La Policía Nacional sospecha que los dos hombres detenidos el pasado sábado en un hostal de Tavernes Blanques por supuestamente desvalijar máquinas tragaperras que cortocircuitaban con un taladro son responsables de alrededor de 200 robos similares cometidos por media España.

De momento, existe la constancia, a través de las denuncias de distintos distribuidores e instaladores de las máquinas de la marca Franco, de que hay casi un centenar de robos similares en Cantabria y en La Rioja, que unidos a las 75 de València -de momento, porque es probable que acaben aflorando más casos- se acercarían ya a los 200.

Pero es que, además, hay denuncias en otros puntos de España, tanto en ámbito de la Policía Nacional, como de la Guardia Civil. Así, hay constancia del paso de los dos sospechosos, que están en prisión desde el lunes pasado por orden de la jueza de Instrucción número 7 de València, por Valladolid, Tarragona, Barcelona e incluso por alguna ciudad gallega.

Sistema novedoso en València

Aunque en València no hay datos de casos anteriores con este método, que la Policía ha dado en bautizar como «del socavón» por ser el término designado en minería para identificar el túnel a través del cual se accede la veta del mineral, sí existen precedentes en otros puntos de España. Por ejemplo, en Santander. En esta ocasión, los dos detenidos eran buscados por la comisión de cerca de 70 robos.

Hace exactamente nueve años, en diciembre de 2009, la Guardia Civil detuvo a otros dos hombres, también de nacionalidad rumana como los apresados en València, a los que se acusó de casi un centenar de golpes utilizando ese mismo sistema del socavón, lo que les permitió hacerse con un botín de 17.500 euros. En aquel momento, según informó en su día el instituto armado, actuaron en bares y cafeterías de Santander, Soto de la Marina, Torrelavega y Reinosa.

Igual que ahora, taladraban con un pequeño y silencioso percutor electrónico la máquina por un punto determinado -o en el frontal, o en el lateral, en función del modelo- que luego tapaban con masilla oscura. Luego, ya solo tenían que volver y, mientras uno tapaba al otro interponiéndose en la visión del camarero o de algún cliente, el otro sacaba la masilla e introducía una varilla hasta tocar en un punto que provocaba la salida de las monedas tras generar un cortocircuito. Al quitar la varilla, la máquina volvía a la normalidad, así que a los pocos días podían volver y llevarse de nuevo el 'premio'.