Soy vecino de Valencia desde hace mas de 20 años. Me gusta mi ciudad y su gente. Pero hay una pregunta que me hago a menudo y que no entiendo de nuestra sociedad ¿Por qué la diversión de unos implica la molestia de los demás? Hablo de las macrofiestas que se organizan en fechas señaladas (y no señaladas) con el consiguiente aumento de la contaminación sonora que sufrimos todos los que vivimos cerca de donde se celebran dichos eventos.

Son las 6.50 de la mañana del 1 de enero de 2016 „por cierto Feliz Año nuevo a todos„ en el momento en que escribo esta nota desde mi apartamento cerca de la Ciudad de las Ciencias. Anoche conseguí dormirme en un receso de la música de la Fiesta de Fin de año que se celebra en l'Umbracle de la Ciudad de las Ciencias. Pero a las 5.30 la mañana me he despertado por el alto ruido ambiental.

Era imposible seguir durmiendo. Esperé media hora pero nada. El «discjockey» decía que se tenía que ir y pensé: «menos mal podre dormir...» ¡Pero que va!?..apareció otro que continuó su fiesta.

Como no podía dormir me dije «haz algo útil? deja de refunfuñar y haz una protesta». Y aquí estoy... Me levanté y saqué a mi perro a pasear y de paso con un sonómetro estuve midiendo los niveles de contaminación acústica (mi trabajo esta relacionado con la Investigación en Acústica). Y miren ustedes los datos medidos.

En la terraza de mi apartamento, que está situado a unos 250 metros de distancia del fiestorro, había un nivel medio de unos 85 decibelios con picos de 98 (equivalente a tener una motocicleta funcionando en la terraza) y en la habitación donde duermo el nivel de ruido medio era de unas 58 dBs con picos de 70 dBs (equivalente a dormir con una aspiradora moderna funcionando). La legislación vigente permite niveles máximos de ruido de 55 dBs en bares y terrazas exteriores, como sería el caso, cuando el nivel de ruido de los bafles del fiestorro debían andar por más de 120 dBs.

No entiendo cómo todavía se siguen permitiendo estos atropellos. Pero esta perplejidad se torna en estupor cuando se sigue permitiendo por parte de un ayuntamiento que actualmente está gobernado por un alcalde, que por cierto me cae muy bien, que pertenece a un partido, que como Compromís, está promoviendo medidas ecologistas.

Aunque me temo, por la evidencia, que la enorme contaminación sonora no la consideran punible, ya que parece estar en la línea del espíritu valenciano más casposo (ya saben los petardos, el ruido, la contaminación acústica y el «caloret» tan querido por la Sra Rita Barberá).

Me sorprende y causa estupor que los nuevos rectores del ayuntamiento permitan este tipo de atropellos. No estoy en contra de las fiestas. Pero aborrezco aquellos eventos en los que la diversión de unos implica no dejar dormir al resto de la ciudadanía.

Bueno eso tiene la ventaja de que me ha despertado a las 5.30 de la mañana he podido pasear al perro, muy temprano, el 1 de enero, ser testigo de que el espíritu de nuestra anterior alcaldesa sigue muy vivo con el mismo paisaje «después de la batalla»: las calles llenas de botellas rotas y vasos tirados en la vía pública y cerca de las papeleras que, por cierto, permanecían vacías. Y, por último, me ha permitido escribir esta carta sobre los sonidos de Valencia.