Regreso a la primavera invencible de Mestalla (2-3)

El valencianismo se emociona recordando al legendario equipo de 2004, en una velada llena de destellos, memoria y cultura de club

Partido Leyendas del triplete.

Partido Leyendas del triplete. / J.M.López.

Vicent Chilet

Vicent Chilet

Carlos Gardel llevaba razón con su tango más célebre: veinte años no es nada. Los protagonistas de la última gran primavera invencible de Mestalla reaparecieron con la frente marchita, con “las nieves del tiempo” plateando la sien de más de uno, pero plenamente conscientes que “siempre se vuelve al primer amor”. De todo ese alto voltaje emocional se construyó una tarde noche hermosa, que no solo fue homenaje y evocación, porque de los mecanismos de la nostalgia también emergen recordatorios para el futuro, como la defensa de una cultura de club como aquella, casi extinguida en los tiempos modernos, los tiempos de Meriton.

Los mecanismos de la nostalgia y la memoria se activaron en el partido. En la primera intervención de Amedeo Carboni, a pocas horas de cumplir 59 años, lanzándose al suelo para cortar el primer ataque de la selección AFE y aguantando en el campo casi 40 minutos, casi más tiempo que en su debut accidentado en su debut, en un marcaje que Figo jamás olvidará. De hecho, el de Arezzo hasta regresó en la segunda parte, como el viejo rockero que se da el gusto de regalarse un penúltimo concierto. De la nostalgia se conecta también la ambición. La de Carlos Marchena para salir disparado desde la línea de centrales y superar líneas como un líbero antiguo. Nostalgia y emoción, la de las miradas, risas y abrazos cruzados de los antiguos compañeros, en los segundos de tregua que daba un partido de trote tranquilo para recuperar un poco de resuello.

Incluso los momentos inesperados, como el tirón que sufrió Santi Cañizares, se convertían en instantes de belleza, como el abrazo con su sustituto, Andrés Palop, su rival en la titularidad de aquel Valencia desbordante de orgullo. Los abrazos nunca llegan tarde y siempre son reparadores.

Rubén Baraja, leyenda de presente desde el banquillo, regaló un par de cambios de orientación de su sello personal. Albelda volvía a marcar su radio de acción con oficio y mirada desafiante, como los sheriffs. Y Angulo establecía el empate (en posición dudosa, guiño de Toño Mateu Lahoz) batiendo a Iker Casillas de espléndida vaselina. La misma portería, al mismo portero, en la que marcó el gol inaugural de la Liga 2001-2002, la de la quinta Liga.

Cannobbio, Oliveira (¿cuál era el sofá y cuál la lámpara?), Sissoko y Borja mostraron destellos de clase y finura física. Sánchez buscaba el gol como en los viejos tiempos, con esas irrupciones en esprints cortos y explosivos en desmarques furtivos. En un festejo como el del triplete, Mista, el pichichi de 2004, debía tener su gol, para volver a empatar la contienda a 2, antes del tercer gol final rival. La memoria implica mantener vigentes las viejas disputas, como se vio en algún gesto airado de Míchel Salgado y Raúl Bravo. Aunque se había retirado unos pocos años antes, Ferran Giner, el guardián de la memoria desde la Asociación de Futbolistas, merecía sus minutos en el césped. Javier Subirats, desde la cabina de comentaristas de Àpunt, disfrutaba de la reedición de su gran obra. También Rafa Benítez, posiblemente corrigiendo detalles tácticos viendo el partido desde el sofá de su casa. Los aficionados no perdieron detalle, con los ojos vidriosos y una última mirada al cielo. En el cuarto anillo, el del palco de Jaume Ortí, de Espanyeta, de cada familiar con el que nos abrazamos en Mestalla, Sevilla y Goteborg pero ya no están entre nosotros. Aunque nunca se irán. Secretos de la primavera invencible.