Es mediodía, pero nadie piensa en comer. En el salón de los Sebbah, ese en el que pasó buena parte de su niñez y adolescencia Wafaa, apenas entra la luz tamizada del patio y de la cocina, pero está iluminada por el recuerdo de la joven de 19 años brutalmente asesinada en noviembre de 2019 a manos, supuestamente, de David S. O., el Tuvi. «El monstruo», como le llama su madre, Soraya. Pero hoy no es día para hablar de él. Ya habrá tiempo.

Amina (izda.), una amiga y Wafaa (dcha.), en 2016. | LEVANTE-EMV

Un psicólogo hablaría de ‘terapia de grupo’. Es mucho más que eso. Casi un aquelarre emocional, una tormenta de recuerdos y sentimientos, en el que cada uno rememora su trocito de Wafaa. En torno a la mesa, Soraya, la madre; el hermano mediano de Wafaa, Ayoub, de 18 años; su padre, Nabil; el ex novio de la joven, Lahcen, Lax para sus íntimos; y una de sus mejores amigas, Leila. Amina, su alma gemela, no ha podido venir. Pero hablará después.

A todos les une un amor inmenso por la joven, que les ha hecho morderse las pocas ganas que tienen de aparecer en público para abrir su intimidad y dar a conocer quién era de verdad Wafaa.

«Podemos asumir su muerte», dice Soraya, «pero no cómo ocurrió ni tampoco que mientan sobre ella». Se refiere a falsas amigas con ganas de gloria efímera en cualquier pantalla de televisión, a vecinos maledicentes, a noticias contadas a medias...

Wafaa nació en El Amria —se pronuncia como Almería—, a 40 kilómetros de Orán, un 24 de febrero con el nuevo milenio. Era el año 2000. «Nos costó mucho. Mucho...». Nabil y Soraya se casaron en agosto de 1997, pero se conocen desde niños. Se siguen mirando a los ojos y hay entendimiento. Se sonríen. «Fuimos a un montón de ginecólogos allá en Argelia. Y nada... Hasta que al final, Soraya se quedó embarazada». Tenía carácter la niña, incluso para decidir cuándo venir al mundo.

La situación política deterioró la económica y Nabil fue uno de tantos que decidió emigrar. El horizonte era España. Llegó a Zaragoza en 2001. Dejaba atrás a su mujer y a su hija. «Wafaa tenía un año y cuatro días», rememora.

Soraya decidió emprender el mismo camino cinco años más tarde, en 2006. Con el corazón roto, porque dejaba a su primogénita y a Ayoub, nacido en 2002, con sus padres para intentar buscar un sueldo digno en la Pobla Llarga, donde su marido trabajaba entonces como encofrador. Aspiraban a darles una vida más cómoda. La misma apuesta desesperada que tuvieron que hacer cientos de miles de españoles en los grises años 60.

Wafaa y Ayoub crecieron con los abuelos maternos. Eso les unió para siempre. Eso, y las trastadas de niños, incluidas las peleas con los vecinos. Ayoub las rememora y su madre sonríe, porque las ha escuchado cientos de veces. Como el día que, con apenas 9 años, se fue sola a la peluquería porque quería cortarse el pelo y lo consiguió convenciendo a la peluquera de que «el abuelo le había dicho que podía hacerlo». Ríen todos. Tenía carácter y determinación.

Soraya y Nabil tardaron cinco largos años en lograr la reunificación. Wafaa y Ayoub llegaron a la Pobla en 2011. Ella tenía 11 años y él, 9. Aquí les esperaban sus padres y su hermano pequeño, nacido en 2007. Wafaa no llevó bien el cambio. Se enfadaba con su madre. Y cuando eso ocurría, le echaba en cara que no la hubiese dejado en Argelia, con los abuelos. Llegó sin hablar una palabra de castellano, «pero se adaptó muy rápido. Al idioma y a las personas. Es muy rápida, muy lista. Y muy sociable y comunicativa», explica su madre. No es la única que habla de ella en presente. Aún no han asumido su ausencia.

Su carisma hizo que en poco tiempo estuviese rodeada de amigas en el colegio Sanchis Guarner de la Pobla. «Los tres iban al mismo colegio. Eran los únicos argelinos del pueblo entonces. Y jamás hubo problemas, ni discriminación. Ni una sola vez», enfatiza Soraya.

El instituto y las primeras salidas

Leila tenía 17 años cuando conoció a Wafaa, de 12. «Era como una hermana... Lo compartía todo, era risueña, buena persona...». No puede seguir hablando. Se le quiebra la voz. La intensa amistad duró cinco años, hasta 2017. Cambios de casa y los primeros trabajos obstaculizaron las antiguas quedadas para ir «al cine, al río, a la playa, al parque...». Primero en la Pobla y después, en Carcaixent, cuyo centro comercial ejerce de faro para la juventud de la zona.

A Leila ya le hablaba siendo una cría de que «quería ser azafata. Quería trabajar, no quedarse en casa. Viajar, conocer gente nueva, lugares nuevos. Soñaba con irse de València y empezar en otro sitio». Las lágrimas le impiden seguir hablando.

Soraya toma el relevo. Los estudios empezaron a flojear en 2º de la ESO. Como cualquier otra adolescente, «empezó con novietes y a querer salir y divertirse. Como todas las jóvenes a su edad. Aquí y en mi país. Y es lo normal a esa edad. Yo también salía y me gustaba bailar. De ahí, a decir mentiras... Que mi hija fuera en los últimos meses con gente que hacía cosas feas no significa que ella las hiciera también. No hay que hablar de lo que no se conoce».

Los profesores intentaron que se quedara, pero ella estaba determinada a dejar los estudios para trabajar, reunir dinero y cumplir su sueño. «Volar. Salir de València, conocer mundo, gentes nuevas... Quería ser azafata, poder comprarse un Mercedes rojo y viajar a mil sitios. Le encantaba ese coche. Si íbamos por la calle y veía uno, se abrazaba a él, riendo como una loca y me pedía que le hiciese fotos». Habla Amina. Ella la conoció cuando tenía 16. «No tenía miedo a nada», dice con admiración. «Si íbamos andando a Carcaixent, por los caminos, y yo me asustaba, cogía piedras y me decía: ‘Ya está. No te asustes que ahora ya nadie nos va a hacer nada».

Destaca de ella sus inmensas ganas de vivir, de ser feliz, su alegría contagiosa. «Y su inteligencia. Era extraordinaria. Sacaba notazas sin esforzarse. Un día, sin abrir un libro, sacó un ocho en Matemáticas», relata, con orgullo.

«Mucha gente la envidiaba»

«Tenía un enorme corazón. Si tenía algo, se lo quitaba y te lo daba. Recuerdo un día que estábamos un montón y teníamos que coger un autobús, y ella, de pronto, pagó los billetes de todos. Se quedó con 10 céntimos en el bolsillo. Y le daba igual. Al verla tan feliz con lo poco que tenía, había gente que le tenía envidia; no lo soportaba».

Ese fue el origen de las mentiras que acabaron acorralándola. Por eso llega el turno de Lax, «el amor de su vida», lo define Amina. Ella los presentó en la feria de Carcaixent. Era 2017. «Su belleza interior superaba con creces su belleza exterior, que era enorme. Tenía un corazón que no se puede describir. Lo daba todo sin esperar nada a cambio», describe Lax, que acaba de terminar el grado de Enfermería después de completar dos grados de FP, siente culpa por su asesinato.

Su historia duró un año. Y terminó porque él rompió tras dejarse llevar «por las mentiras que me dijeron de ella, que creí como un tonto». Amina sabe de qué habla: «No podían no estar juntos. Eran tan felices... Y eso le provocaba envidia a muchas personas. Por eso empezaron a decir cosas de ella que no eran verdad».

Formaban una pandilla sana, quedadas en el río, en verbenas, a la playa... Hasta que en el camino de Wafaa se cruzó una joven, vecina de la Pobla, que es quien acabaría presentándole a El Tuvi y a otra gente «con los que nunca tendría que haber ido».

La ruptura con Lax, la marcha de Amina a València para trabajar, con Leila lejos, Wafaa empezó a quedar cada vez más con ese otro grupo. «Era mucha gente distinta. Y no llevaban la misma marcha que nosotros». Cuando Wafaa se reencontraba con ellos, lo admitía.

Lax la vio por última vez un mes antes del asesinato. «Ella lo había intentado muchas veces antes, pero yo no quería, porque seguía con mi tontería. Al final, insistió tanto que accedí. Ese día estaba extraña, muy cariñosa. Me abrazaba constantemente. Hablamos. Mucho. Y me demostró que todo lo que me habían dicho era mentira. Lo comprobé por mí mismo. Quedamos en volver, pero yo le pedí tiempo. Me dijo: ‘Tranquilo, tengo toda la paciencia del mundo...’ Y al mes, la mataron. Si hubiese sido más valiente y no hubiese esperado, ella ahora quizás estaría aquí». Seguramente está equivocado.

Dos días antes del asesinato, recibió una llamada desde un número «de los que usaba Wafaa, me dijo la Guardia Civil». Nadie habló. «Solo se escuchaban ruidos». Quizás no era ella, sino alguien que quería saber de él y de su relación con Wafaa

«Es demasiado buena, le sabe mal rechazar a la gente. Da demasiadas oportunidades», aclara Amina. La vio dos días antes de su asesinato. Llevaban unos meses que se veían poco por el trabajo de Amina. «Pero ya en verano me dijo que quería salir de ese círculo, que quería volver a estudiar para acabar la ESO y hacerse azafata. Necesitaba un trabajo para pagárselo y estaba echando currículums. Ese día, el 5 de noviembre de 2019, le insistí otra vez en que se alejara de esa gente. ‘Sé quien es malo, tranquila’. Dos días más tarde, uno de esos que ella creía amigos, David S. O., la torturó y mató supuestamente, casi con toda seguridad después de violarla. Y la arrojó a un pozo donde la abandonó hasta ser detenido 18 meses más tarde.