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Regreso a la caja de pensiones

Regreso a la caja de pensiones

Cuando era niño, mis padres me abrieron una cuenta con cuatro duros contados -ni uno más- en la entonces Caja de Pensiones, que estaba bien asentada en Sant Feliu de Guíxols. A finales de los ochenta, se fusionó con la Caixa de Barcelona, de donde salió La Caixa, que en la Gran Recesión devino CaixaBank. Paralelamente a este proceso, entré a trabajar en Radio Nacional de España en València y como la nómina la cobraba a través del entonces Banco Exterior de España, me hice cliente de este. Unos años después, tras unirlo con el resto de la banca estatal, como la Caja Postal, nació Argentaria, que acabó fusionándose con el Banco Bilbao Vizcaya y dando lugar al BBVA. Por entonces, finales del 99, ya me había comprado un piso. Firmé la hipoteca con Caja Madrid y cambié de banco. Desde ese momento, he ido dando tumbos sin levantar la mano. La entidad madrileña se fusionó con Bancaja y crearon Bankia. Allí que me llevaron. Y ahora Bankia se une a CaixaBank, conmigo detrás. Pienso que la vida da muchas vueltas. Regreso a mis orígenes financieros con apatía, sin entusiasmos ni nostalgias.

Cuando me instalé en mi casa de València a principios del 99 tenía en la acera de enfrente la oficina de Caja Madrid, que desapareció tras el nacimiento de Bankia. Tras unos meses vacío, el local fue ocupado por una tienda de ropa juvenil que sigue con la persiana alzada, aunque no se ven colas a la puerta. No hubo problemas, porque a cien metros, más o menos, estaba la sucursal de Bancaja, a donde nos recondujeron como cabestros hacia toriles. Ahí es donde suelo ir al cajero. Cada vez menos, es cierto. Sin embargo, le veo poco futuro. Me temo que no tardaré mucho tiempo en ver cómo cierran ese establecimiento y nos redirigen a sus usuarios hacia la oficina de CaixaBank de la misma calle y la misma acera, con mejor aspecto exterior y mejor ubicación en la esquina contigua a aquella donde vivo.

Y es que la fusión entre Bankia y CaixaBank, por los volúmenes que manejan cada una de las entidades y lo que dicta la experiencia de otros casos, tiene toda la pinta de ser una operación de absorción de la primera por la segunda. Y vendrán cierres de oficinas y despidos en abundancia. Que iba a haber fusiones bancarias se sabía desde hace tiempo, sobre todo ahora que la crisis del coronavirus va a poner en muchos aprietos, por los márgenes estrechos y la creciente morosidad, al sector. Todo indica, además, que estamos ante una operación de Estado, que impulsa la concentración bancaria, sí, pero que también diluye en la nueva entidad a un 14 % la actual participación pública del 61 % en Bankia, que debía vender en 2021 por mandato europeo con la perspectiva de pérdidas tal como está la cotización de la empresa. La operación, en principio, supone reforzar a una entidad catalana, pero según cómo se mire tal vez no sea tan así, porque el peso específico de Bankia, su poderío en Madrid y la Comunitat Valenciana, donde ambas tienen su sede social, de alguna manera lo que implica es que la nueva CaixaBank se españoliza. Cataluña pierde importancia en su volumen de ingresos.

Y me pregunto: ¿Qué negocio se instalará en la vieja oficina de Bancaja cuando cierre? ¿Otra tienda de ropa? ¿Un bar? ¿O quedará viuda a la espera de alguien que la ocupe en esta época tan incierta?

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