En dos temporadas y 226 millones de inversión en fichajes de por medio, el Valencia ha pasado de clasificarse para la Liga de Campeones a no poder despegarse de las posiciones de descenso a Segunda división. A expensas de que Cesare Prandelli logre enderezar el rumbo del equipo, el club de Mestalla ha desatendido una de las mejores virtudes de su historia reciente, como era la capacidad de regenerarse de las grandes ventas con fichajes que no resentían sino que lograban mantener el rendimiento del bloque.

Así se comprobó en la última edad de oro de la entidad, entre 1999 y 2004. Un lustro que ha quedado grabado como una etapa homogénea de finales y títulos bajo un mismo estilo. Sin embargo, fue una época de constante transformación de la primera plantilla. Del equipo que se coronó como brillante vencedor de la Copa del Rey en la Cartuja ante el Atlético (3-0), al que alcanzó el techo histórico del «doblete» en 2004, sólo Cañizares, Angulo y Carboni continuaban en el equipo. Por el camino, además, desfilaron tres distintos entrenadores: Claudio Ranieri, Héctor Cúper y Rafa Benítez. No obstante, pese a unos cambios provocados no tanto por la necesidad económica sino por la incapacidad de retener a jugadores con gran proyección y muy codiciados, el Valencia aumentaba su potencial. Básicamente porque el club se ceñía a una filosofía concreta, diseñada primero por Javier Subirats y posteriormente por Jesús García Pitarch, en el que no existían las injerencias de mercado auspiciadas por la actual propiedad, con la influencia de Jorge Mendes.

El «Piojo» López, Gaizka Mendieta, Farinós o Gerard abandonaban el equipo, pero el nivel seguía intacto, con la llegada de Baraja y Ayala, el regreso de Sánchez o la ascensión desde el filial de Albelda. Bajo parámetros parecidos se movió el club en otra época de ventas compulsivas, a partir de 2009. Entonces fue el imperativo económico de una entidad que había llegado a deber mensualidades a los jugadores y que se vio obligada a frenar, hasta la fecha, las obras del Nuevo Mestalla. Las joyas de la corona (Villa, Silva, Mata, Albiol...) abandonaron el club, que contrarrestó las bajas fichando buenos jugadores (Soldado, Aduriz, Rami) y aprovechando oportunidades de mercado como Jonas, a precios irrisorios o directamente a coste cero, como Mathieu o Feghouli.

Todo ese tejido se ha despedazado en los dos últimos años. El gasto primero fue abundante pero con una improvisación que ha afectado al nivel del Valencia y después ha obligado al club a deshacerse de sus mejores activos y no tanto de los refuerzos equivocados. El mejor momento de Lim desde que compró el club llegó en los primeros meses, con un proyecto deportivo participado a medias por Rufete y Ayala (responsables de fichajes como Mustafi y Otamendi) y el propio Lim con el asesoramiento de Mendes (André Gomes y Rodrigo). Esa cohabitación se rompió conforme Lim fue ostentando la mayor cuota de control interno que, legítimamente, le correspondía para configurar un club a su imagen y semejanza. La apuesta por dotar de más poder a Nuno tras su primera buena temporada hasta el punto de prescindir de un director deportivo, fue el primer gran error.

El segundo, no seguir una línea coherente con fichajes que sucumbieron a la presión de Mestalla. Han abundado las contrataciones de jugadores jóvenes, sin apenas experiencia, a precios elevados y sin compensar demarcaciones. Pero el pecado principal aguardaba en el banquillo, en el que la voluntad caprichosa del propietario llevó a contratar a un técnico novel y desconocedor de la Liga, como Gary Neville, con el que se precipitó la caída libre del equipo. Se encomendó un proyecto descabezado a la alternativa de urgencia, Pako Ayestarán, técnico de perfil bajo que había salvado al equipo del descenso. De ese modo, Prandelli ha recogido un equipo necesitado de un mensaje estructural y de fichajes, en el que, por ejemplo, no existe ni la figura de un delantero centro.