En la sala Tirant lo Blanc I de la Ciudad de la Justicia de València todo está listo para albergar, a partir de mañana y durante cinco semanas, uno de los juicios más mediáticos de la historia judicial valenciana, en el que nueve ciudadanas y ciudadanos constituidos en jurado popular deberán dictaminar si Jorge Ignacio P. J., acusado de los asesinatos de Arliene Ramos, Lady Marcela Vargas y Marta Calvo y de los intentados sobre otras ocho mujeres es culpable o no. Si es o no un asesino en serie cuya pulsión era ver morir a las mujeres tras intoxicarlas con cocaína por vía genital sin su consentimiento.

En juego, tres condenas a prisión permanente revisable y una montaña más de años de cárcel por las violaciones de todas ellas y por haberles administrado cocaína de alta pureza por vía genital a escondidas y bajos engaños.

Todas sus víctimas conocidas eran mujeres prostituidas. Y lo eran porque esa era la vía más segura para el acusado, según todos los escritos de las acusaciones pública y particulares, para lograr su objetivo final. Pactando sexo por dinero se garantizaba tener a su disposición los cuerpos desnudos de las mujeres sin oposición. Y, además, contaba con la especial vulnerabilidad de las mujeres que están en situación de prostitución: nunca denuncian las vejaciones y ataques (las ocho supervivientes solo lo hicieron cuando se destapó que ese hombre era quien había matado presuntamente a Marta) y varias de ellas son extranjeras con pocos vínculos en España.

El segundo paso, convencerlas de que consumieran cocaína para, en un descuido, introducirles droga en roca de alta pureza por vía vaginal y anal. Si no aceptaban la ‘fiesta blanca’ -mantener relaciones consumiendo cocaína-, lo remediaba aturdiéndolas hasta el desmayo con una sustancia no identificada que, por el cuadro de las víctimas, debía ser MDMA (éxtasis líquido), la droga de moda para violar con la ventaja de que quien la ingiere sufre un borrado integral de la memoria.

El fin último, asistir al cuadro convulsivo que en tres ocasiones acabó con la muerte de las mujeres. Esa era su pulsión, según recoge el informe criminológico elaborado por los especialistas Vicente Garrido y Juan de Dios Vargas, y que los jurados no podrán escuchar y analizar en el juicio porque la magistrada que dirigirá la vista oral rechazó su inclusión por entender que prejuzgaba al reo y entraba en un terreno que solo corresponde al tribunal popular y a ella misma.

En todo caso, ese informe no recoge nada que los jurados no vayan a escuchar por boca de peritos, investigadores y, sobre todo, de las víctimas que sobrevivieron a los encuentros sexuales, que detallarán en el estrado lo que ya contaron a la Guardia Civil y al juez de Instrucción 20 de València: el infinito terror al creer que iban a morir y la angustia hasta poder soltarse de las garras del ahora enjuiciado.

La aceleración del psicópata

El itinerario criminal (conocido) de Jorge Ignacio P. J. en su faceta presunta de asesino en serie, de depredador sexual letal, como lo perfilan los dos criminólogos, comienza el 25 de julio de 2018 y se prolonga por espacio de 15 meses y medio más, hasta el 7 de noviembre de 2019, cuando acaba con Marta Calvo, su última víctima oficial.

Entre la primera y la segunda víctima, ambas supervivientes, pasaron cinco meses. Y tres más hasta la primera víctima mortal. Fue Arliene Ramos, una mujer brasileña de 32 años que agonizó durante nueve días en el hospital tras el encuentro sexual con el acusado en una casa de citas de València en la noche del 25 de abril de ese año. La precipitada huida de Jorge Ignacio P. J. del piso, gracias a que las compañeras de Arliene acudieron en su ayuda, le impidió ver la muerte de la mujer en ese instante. Fue por minutos, porque la gravedad de Arliene era tal que sufrió dos paradas cardiorrespiratorias de camino al hospital.

El intervalo es casi el mismo hasta la segunda muerte, la de Lady Marcela Vargas, una chica colombiana de 26 años recién cumplidos que había dejado a sus dos hijos pequeños en su país natal. En esta ocasión, el acusado completó presuntamente su deseo. La chica fue hallada muerta sobre la cama, en la casa de citas de la avenida de la Plata de València donde quedó con él, al día siguiente del encuentro, . En su cuerpo se halló un nivel de cocaína casi 20 veces mayor que el de una sobredosis voluntaria. Y tenía señales de estrangulamiento.

A partir de ahí, la aceleración, uno de los rasgos más comunes en la actividad homicida de los psicópatas, es clara. A los 15 días, se produce un nuevo ataque, el de la víctima número 5, en la casa de Manuel. Entre la sexta y la décima, los intervalos entre ataques se reducen a dos o tres semanas. Entre la novena y la décima, hay menos de una semana. Varias de ellas llegan a pisar el umbral de la muerte y unas cuantas continúan hoy, dos años y medio después, en tratamiento psicológico, aterradas.

La noche del 6 al 7 de noviembre, justo antes de llevarse a Marta a Manuel, lo intentó antes con dos mujeres más: las víctimas 2 y 9. Tras el asesinato de la joven de estivella en esa madrugada del 7 de noviembre, con su cuerpo aún en la cama (según su relato) contactó con tres mujeres más en pocos minutos para concertar otra ‘fiesta blanca’. A sabiendas de que llevaba tres muertes a sus espaldas. Ese último homicidio ha sido, a la postre, el único freno en su camino. Al menos, de momento.

Los nueve jurados solo podrán juzgar por lo que vean y escuchen en el juicio


La primera sesión tendrá como objetivo la conformación del jurado. Para ello, los candidatos serán sometidos a un somero interrogatorio por parte de las acusaciones y de las defensas, en presencia de la magistrada-presidenta del tribunal popular. Las preguntas servirán a las partes para admitir o recusar a cada candidato -con un número limitado de rechazos- en función de su perfil y de sus respuestas. Eso sí, todos deben garantizar que solo decidirán sobre el objeto del veredicto a partir de lo que vean, escuchen y perciban durante el juicio, algo que han cumplido sobradamente otros jurados en casos mediáticos anteriores. T.D. València