El 17 de junio de 2021, la muerte se hizo omnipresente en casa de los Sebbah. Impregnó las paredes, resbaló por las lámparas, emponzoñó los muebles y se agarró a las entrañas de Soraya, trepó por el cuerpo de Nabil y cegó a sus dos hijos. Porque ya no eran tres. La mayor, Wafaa, de 19 años, desaparecida para todos menos para su presunto asesino, fue encontrada a primera hora de la tarde de ese día en el fondo del pozo de una masía desbordante de frutales donde su verdugo la había arrojado exactamente 19 meses antes, el 17 de noviembre de 2019. Justo a dos kilómetros y veinte metros de la puerta de la casa de sus padres.

Y han tenido que pasar otros seis meses y 16 días para que puedan darle a su hija la tierra que su alma necesita para descansar. En cualquier cultura eso es una necesidad de los vivos, pero en su caso, que son musulmanes, va incluso más allá. «En nuestra religión, el momento en que el cuerpo entra en la tierra, ellos nos hablan. Es en ese momento cuando nos ven, nos escuchan, nos percibe. Por fin podré hablarle. Incluso oyen los pasos cuando nos vamos», explica.

La primera espera, la de no saberla viva o muerta, fue desesperante. Pero haber tenido que esperar más de seis meses interminables a recibir el cuerpo han supuesto una auténtica tortura.

Soraya, la madre de Wafaa, entiende las razones de la demora. Sabe que el trabajo de los forenses y de los especialistas del Instituto Nacional de Toxicología va a ser fundamental para lograr el objetivo final, la condena a prisión permanente revisable de David S. O., El Tuvi. Y que la autopsia ha sido especialmente complicada por la falta de colaboración del acusado y por el deteriorado estado del cuerpo después de dos años en un pozo de riego, con constantes cambios en el nivel del agua.

Pero, aún así, el corazón ha podido estos meses sobre la razón. «Ha sido muy duro. Hemos preguntado muchas veces, y siempre nos decían que aún había que esperar, que faltaban pruebas. El juez es increíble. Está totalmente implicado en la investigación, y no ha dejado ni un día de averiguar cosas. Pero ahora ya está. He esperado mucho. ¡Mucho!», enfatiza., «pero ahora ya la tengo y por fin podremos enterrarla».

Una ceremonia y un homenaje

Será este domingo, a las dos de la tarde, en el cementerio musulmán de València, Alsalam. Los padres y los hermanos de Wafaa estarán rodeados de sus amigos y allegados, en una ceremonia que pretende ser «un homenaje a mi hija, que es lo que se merece. ¡Es tan joven!». Soraya sigue hablando en presente de ella. Es incapaz de utilizar el pasado. Tanto, como de pronunciar el nombre de su presunto asesino. A lo más que llega es a «ese».

«Yo sigo confiando en la Justicia. Por ahora. Queremos que le caiga la máxima condena. La prisión permanente revisable. Nuestro abogado está trabajando para que sea así. Pero también sé que ese está ahí dentro, muy tranquilo y protegido, para que nadie le haga nada. Come bien, duerme bien, ve la televisión... Tranquilo... Y mi hija no volverá. También sé que algún día saldrá. ¿25 años? ¿20? ¿15? Pero Wafaa nunca saldrá».

Soraya es una montaña rusa de emociones. Tan pronto se rompe en lágrimas, como sonríe recordando «la valentía y la brillantez» de su hija mayor; Wafaa es especial», esboza con una mezcla de orgullo y melancolía. Y de nuevo, los nubarrones de la rabia le velan la mirada. Para pasar de nuevo a la tristeza.

No es la única. El hermano pequeño de Wafaa, que hoy tiene 14 años, no habla de ella. Se aferra a la gata siamesa que suplicó a sus padres cuando dejó de ver a su hermana. El mayor, «va a ratos». Y Nabil, el padre, intenta mantener la compostura que se espera de su figura, pero oculta lo que de verdad le pasa por la cabeza y por el corazón. «Es una mezcla», confiesa, finalmente, «estamos alegres por tenerla, por tener un sitio adonde ir a verla, pero muy tristes también». Y muchas más cosas que se reserva. También por ahora.