras desde un país en riesgo de desertificación hacia países húmedos como Alemania, Francia y Reino Unido”.

Mapa del riesgo de desertificación.

Mapa del riesgo de desertificación. / EP

En una nota técnica publicada el año pasado, la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) comparó la evolución de los diversos climas de España durante las últimas siete décadas (1951-2020) y concluyó que las zonas de clima áridos “han experimentado una notable expansión (…) pasando de alrededor de un 11% del territorio en los primeros años hasta cerca de un 21%”. Es un dato muy preocupante que, según explica el técnico de meteorología de la AEMET Rubén del Campo a ENTENDER MÁS, seguirá empeorando en los próximos años como consecuencia de dos factores: el aumento de las temperaturas debido al calentamiento global y la reducción de las lluvias en España, que cifra en cerca de “un 12% respecto a mediados del siglo XX”.

“Estos dos factores, pero sobre todo el aumento de las temperaturas, que es más significativo estadísticamente, son los que han hecho que la evaporación sea mayor y el recurso hídrico sea menor. Esto hace que en muchas zonas se incremente el clima árido”, explica Del Campo.

La tragedia del mar de Aral

La evaporación, concepto del que se habla poco cuando evocamos las consecuencias del calentamiento global, es un proceso crucial para entender la desertificación y el estrés hídrico que padecen muchas regiones. Quizá el ejemplo más dramático e ilustrativo de los riesgos asociados a la alteración humana del equilibrio hídrico de un ecosistema es el del mar de Aral, un gran lago interior alimentado por dos ríos (Amú Dariá y Sir Dariá) que estaba localizado en el oeste de la extinta Unión Soviética, en los territorios que son hoy Uzbekistán y Kazajistán.

La región del mar de Aral fue hasta 1960 una importante cuenca que daba empleo a millares de personas del sector pesquero , recuerda Jaime Martínez-Valderrama, ingeniero agrónomo que trabaja en el departamento de Desertificación y Geoecología de la Estación Experimental de Zonas Áridas (EEZA) del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Fue entonces cuando los burócratas decidieron que había que usar el agua de los dos ríos para instalar plantaciones de algodón, sin importar que fueran fuentes cruciales de reposición del agua que se evaporaba del Aral.

“Poco a poco fue creciendo la superficie en regadío, pasando de 3,8 millones de hectáreas iniciales a las 8,1 en 2005. La zona se inundaba de algodón y a la vez descendía el nivel del mar (...) Hubo años que los ríos fueron drenados completamente y no aportaron ni una sola gota de agua al Aral”, escribe en un reciente estudio . Hoy el mar de Aral ha desaparecido casi por completo.

Con este caso, Martínez-Valderrama recuerda que “los mismos factores que generan riqueza son los causantes de la desertificación”, e insta a aprender en España de estos errores para priorizar “la prevención y un uso del territorio que minimice los impactos medioambientales”. Cita como ejemplo de lo que no hay que hacer la intensificación del olivar junto al almeriense valle de Tabernas, célebre por haberse rodados decenas de películas western. De un cultivo de regadío tradicional con unos 200 árboles por hectárea se ha pasado a otro intensivo de hasta 2.000, comprometiendo la sostenibilidad de un ecosistema en el que llueve poco y, en consecuencia, depende de las reservas de agua subterránea.

En este mismo sentido, Del Campo, de la AEMET, cree que las regiones de España “tradicionalmente áridas”, como el sudeste peninsular y la depresión del Ebro, deben trabajar en la resiliencia, por ejemplo “eligiendo cultivos que demanden menos agua y se adapten a la evaporación”. Greenpeace, sin embargo, cree que, en un contexto de reducción de lluvias y crisis climática, para salvar los acuíferos más tensionados de España se debe recortar la superficie del regadío en España en cerca de medio millón de hectáreas.

El gobierno que salga de las elecciones del 23-J deberá determinar cuál es el modelo de desarrollo agrícola que elige. Poner freno a décadas de expansión de la agroindustria, que contribuye de forma importante al Producto Interior Bruto (PIB) y a la balanza comercial, puede ser impopular. Pero con las condiciones actuales de calentamiento global, sequía y expansión de la desertificación, parece poco realista, cuanto menos, apostar por seguir incrementando las áreas para un sector que consume casi el 80% del agua.

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