El «drama de Norrmalmstorg», el atraco a un banco con toma de rehenes en la capital sueca que dio origen al conocido «síndrome de Estocolmo», cumplirá mañana cuarenta años.

Un atracador, un presidiario y cuatro empleados convivieron seis días en la bóveda de seguridad de un banco, y los rehenes entablaron una relación de complicidad con sus secuestradores que acabó dando nombre a este término psicológico. Jan Erik «Janne» Olsson entró el 23 de agosto de 1973 encapuchado, armado y con explosivos en la sucursal del Kreditbank en Norrmalmstorg.

«Tiraos al suelo, ahora empieza la fiesta», dijo en inglés antes de disparar al techo, tomar como rehenes a tres empleadas y plantear condiciones a la policía: tres millones de coronas suecas, un coche y vía libre para salir de Suecia.

Olsson exigió además que fuera trasladado desde su celda al banco Clark Olofsson, entonces uno de los criminales más conocidos del país. Las autoridades aceptaron parte de sus exigencias y llevaron a Olofsson al banco. Allí permanecieron seis días. Rehenes y secuestradores jugaron a las cartas y al cinco en raya entablando lazos afectivos.

En las conversaciones telefónicas mantenidas con el primer ministro sueco, Olof Palme, Kristin Enmark, portavoz de los rehenes, tomó partido por su secuestrador frente a la policía, dispuesta a aceptar la propuesta de Olsson de que los dejaran salir en coche llevándose a dos rehenes, una idea rechazada por las autoridades.

El cuarto día de cautiverio fue cuando la policía taladró el techo de la bóveda: Olsson hirió de un tiro a un agente.

«Nunca creí que Janne fuera a dispararnos. Pero claro que tenía miedo de morir, de que la situación se descontrolase», confesó Birgitta Lundblad en un documental. Al sexto día, la policía soltó gas lacrimógeno en la bóveda, y a los pocos minutos, Olsson se rindió, sin que hubiera heridos.

Los rehenes se negaron a salir antes que sus captores, por miedo a que éstos fueran castigados y se despidieron de ellos con abrazos.

«Sé que puede sonar un poco raro, pero no queríamos que la policía les hiciera daño», aseguraba Lundblad.

Fue su personalidad la que provocó una reacción positiva de los cautivos, sostiene Olsson, condenado a 10 años de cárcel y que después nunca ha vuelto a tener problemas con la ley. «Me llevé bien con todos. En el talego me visitaron dos rehenes, y cuando me casé en la cárcel, los policías hicieron de testigos», aseguró en una entrevista reciente.

«No me arrepiento de lo ocurrido, igual en cierto modo. Pero de qué sirve», confesó.