M. Vázquez, Valencia

Es martes y hay mercadillo en la calle Pelayo, uno de los más concurridos de la ciudad. Hace buen día y los transeúntes que rebuscan en las paradas abarrotan las calles, sobre todo en el cruce con Vives Liern, donde es casi imposible caminar entre el gentío y las improvisadas paradas que se reparten por toda la calzada.

La ropa de segunda mano, los zapatos ya destrozados, muchos sin pareja, y la quincalla en general -es evidente que todo procede de contenedores y está más que usado- se apelotonan sobre la acera, sin ni siquiera un retal que los resguarde de la mugre que acumula el suelo. "¡A un euro, nenas! ¡No paséis de largo! ¡A un euro!", gritan las vendedoras.

Todas, que tienen mucha más clientela de que la pudiera pensarse, cuentan con alguien que vigila incesantemente las bocacalles y, a la mínima señal, recogen en un santiamén. "¡Ya vienen, ya vienen!", grita alguien. En un momento, los fardos desaparecen sobre los carritos de bebé o de supermercado -ayer retiraron una veintena- que hay por doquier. Falsa alarma: los policías locales pasan sin interferir en los negocios, aunque aceleran las rebajas: "¡Tres a un euro!", chillan sin acabar de desenvolver los montones.

"Aquí me he comprado de todo, pero sobre todo libros y películas", cuenta un hombre mientras, a su lado, una mujer comprueba si un pasadísimo modelito de noche le estará bien. "Vendo en el rastro -explica una comerciante-, pero también vengo aquí y a la playa en verano". Sobre el origen de sus productos no quiere hablar -"lo consigo por ahí", dice-, aunque los agentes lo tienen claro: "Lo sacan de los contenedores de ropa solidaria y de centros benéficos". Pese al aspecto de las prendas, es un auténtico mercado. "Este jersey tiene una marca", se queja una clienta. "Eso se lava y ya está", le replican.

De repente, una docena de agentes llega y empiezan las carreras. Son pocos los que consiguen huir con la ropa y muchos los que tienen que renunciar a ella porque, si la reclaman, tienen asegurada una multa por venta ilegal. Es el momento de los compradores, que rebuscan apresurados para llevarse algo gratis. "¡Qué nadie toque nada más! ¡Ya está bien!", gritan los policías mientras los operarios de limpieza recogen con guantes los montones y los arrojan a un camión de basura.

"Parece casi increíble" que alguien recurra a esta ropa para vestirse "pero la necesidad aprieta", justifica un agente. "Son sobre todo inmigrantes y ancianos -relata-, gente que no puede permitirse más; y los que venden, tres cuartos de lo mismo. Es la pelea de la miseria".