La suerte del Valencia CF de Celades es que, así en las crónicas como en los resultados, lo que importa es el final. Todo lo que pasa hasta entonces, por esperpéntica que sea la puesta en escena, termina convirtiéndose en accesorio. Por eso el personal se fue ayer de Mestalla satisfecho y contento con una goleada reparadora en la que cualquier parecido entre el entusiasmo de la segunda parte y el siniestro de la primera fue coincidencia. Otra reacción a tiempo. Esta vez nada más y nada menos que para enchufarse a una Champions en la que con Chelsea y Ajax partiéndose la cara y a gol limpio en Londres, no había margen de error posible. Un noche más bonita que buena. Pero feliz.

Una vez descrito el final hay que volver al principio. Igual que hace tres días contra el Espanyol, el partido lo cortó el mismo sastre. De menos a más, el patrón fue idéntico hasta en la entrada al campo de Manu Vallejo. Un joven revulsivo, de los sumados para la causa, que fue responsable no tanto de devolverle el fútbol perdido sino de meterle el nervio necesario a un equipo por cuyas venas corría valeriana más que horchata. Sin nadie que se saltara el guion, hasta los protagonistas se sucedieron en el mismo orden. Rodrigo, al que le cortaron un centro con la mano, provocó el penalti. Y Parejo lo marcó, encima a lo Panenka, nada de a romper. A partir de ahí, otra historia. Sólo Maxi, salvador en Cornellà, faltó por sumarse a una fiesta de la que el último en irse fue Ferran, rescatado del banquillo cuando a las primeras de cambio Cheryshev volvió a lesionarse.

La explosión, y el alivio, llegó con el 2-1. Con ese gesto in extremis tan suyo descoordinando la cabeza en el centro, Gayá entró hasta la cocina para obrar la remontada. Un gol que hay que reconocerle a él antes de apuntarlo en propia puerta. Después de haber enseñado lo peor, el Valencia CF demostró entonces que es capaz también de lo mejor dentro de un mismo acto. Desatado y rompiendo a jugar, contra un Lille que todo sea dicho ya estaba roto, hubo espacio hasta para lujos. El mejor, el de Kondogbia, que se fue haciendo más y más grande hasta que además de soltar un latigazo le dio una patada a la mochila que lo venía lastrando con un auténtico golazo. Tocaba reír, pero antes se habían sucedido sketches para llorar. Sobre todo cuando se sabía que una de las claves debía ser entrar al partido con mucha intensidad.

Y es que, a nivel de equipo, el punto de inflexión en Cornellà había tenido que ver más con una cuestión de atributos que de aptitud. Por eso el personal dio por supuesto que, en caso de tropezar con alguna, sería con otra piedra. Craso error: fue la misma. Sin saber por dónde meterle mano al colista del grupo, la puesta en escena en la primera final de la temporada resultó igual de mustia y mediocre. Dejándose manosear por un rival que ni siquiera necesitó ser mejor para hacerlo, era cuestión de minutos que pasara lo que tenía pasar. El gol del Lille, vencedor en la mayoría de disputas y segundas jugadas, llegó cuando la media hora todavía no se había cumplido. Pero podía haber sido antes. Al Valencia CF, es algo que no puede disimularse, se le amontonan los bártulos en la mudanza de un entrenador a otro. Cualquiera que haya pasado por una sabe que es de lo peor que hay.

Rodrigo, al rescate

Por si quedaba alguna duda, la primera parte demostró que Celades no ha dado con la tecla para que el equipo juegue como quiere. O, al menos, como se intuye que le gustaría que lo hiciese. Mientras no se demuestre lo contrario, para que su propuesta funcione todo tiene que pivotar alrededor del balón y de jugadores asociativos. Sin embargo, en fase ofensiva la posesión es un marrón. Más allá de Parejo, incluso pese a la apuesta de inicio por un tierno Kang In, sólo está Rodrigo, al que le tocó cambiar de campo para oxigenar la salida desde atrás y aliviar a los centrales. Una solución de urgencia que a todas luces es insuficiente. Abrumado por la responsabilidad, fue en ese contexto de contemporización e imprecisiones en el que Parejo cometió un error en tres cuartos con los centrales abiertos. Osinhem entró por el medio como una flecha y batió en el uno a uno a Cillessen, que para entonces ya había solventado un par de papeletas. Con esa ya no pudo.

Solo después de haber regalado toda la primera parte se decidió el Valencia CF a darle un sorbo antes de que se agotara. En un arrebato, Maignan hizo una parada a bocajarro con la que se empezó a desatar el nudo en el que el fútbol de ataque se había convertido. Fueron los primeros minutos de comparecencia real de un Valencia que, aun así, necesitó otro rato para enchufarse tras pasar por los vestuarios. La reacción no se materializó hasta que Celades, que lo veía en la banda con una pose liviana, intervino con un cambio para que se produjese el vuelco. Sin necesidad de inventar la pólvora, el remedio fue el repetido de Vallejo. Sus fogonazos cambiaron la tensión contenida en Mestalla, que de estar al borde del divorcio pasó a renovar sus votos en el equipo. Pedir el empuje de la grada cuando el equipo no funciona y el rival se lo está comiendo es estéril. Pero a poco que hay motivos para ponerse a empujar, encima siendo la Champions, los aficionados se ponen los primeros.