El ADN de los valencianos a lo largo de la historia nos desvela lo dados que somos -todos, moros y cristianos- a la desunión. Tanto que ni para el Compromiso de Caspe nos pusimos de acuerdo. De ahí que el Parlament de dins (Valencia) i el Parlament de fora (Paterna) eligieran compromisarios distintos que decidieran el futuro de España, por lo que los de Aragón y Cataluña tiraron por la calle de en medio y eligieron por su cuenta la terna, en la que estaba san Vicente Ferrer, en quien nosotros en ningún momento penamos, ni mucho menos elegimos. No nos unimos para nada -en eso somos aún muy moros- y a todos nos van las tribus, los reinos de Taifas, lo cual es esencial de nuestra genética, con sus gozos, muchos, y sus sombras, bastantes. La regla la rompe la "mascletà" en Fallas. El poder de convocatoria es enorme, total. Llaman a "mascletà" y salimos todos en masas compactas, batallones apretados caminando por todas las calles de la ciudad dirección a un mismo destino. Marchamos unidos, animados, prietas las filas, sin ninguna bandera, ni ideología, Sin pedir carné, ni mirar filiaciones. Acudimos salidos de cualquier parte, estamento o nivel. No hay clases, ni distinciones. No hay protestas, ni quejas, bajo el tibio sol invernal de las Fallas. No hay críticas, ni lamentos. No hay partidos, ni sindicatos. Nadie pregunta nadie a nada. Todos mirando el mismo objetivo, esperando que sea un acierto y convenza. Cada "mascletà" es, además, un lugar de encuentro de gentes que no se ven nunca, que no se han visto en años, que hicieron la mili juntos, que han vuelto del extranjero, y que uno gusta de ver de nuevo. Es el ágora del pueblo, al que uno sale y contempla, recuerda y revive en los encuentros más inesperados o sorpresivos, llenos de gratos recuerdos. La "mascletà" concita unanimidades, cosa extraña en los valencianos. Cada una de ellas provoca la aclamación popular en una tierra de tantos reyes en los ombligos. A su conclusión, fuertes ovaciones, nemine discrepante, y la aguda exégesis festiva sobre si ha sido hoy mejor que la de ayer. Es el ruido, rítmico y coordinado ruido, y el olor a pólvora, y la ascensión a los cielos de los humos y fuegos pirotécnicos lo que nos encandila y seduce, todo muy moro, muy islámico, como no podría ser de otra manera en esta tierra de taifas. El poder de convocatoria de la "mascletà" es extraordinario, en su derredor no hay banderías, ni bandos encontrados, ni objetores, tampoco pesimistas. Todos quedan electrizados, vibrando con esa mezcla de sensaciones que a los cinco sentidos transmite al gentío cada "mascletà", un acto más de las fiestas barrocas, fiestas de los cinco sentidos, por excelencia, las grandes fiestas barrocas, mediterráneas, del pueblo valenciano.