La genuflexión se inicia al traspasar las puertas cuya altura obliga a inclinarse y tras descender varios escalones nos sumergimos en un cielo pagano presto a convertir los objetos de la tienda en sagrados manifestaciones de culto. Porque el protagonismo de las velas se extiende a cosas que forman y han formado parte de nuestra vida cotidiana. La Iglesia Católica usó las velas como algo imprescindible para disipar la penumbra de sus templos y las adoptó como símbolo litúrgico presente en todas sus ceremonias; y si la Iglesia romana cuenta más de veinte siglos entre nosotros, podemos entender que la Cerería Felipo esté presta a celebrar su primer centenario. En el centro histórico, zona que cuenta con más templos por metro cuadrado que el resto de Valencia, próxima a la Catedral y a la Basílica de la Virgen de los Desamparados y, como la iglesia a la que sirve, la Cerería Felipo se extiende por los cuatro puntos cardinales de la Comunitat Valenciana, desde donde acuden o reclaman los envíos para que parroquias, iglesias y capillas celebren sus rituales y en los altares brillen dos o más cirios en las misas ordinarias, al menos seis en las solemnes, y los sagrarios tengan siempre un luminoso y pequeño centinela. Cien años y cinco generaciones con el apellido Felipo, desde Felipo Soler hasta Felipo Martí, un relevo en el servicio completo de los objetos de culto.

Y la tienda reclama, exige, esas pequeñas imágenes que se distribuyen por doquier de las avemaría que nos recibió en tantas casas de nuestros antepasados, de nuestra patrona y de otras vírgenes, de crucifijos y santos, de rosarios, y de cunas en que el niño Jesús nos tiende sus brazos. Y sobre todo su inmenso elenco de cirios. Cada uno para su momento y según sus peculiaridades pueden llegar a medir un metro y sesenta centímetros de altura; son los cirialots, un objeto entrañable en las procesiones del Corpus. O alzarse escasos centímetros. Ser cilíndricas, cuadradas, con caprichosas formas y colores, y se adecuan a las estaciones de los años cuando las conmemoraciones las reclaman. En primavera, para las primeras comuniones que son las que exigen mayor creatividad en los modelos; y las encontramos esbeltas, con jardines de escamas o flores que las rodean en varias alturas, con los tonos más suaves del azul, del rosa o del amarillo y cintas colgantes. En verano las ciudades se vacían y se llenan los pueblos que ensalzan a sus patronos y las cofradías, clavariesas o fieles, en general, acompañan a su Santo sosteniendo en su mano la vela que encerará las calles marcando la senda de la devoción popular. El otoño con su Candelaria, Todos los Santos, el día de los difuntos... Con el invierno alcanza su esplendor el imperio de las velas. La Navidad y la luz son complementarias y el derroche de imaginación genera un auténtico jardín de velas. Las hay grandes y pequeñas, circulares o cuadradas, con forma de estrella, de flor, de figura navideña y desde el blanco al negro, rojas, azules, verdes, amarillas, no hay color que escape a la creatividad que a veces incluye senos para acoger las figuras de un nacimiento o superpone imágenes en la superficie. En marzo celebraremos San José y las fallas y falleras exigirán la sobriedad imprescindible para que las velas no compitan con la excelencia de los trajes.

Juan José Felipo Martí, rodeado de jóvenes mujeres que pudieran sacarse de las figuras de una estampa, es hijo del dueño y biznieto del fundador. Un hombre solícito de paciente espera a la decisión con el encanto sereno de quien esta avecindado en la tienda; al fin, la concreta elección del cliente y con un lirismo inconfundible, tal el zarpazo de un ángel, separa el objeto que, entre tantos otros, se transforma en el único por ser el elegido. Y nos preguntamos que ocurriría si de repente cobrasen vida las figuras, si las velas se encendieran todas formando una de colinas coronadas por luceros.