Cine judicial, puro teatro por tanto, sobre el caso real del francés Jacques Viguier, que acusado de asesinato en la desaparición de su mujer ha inspirado ríos de tinta y varias piezas de ficción, reflexiones sobre la presunción de inocencia, la fabricación de culpables, las temibles inercias de la opinión pública y los procedimientos del sistema legal. Con el siempre inquietante Laurent Lucas en el banquillo de los acusados, la película transcurre llevada por la particularidad de un sospechoso que es al tiempo víctima de un delito supuesto y sin pruebas, y la paradoja, que por momentos sumerge la ficción en las aguas de la auto conciencia donde pugnan lo real y lo verosímil, no se priva de citar frontalmente a Hitchcock y convierte un thriller de juicios en un dispositivo para indagar en los fundamentos de la mentira y en cómo la realidad puede ser determinada por el lenguaje.

El vehículo de la narración es también su hándicap, la conciencia personificada en Nora, una ciudadana de a pie acuciada por la verdad, por el anhelo de la verdad, y que poseída por esa convicción íntima pondrá en juego su vida personal y convencerá a un letrado de talento y carácter para que el caso se revise. Por momentos, ese peaje hará escorar hacia el triunfo de la voluntad un relato endeble y tocado de fantasmagoría, pero finalmente apreciable como ensayo moral y capaz de armar el juego del suspense.