Juanjo no entendía la vida como un arma arrojadiza, sino como una puerta abierta que siempre ofrece posibilidades diferentes, y esas, para él, eran muy variopintas, la arquitectura, los libros, el dibujo, la palabra; también los afectos, también los principios. En realidad, a su lado, siempre aparecían muchas alternativas novedosas; era polígamo de ideas y de propuestas.

Deja muchas muestras de su buen hacer en la ciudad, para los libros, para las exposiciones, para la memoria, pero más aún deja en la memoria de los que le conocimos, le quisimos (imposible no hacerlo), le escuchamos en sus clases irrepetibles o asistimos a sus conferencias inteligentes y divertidas.

Si la arquitectura es un oficio, él era un maestro; si es una disciplina, él era catedrático; si es una manera de entender la vida, él era un experto, y si es una bella arte, él era un artista. Todo junto e indivisible.

Supo vivir la vida, exprimirla, convertirla en una sonrisa, desparramar juventud desde la vejez y llenar de vitalidad nuestros pensamientos con su andar enjuto y decidido. Tenía algo de Quijote, lo sé, pero en vez de lanza, un lápiz, y en lugar de locuras, sueños.

No sé si se va o se queda, pero deja un camino hermoso, claro, con luz propia, que destaca en este amasijo de dudas que nos rodea.

Seguiremos pensando en ti, Juanjo, como siempre. Y ya sabes que yo, cuando sea joven, quiero ser como tú.