Hablar de participación ciudadana en la ciudad de Valencia me obliga, como miembro del equipo que la gobierna, a dejar claro antes de empezar que consideramos el movimiento vecinal el germen indudable de una verdadera cultura democrática.

Muchas de las personas que componemos el gobierno municipal provenimos del tejido asociativo, algunas con una trayectoria muy relevante. Es el primer espacio de participación ciudadana y desempeña un papel fundamental como garante de los cambios y transformaciones de la ciudad.

A las mujeres y los hombres que en los últimos 40 años han pertenecido a las asociaciones vecinales les debemos, entre otras cosas, que hoy podamos pasear por la Devesa del Saler o por el Jardín del Túria. Gracias a su incansable insistencia, se soterraron las vías que partían la ciudad en dos. Les debemos, además, el primer alumbrado en los barrios, el asfaltado y muchas de nuestras dotaciones públicas.

Con su propia evolución histórica, el movimiento asociativo ha ido tejiendo nuevas expresiones de organización, en forma de plataformas, coordinadoras o agrupaciones en torno a un objetivo concreto que, en general, han sido favorecidas y apoyadas por el propio movimiento vecinal (recordemos los Salvem el Botànic o Salvem el Cabanyal).

De este modo, los modelos de participación también se han ido transformando para complementar la esencia reivindicativa inicial, en términos básicamente de infraestructuras y dotaciones, con una dinámica más orientada a la acción directa, con la apropiación de espacios urbanos en desuso (la experiencia de huertos urbanos es un claro ejemplo) o acciones orientadas a reconstruir la identidad (inter)cultural de los barrios o su dinamización económica y social.

En la actualidad vivimos un momento clave en materia de participación ciudadana, por lo que ha llegado la hora de hacer una reflexión en profundidad para valorar y reconocer el pasado, pero sobre todo para proyectarnos en el futuro y definir las líneas generales que el impulso de la participación ciudadana requiere en nuestra ciudad. En ese sentido creo que son tres los grandes desafíos que debemos considerar.

En primer lugar, nos encontramos en un momento de cambio democrático y las ciudades están llamadas a desempeñar un papel central en él. Es necesario incardinar la participación ciudadana en un debate y reflexión colectiva sobre el modelo de ciudad que queremos. ¿Cuál es el modelo económico por el que apostar de cara al futuro? ¿De qué manera abordar los principales problemas sociales? ¿Cuáles son los principales retos urbanos y medioambientales?... En este sentido, es necesario pasar de una concepción de la participación como una lista de demandas a entenderla como un proceso de deliberación y construcción colectiva. Creo que la participación debe ir más allá del co-diseño de las políticas públicas para incorporarse también a la ejecución de éstas. Todo ello requiere trabajar a los «dos lados de la ecuación» abriendo canales de participación y transparencia desde la institución pública y apoyando iniciativas innovadoras que fortalezcan y articulen las capacidades del tejido asociativo.

En segundo lugar, la propia sociedad está cambiando y aspectos como la diversidad y la interculturalidad nos obligan a desarrollar una pedagogía y una cultura de la participación que sea entendida como un espacio de encuentro y de diálogo. Que reconozca el valor de aquello que Kapuscinski denominó «la otredad», el encuentro con quien piensa diferente o concibe los problemas de «otra» manera. En una sociedad diversa y fragmentada como la nuestra, es necesario entender la participación como el espacio donde trabajar constructivamente los conflictos sociales.

Y en tercer lugar, debemos reflexionar sobre la capacidad de interacción entre la ciudadanía y la administración que permiten las nuevas tecnologías. Si las nuevas tecnologías favorecen la comunicación, también deben ser útiles para crear espacios de participación más amables y accesibles. Así se entiende y así se está haciendo en diversas ciudades del mundo, desde París hasta Sevilla, pasando por Londres, Berlín o Madrid, donde se están desarrollando herramientas potentes que resultan complementarias a otros procesos de participación. Si la información es poder, la transparencia y los datos abiertos deben ser buenas herramientas también para el empoderamiento ciudadano. Y Valencia no puede, ni debe, quedarse al margen de esto. Avanzar hacia un nuevo modelo de participación más democrático es tarea de todos y todas. Y la ciudad es un espacio privilegiado para ello. Se trata de una responsabilidad compartida que el Ayuntamiento de Valencia va a trabajar conjuntamente con la sociedad civil y el tejido asociativo, así como con otras instituciones públicas. Es nuestro firme compromiso y en ello estamos.