No concibo con demasiada claridad el término «paciencia» cuando transcurrieron cuarenta años de cruenta y asesina dictadura y cuarenta más de una transición democrática que algunos quisieron finiquitar en 1982 pero otros creemos que nunca debería acabar. No si se arrastran tantos vestigios (físicos y de otra índole) del franquismo. València dio un paso de gigante este pasado fin de semana con la erradicación de los nombres franquistas o vinculados a la dictadura que seguían sobreviviendo en las calles de la capital gracias a la complicidad de unas y a la equidistancia de muchos. El debate se abrió rápidamente en las redes sociales pero los y las políticas deben eludir incluso la lectura de unos espacios redefinidos en diálogos de odio. Sí, claro, hay cosas más importantes que hacer. El paro, la pobreza, la prostitución, el asfaltado de las calles... Pero eso no quita que en las calles se pueda seguir homenajeando a personas que combatieron la democracia. Esa interesada priorización temática de algunos esconde una voluntad subterránea de permitir que el franquismo sociológico siga perpetuándose cómodamente tras cuatro décadas. El caso del doctor Marco Merenciano clamaba al cielo. ¿Conocen la historia del doctor Peset Aleixandre? Es la vida de la entrega por los demás, de la solidaridad, del compromiso. Pues bien, por poco no coincidía su nombre en el callejero con el de la persona que lo denunció y que, con ello, posibilitó que fuese fusilado en 1940. ¿Qué mensaje estamos lanzando con esos homenajes en el callejero? Desde este humilde espacio, digo gracias a los y las que habéis hecho posible que estas aberraciones contra la democracia hayan sido subsanadas. Sin embargo, queda mucho por hacer y no emprender el trabajo completo será observado en el futuro como una oportunidad perdida y como una carencia de compromiso sincero. ¿No lo creen así Ribó, Fuset, Tello, Grezzi...? Las calles de València siguen estando repletas de símbolos franquistas, por ejemplo en muchos portales de viviendas en las que continúan intactas las placas del Ministerio de la Vivienda franquista, con el pertinente yugo y flechas. Las que han desaparecido han sido por el compromiso de individuos sin nombre que se han jugado su integridad por su compromiso con la democracia. No puede siendo así. También hay otros murales en forma de gigantescas piedras estampadas en las paredes, que incluso dañan las casas por el interior. La concejala del grupo municipal de Compromís Glòria Tello invita a los vecinos y vecinas a ofrecerles una lista de las calles donde se encuentran pero ésta es inacabable porque están por toda València y hacen falta unos cuantos operarios municipales durante un par de semanas, visitando calle a calle y erradicando el franquismo. El coordinador del Grupo para la Recuperación de la Memoria Histórica de València, Matías Alonso, lleva años denunciando la situación y ni siquiera fue invitado al simbólico cambio de nombre de las calles. Decía hace días Alonso que todavía no se ha limpiado el Cuadro de Honores de la ciudad, infestado de nombres franquistas. Tampoco se le ha dedicado calles dignas a Manuel Azaña, Juan Gil Albert, Vicente Miguel Carceller o Miguel de Molina. Dignificar las calles es quizá un segundo paso que tantas veces llega aparejado al primero. Otras no. Lo urgente, sin embargo, es «limpiar» las calles. Fortaleny, Paterna o Quart de Poblet, por ejemplo, ya actuaron. Será entonces, cuando se supriman los símbolos de la dictadura todavía existentes en tantas viviendas, cuando València cumplirá la Ley de Memoria Histórica y quedará «bonita» de verdad. Será entonces cuando pueda decir orgullosa que es una ciudad demócrata y que no enseña valores contradictorios con los derechos humanos a través de su callejero. Hasta entonces, silencio, València sigue sucia.